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Gelsi Bidart, portador

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Leonardo Guzmán

Hace ya diez años de su muerte -se cumplirán el miércoles 3- pero nos permanece el abogado, el profesor de Derecho, el filósofo, el amigo que sigue siendo el Dr. Adolfo Gelsi Bidart.

Todo él fue espíritu en sentido fuerte: no como ánimo o ganas sino como entrega sin condiciones a la inspiración y a los valores que sirvió ante el dolor ajeno y sobre los cuales se irguió una y otra vez ante la tragedia propia. Si recibió destino, se hizo respuesta.

Ponía sus implícitos a la vista: que el bien existe, que la verdad puede descubrirse y que la persona es tan irremplazable como sagrada.

¡Cuánto y cómo trabajó Gelsi sobre la persona! La proclamaba como identidad en la apertura al cambio y como fuente de esperanza. La enseñaba como proyecto de actos para realizar potencias, sin presentar al hombre sólo desde las contradicciones dialécticas o las pulsiones primarias.

En un histórico ensayo juvenil que publicó en la Revista del Centro de Estudiantes, introdujo en nuestro Derecho el juicio sobre la coherencia de las conductas: su "non venire contra proprio factum" anticipó por muchas décadas los enfoques de las llamadas "razones para la acción" que ventila la actual doctrina germánica y española.

Y todo eso lo volcaba en la profesión. Congruente consigo mismo, consagraba horas interminables al esfuerzo por entender al prójimo y se prodigaba en capital e interior, a contramano de su descanso.

No se dio tregua ni en los patios helados de aquella Justicia Militar de los 70, que a tantos les dio pretextos para no ir, y donde lo vimos muchas veces desvelarse para que la respuesta a la guerrilla fuera el Derecho y no el atropello; y donde tuvimos el honor de compartir que aun los pétreos cinco minutos que otorgaba el Supremo Tribunal Militar debíamos aplicarlos a defender, sin renunciarlos.

Era hombre de consulta natural porque tenía lo que Maupassant llamó la marca de los espíritus grandes: ir de lo particular a lo general sin que se note. Abría sus razones sin prejuicios.

Abogado ante Roma en temas de Derecho Canónico -las siempre opinables nulidades matrimoniales-, era un interlocutor de lujo también para quienes no compartíamos parte de los axiomas que él cultivaba. Gelsi fue profesor de filosofía con la mirada puesta en la vida. Desde su mensaje debiéramos re-unir la psicología con su matriz de filosofía para la vida, huyendo de los reduccionismos -se llamen positivistas o metodológicos.

Fue catedrático de Derecho Procesal ungido por Couture, y sembró obra en Derecho Rural, Derecho Penal y Derecho de Familia. Decano de la Facultad, impulsó la Comisión de Ética. Es que creía en los principios y la prédica, lo mismo hablándole a catedráticos en el Paraninfo que a trémulos en el Movimiento Familiar Cristiano.

Fueron conocidos sus desvelos por la reforma del proceso civil -la Ley de Abreviación de los Juicios, 1965- y su ingente trabajo como corredactor del Código General del Proceso, 1989, donde introdujo toda la oralidad que pudo. Menos conocida fue su tenaz batalla, que ganó en plena dictadura, por permitir al defensor interrogar al imputado antes de su procesamiento, consagrada en el art. 126 del CPP.

La calidad del Uruguay radicó siempre en la entraña filosófica de gestores de esta talla.

Liberal con las personas, riguroso en el pensar, firme con la verdad. Hombre situado, sigue siendo fruto, semilla y espora. Es que en un mundo cambiante, Gelsi fue mensajero y portador de permanencias.

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