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Malestar en la convivencia

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Por estos días distintos episodios en balnearios del Este mostraron las graves dificultades que tenemos para la convivencia en sociedad.
No es un fenómeno nuevo ni aislado. El básquetbol o el fútbol son escenarios comunes para el protagonismo de la patota que parece extenderse con total impunidad. Pero también, en lo cotidiano, aquella bonhomía provinciana que describía al Uruguay de hace medio siglo atrás ha mutado por un estado de ánimo que trasluce irritación (y hasta agresividad).

Las situaciones que generan ese malestar ciudadano abundan: el cuidacoches impertinente que exige su moneda de malos modos; la radio a todo volumen del chofer o la música del improvisado intérprete en el ómnibus al trabajo; los motores a escape abierto de las motitos-delivery que ensordecen al barrio; las sensibles alarmas de automóviles o casas que se disparan y permanecen varios minutos encendidas -y hasta fines de semanas enteros; los jardineros que han tomado la moda de no barrer más, sino q

Por estos días distintos episodios en balnearios del Este mostraron las graves dificultades que tenemos para la convivencia en sociedad.
No es un fenómeno nuevo ni aislado. El básquetbol o el fútbol son escenarios comunes para el protagonismo de la patota que parece extenderse con total impunidad. Pero también, en lo cotidiano, aquella bonhomía provinciana que describía al Uruguay de hace medio siglo atrás ha mutado por un estado de ánimo que trasluce irritación (y hasta agresividad).

Las situaciones que generan ese malestar ciudadano abundan: el cuidacoches impertinente que exige su moneda de malos modos; la radio a todo volumen del chofer o la música del improvisado intérprete en el ómnibus al trabajo; los motores a escape abierto de las motitos-delivery que ensordecen al barrio; las sensibles alarmas de automóviles o casas que se disparan y permanecen varios minutos encendidas -y hasta fines de semanas enteros; los jardineros que han tomado la moda de no barrer más, sino que limpian con pequeñas y ruidosas máquinas a lo largo de largas tardes de verano; el trato cotidiano que ha perdido toda referencia a buenos modales que impliquen el saludo, el por favor y el gracias; los perros que ladran durante horas sin que sus dueños se pongan en el lugar del hartazgo de sus vecinos; la basura que se acumula en cada esquina, queda putrefacta con el calor y hace imposible transitar por la vereda sin un gesto de repugnancia; los oficinistas públicos o privados que nunca atienden diligentemente, sino que por el contrario se muestran displicentes tras sus mostradores, conversando entre ellos mientras se acumulan las colas de gente en espera; los vehículos en el tránsito de avenidas principales, parados en doble vía en horas pico y que impiden el flujo de automóviles; o las víctimas de la violencia del arrebato o de la rapiña a cualquier hora del día y en cualquier lugar, entre otros tantos etcéteras.

La acumulación cotidiana de estas situaciones termina generando exasperación en la convivencia urbana. En Punta del Este, terminó siendo un brasileño millonario el que planteó algo evidente: que el derecho de un ciudadano termina cuando empieza el de otro, y además, que las autoridades están para hacer cumplir las reglas.

Porque esas son las dos dimensiones del problema. Por un lado, la descomunal incultura nacional sobre derechos y deberes ciudadanos. Somos una sociedad embrutecida que carece del sentido de urbanidad más elemental y lo peor es que ni siquiera lo admitimos. Por otro lado, la exasperante actitud pública que incumple sus tareas.

Este es un país mentalmente adolescente que confunde el ejercicio de la autoridad con el desborde del autoritarismo y que, por ello, termina convalidando la ley del más fuerte (y por supuesto, quejándose luego de sus consecuencias).

En casi todos los ejemplos aquí enumerados alcanza con multar y sancionar: hacer cumplir las normas vigentes para que los problemas de convivencia que envenenan el día a día de los uruguayos se resuelvan rápidamente. Parte del objetivo de intentar ser un país de primera pasa por ahí: por cambiar la cabecita y entender que hay problemas que no se arreglan con más plata sino, simplemente, con hacer respetar las reglas de juego y aplicar mejores políticas públicas. Terminar con la desidia. Ejercer la autoridad. Hacer cumplir la ley. Nada más y nada menos.

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Francisco Faig

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