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España en el espejo

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Viendo las consecuencias de las elecciones españolas, me pregunto si podemos analizar ese conflicto como un escenario anticipatorio de lo que podría pasarnos en el Uruguay. Vengo defendiendo desde siempre la idea de fortalecer un nuevo bipartidismo, que se está dando en los hechos a partir de la reforma que incorporó el balotaje.

Pero leyendo sobre la compleja situación ibérica, se encienden luces amarillas sobre el futuro de un sistema como el nuestro, aparentemente tan cristalino. Lo que enseña España es la creciente incidencia de los extremismos ideológicos. Hoy el PSOE, que en sus mejores épocas fue un exponente de la moderna centroizquierda europea, puede perpetuarse en el gobierno a pesar de no haber sido el más votado; le basta con acordar con partidos de extrema izquierda y nacionalismos separatistas que lo apoyan.

Por su parte, la opción de centroderecha, el Partido Popular, recibió la mayor cantidad de adhesiones pero ni siquiera convocando a los extremistas de Vox, puede formar mayoría.

Es una paradoja inquietante: se supone que la rotación en el poder, en los sistemas bipartidistas, se produce en general por el vuelco de votos centristas hacia uno u otro de los partidos mayoritarios. Pero en situaciones de empate, el poder de negociación política de las minorías aumenta de manera desproporcionada.

Muchos se preguntan hoy si a Pedro Sánchez le reditúa retener la presidencia, en tanto para ello deba pagar como peaje concesiones al independentismo catalán o a los ex Podemos. ¿Debe aferrarse a la dialéctica de bloques, aún al extremo de poner en riesgo la unidad del Estado y las reglas del juego democrático? Los analistas independientes son contestes en que lo lógico sería que socialistas y populares acordaran criterios comunes, para formar un gobierno ajeno a los perniciosos maximalismos. Pero no va a ocurrir.

¿Y por casa, cómo andamos?

¿Hasta qué punto los sectores centroizquierdistas del FA deberán pactar con aquellos que cuestionan abiertamente el republicanismo y la economía social de mercado? Y del lado de la Coalición, ¿cuánto peso electoral irá alcanzando Cabildo Abierto, con propuestas voluntaristas tan parecidas a las de los adversarios más radicales?

¿No estaremos corriendo el riesgo de que la virtuosa contienda electoral por el centro del espectro político se convierta en una prepotente cinchada entre extremos? Si uno mirara al país desde arriba, diría que lo más racional debiera ser fortalecer una gran coalición de centro, donde convivan en armonía liberales y socialdemócratas. ¿Pero cuándo van a ser capaces de sentarse a una misma mesa? Las razones que lo impiden son puramente emocionales.

Tal vez el momento más revelador de ese bochornoso homenaje a la revolución cubana que se hizo hace unos días, fue cuando una senadora del MPP declaró que “porfiadamente, defendemos con convicción lo que nos enseñaron nuestros padres allá por los cincuenta y sesenta”.

A los socialdemócratas del FA les pasa lo mismo: saben que la utopía revolucionaria es un engaño, pero no se sienten capaces de perpetrar el parricidio. Lo que tendrían que sopesar es cuánto arriesgarán -como hoy le pasa a Pedro Sánchez- cuando esos votos que necesitan para gobernar, también reclamen peaje.

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