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¿El fin de una era?

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No hay dudas que vivimos tiempos poblados de cambios. Quizás el más reciente sea el de la “desglobalización”.

Hasta hace poco, solo se hablaba de la Globalización: desarmar las cadenas de suministros y reubicar producciones en lugares (países) lejanos, buscando mano de obra menos costosa y/o la proximidad con la ubicación de suministros claves. Fue una movida supertrascendente, que produjo consecuencias económicas, sociales y también políticas. Para algunas sociedades, muy favorables, (China, India, Sudeste Asiático), para otras, no tanto (EEUU, Unión Europea) y, en general mayor eficiencia y menores costos para grandes sectores de la economía mundial.

Pero vino la guerra de Ucrania y la cosa se trancó. En realidad, se empezó a trancar antes, con el cariz que fue tomando China bajo la conducción de Xi Jinping: mucho poder económico, en manos de mucho poder político, que busca imponerse o, al menos, se torna amenazante.

La eficiencia económica y los resultados empiezan a tener menos atractivo frente a otros asuntos, como la seguridad y la pérdida de hegemonía. No está bueno depender tanto de un país tan poderoso (y tan autoritario), (y tan diferente).

Allá por los setenta, los EEUU, bajo la presidencia de Nixon (y el asesoramiento de Kissinger), hizo una movida geopolítica fuerte al modificar la postura tradicional con relación a China. Por un lado, percibieron que los intereses nacionales resquebrajaban cada vez más el frente comunista URSS-China y que se podía introducir ahí una cuña, separando a China y buscando atraerla al “concierto mundial”, por la vía de seducirla a participar de sus reglas comerciales. La otra parte de la estrategia partía de la tesis de que a la libertad de comercio seguiría, inevitablemente, una mayor libertad política.

Así China fue invitada a integrar las Naciones Unidas (1971) y, más tarde, la OMC. Pero la cosa no resultó como se esperaba.

China se benefició enormemente con su acceso a los mercados y a las economías desarrolladas, expandiendo su economía y creciendo a tasas altísimas por muchos años, pero avanzó muy poco en términos de libertades políticas y democracia. Peor aún, sus posturas geopolíticas se han distanciado crecientemente de las del “concierto”.

Todo lo cual ha hecho que EEUU y la UE cambien su discurso (ahora se habla de “homeland economics” y de “nearshoring”) y, más trascendente, sus políticas: la libertad de comercio y su engendro, la globalización, están retrocediendo ante un resurgimiento de trabas al comercio y de políticas industriales activas, remi- niscentes de tiempos pasados, con sus secuelas -obvias- de retaliaciones por parte de China. Más allá de que no le resultará fácil a los EEUU y a la UE tratar de atajar a China y de proteger las actividades que consideran claves, esta pulseada implicará consecuencias y cambios, que todavía no están del todo claros, pero que anodinos seguro no serán.

En materia económica, si nos guiamos por el pasado, una combinación de proteccionismo con subsidios -que es el menú propuesto- más allá de la mala performance que suelen tener los gobiernos en elegir ganadores, unido a niveles ya muy elevados de gastos, con déficits fiscales importantes, por lo menos provocará enlentecimiento de la economía mundial y ello no dejará de repercutir sobre países como el nuestro, en peores precios y colocaciones más pesadas.

Políticamente, más allá de las especulaciones acerca de quién ganará la pulseada, desde nuestro punto de vista se abre la incógnita de si este trancazo entre potencias podrá ayudar a que Europa y los EEUU pasen de los versos a los hechos en sus relaciones con América Latina.

Dicho lo cual, cabe recordar que los anteriores no agotan la lista de cambios en curso.

Estamos viviendo la agonía de la OMC y el desplazamiento del comercio mundial, de un sistema de reglas más o menos generales, acordadas por la mayoría, a acuerdos parciales entre países (con la excepción de los miembros del Mercosur, que la miran de afuera). Es una realidad que perjudica a los países con poco peso negociador.

En un plano todavía más global, grandes pilares del mundo de posguerra, o bien han caído en la inoperancia, como la ONU, o han mutado, hasta hacerse irreconocibles, caso el FMI.

Bajando a nivel de los países, asistimos a una crisis muy generalizada de la Democracia, que en muchísimos lugares es vista como inadecuada, insuficiente o insatisfactoria, abrumada por el cúmulo de reclamos y exigencias que le plantean las sociedades (o grupos que las integran), enfrentando graves problemas, ya instalados, como los energético-ambientales o el delito organizado.

Repasando la historia, no sé si se puede hablar del fin de una era, como con la Paz de Westfalia, el Congreso de Viena, el Tratado de París, San Francisco y Bretton Woods, pero no hay duda de que la cosa se está poniendo muy fluida.

Hora de que cambiemos el chip y enfoquemos la realidad que existe más allá de la CTM, el plebiscito del FAPIT, la ciclovía de la Sra. Cosse y tantas otras cosas que parecen ocupar nuestro (limitadísimo) interés.

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