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El efecto Netanyahu

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Parecía imposible que un acto tan abyecto como el pogromo sanguinario de Hamás contra las aldeas agrícolas y un festival pacifista en Israel, pudiese caer pronto en el olvido. Pero el gobierno fundamentalista que encabeza Benjamín Netanyahu sepultó aquel crimen despreciable bajo una montaña de cadáveres y escombros gazatíes.

La organización criminal que impera en la Franja de Gaza lanzó aquella operación que masacró y violó más de mil israelíes y secuestró otros cientos, esperando una respuesta violentísima al pogromo del siete de octubre. Las muertes de civiles palestinos por las represalias israelíes a cada ataque proveniente de Gaza, es precisamente lo que buscan esas ofensivas con cohetes o con yihadistas. El objetivo es ahogar el respaldo internacional a Israel en la sangre palestina que hacen correr las represalias.

Pero es posible que ni Yahya Sinwar ni los otros asesinos que lideran Hamas, Ismail Haniye y Mohamed Deif hayan tenido la ilusión de que el pogromo exterminador de octubre provocaría una respuesta de Netanyahu tan funcional a sus objetivos estratégicos: el aislamiento de Israel en el escenario internacional y el crecimiento del estigma de Estado criminal que los yihadistas ultra-islámicos llevan décadas tallando sobre el país que nació de los kibutzim que precedieron su fundación.

Netanyahu hizo crece el número, que ya era abrumadoramente mayoritario, de los países que reconocen al Estado palestino. Creció con países europeos gobernados por socialdemócratas y por conservadores. España con Pedro Sánchez y Noruega con el laborista Gahr Store, mientras en Irlanda a la iniciativa la tuvo el primer ministro centroderechista Simon Harris.

El sueco Stefan Löfven había dado ese paso en el 2014, ni bien inició su gobierno socialdemócrata, en rechazo al bloqueo israelí a la “solución de los dos estados”. Todos los países representados en las Naciones Unidas quieren que los palestinos tengan su estado junto a Israel, aunque algunos, como Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Italia y varios más, sostienen que debe acordarse en una mesa bilateral.

Por sabotear esa negociación para impedir la “solución de los dos Estados”, Netanyahu ensanchó el consenso a favor del Estado palestino. La política expansionista con que sus aliados ultra-religiosos quieren construir el “eretz Israel” anexando Cisjordania para recuperar las antiguas Judea y Samaria, acrecienta el enojo que crece en el mundo contra los israelíes.

Las protestas universitarias y callejeras en Estados Unidos, Francia y otros países, así como los gobiernos europeos y del resto del mundo que cuestionan a Israel por esta guerra, deberían también levantar más alta su voz contra la organización criminal que impera sobre los palestinos de Gaza y los usan de carne de cañón en su estrategia de aislar y estigmatizar a los israelíes.

Los posicionamientos ante las reacciones militares de Israel cuando es atacado deben tener en cuenta que es el único país del mundo cuyos enemigos no le reconocen derecho de existir en Medio Oriente. Por esa razón es que cada guerra es para los israelíes una cuestión existencial.

La Corte Internacional de Justicia debería ser más dura con los líderes de Gaza que usan las muertes y padecimientos de los palestinos gazatíes como arma contra Israel. Y la ONU debiera dejar en claro que Hamás no puede ser parte del futuro Estado palestino.

Pero Netanyahu y su coalición fundamentalista y expansionista deben renunciar al sueño del “Israel bíblico” y entender el sufrimiento que causó la Nakba, “tragedia” de los palestinos que en 1948 fueron expulsados de sus casas y tierras.

El gobierno israelí debe también aceptar un Estado palestino en Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén Este, o al menos que ese sea el punto de partida de una negociación apuntada a “la solución de dos Estados”.

El mundo no pretendió que Israel se abstenga de castigar a los autores del sanguinario pogromo del siete de octubre. Pero Benjamín Netanyahu creyó que aquel ataque de Hamás y la execrable estrategia de esconderse en sus túneles con cientos de rehenes israelíes dejando desprotegidos en la superficie a los civiles gazatíes, lo habilita para lanzar una guerra de tierra arrasada con miles de civiles muertos, entre los cuales habría un altísimo porcentaje de niños.

Un crimen atroz como el que cometió Hamás no elimina la naturaleza criminal de una respuesta como la lanzada por el gobierno israelí. Al brutal golpe que le asestó Hamás en octubre del 2023, se sumó otro golpe muy peligroso para Israel: el aislamiento internacional al que lo está empujando el primer ministro y su coalición ultraconservadora.

El respaldo del líder del partido Likud a la multiplicación en Cisjordania de asentamientos poblados por agresivos colonos, es parte de la política que fue alejando a Israel del mundo. Y el manejo de esta guerra en Gaza, haciendo además visible su intención de re-colonizar ese territorio del que Israel se había retirado en el 2005 por decisión del gobierno centrista del partido Kadima y del entonces primer ministro Ariel Sharon, ha causado al Estado judío los daños políticos y diplomáticos más graves de su historia.

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