Un tema en que Adam Smith se distinguió de los mercantilistas fue en su visión del comercio internacional. Mientras que los últimos argumentaban a favor de establecer trabas y pensaban que lo que un país ganaba, el otro lo perdía, Smith vio con claridad que el libre comercio era la extensión de la división del trabajo y, por tanto, de ganancias de especialización y productividad, haciendo a todos más ricos.
El propio Smith lo señala con claridad: “El comercio que se entabla de forma natural y regular entre dos lugares, sin coerción ni restricción, es siempre ventajoso para ambos, aunque no siempre en idéntica proporción. Por ventaja o beneficio entiendo no el incremento en la cantidad de oro y plata, sino en el valor de cambio del producto anual de la tierra y el trabajo del país, es decir: el aumento en el ingreso anual de sus habitantes.”
El cambio conceptual fundamental fue que un país se podía hacer rico realizando intercambios voluntarios con otros, por lo que todos salían ganando. Más aún, convenía comerciar con países más ricos y estables como forma de progresar, un cambio copernicano en la comprensión de las relaciones internacionales: “Se ha pretendido enseñar a las naciones que su interés consiste en arruinar a todos sus vecinos. Se ha intentado que cada nación contemple con envidia la prosperidad de cualquiera de las naciones con las que comercia, y que considere ese beneficio como su propia pérdida. El comercio, que debería ser entre las naciones como entre los individuos, es decir, un lazo de unión y amistad, se ha vuelto un campo fértil para el desacuerdo y la animosidad.”
El libro comercio hace a todos más ricos, no es un juego de suma cero, ni uno en que unos ganan y otros pierden, pese a los augures de las catástrofes que puede traer el libre cambio. La crítica de Smith a los “supuestos expertos” que recomiendan medidas proteccionistas sigue plenamente vigente: “No hay país comercial en Europa cuya ruina inminente a causa de una balanza comercial desfavorable no haya sido augurada por los supuestos expertos en este sistema. Sin embargo, después de toda la inquietud que ellos han suscitado, después de todos los vanos intentos de prácticamente la totalidad de las naciones comerciales para volver esa balanza en su favor y en contra de sus vecinas, no parece que ni un solo país europeo se haya empobrecido por esa causa. Al contrario, cada ciudad y país, en la medida en que abrió sus puertos a todo el mundo, se enriqueció en lugar de arruinarse por el libre comercio, tal como los principios del sistema mercantil pronosticaban.”
Es cierto que Smith cometió el error de explicar el comercio internacional con base en las ventajas absolutas, en vez de a las ventajas comparativas, como haría unos años después David Ricardo mejorando nuestra comprensión del asunto, pero no puede desconocerse que el aporte del escoces permitió los avances posteriores.
Como destacó su biógrafo E. G. West, Smith fue un defensor del libre comercio, no un apóstol, ya que admitía matices, fiel a su estilo pragmático y moderado. Sin embargo, su aporte sin dudas movió la aguja hacia los cambios en favor del intercambio libre que caracterizarían al siglo XIX, con su consecuente progreso a nivel global, no solo para el Reino Unido, sino también para países tan distantes como Uruguay.