Publicidad

Cuesta "vender" el liberalismo

Compartir esta noticia

La experiencia lo demuestra: en nuestro continente sólo prende con facilidad como alternativa a desastres voluntaristas.En el Primer Mundo, cuando cayó el Muro de Berlín, muchos creyeron que ya nadie podría discutir las ideas liberales y, de hecho, durante un tiempo así ocurrió. Pero se fueron Maggie y Ronnie y el auge liberal se diluyó.

Las respuestas al planteo del título pasan por temas de marketting pero, sobre todo por temas de fondo. Con frecuencia, la aparición de dogmáticos extremistas opera contraproducentemente y también ocurre que los liberales tienen dificultades para explicar la libertad (o impaciencia de hacerlo).

Los temas de fondo son más complejos y profundos. El discurso liberal (auténtico) conlleva “costos”, no es el de la libertad como le gusta a la gente: la libertad individual fuera de todo contexto de Bien Común.

Como señalaba Benedicto XVI, “la libertad del individuo sólo puede existir dentro de un orden de libertades…. El concepto de libertad, por su propia esencia, reclama ser completado por otros dos conceptos: de la ley y del bien”

El discurso contemporáneo sobre derechos humanos no es otra cosa que preconizar una libertad sin límites ni obligaciones, individual, sustraída de la comunidad.

Históricamente, Occidente primero abandonó el consenso teológico y luego no pudo sostenerse con un sustituto filosófico: los fundamentos ya no estarían en la existencia de un orden natural creado. El hombre pasó a ser la única base, epistemológica, antropológica y ética. Exploró herramientas, como el egoísmo racional y luego el utilitarismo, pero nada de eso contuvo la evolución. Pasamos al positivismo, la Teoría Pura del Derecho y últimamente, vía lo que se llama el posmodernismo, el hombre contemporáneo navega entre el relativismo (“es lo que pienso”) y el emotivismo (“yo lo siento así”).

Sobre esas bases filosóficas no es posible construir un auténtico liberalismo.

Desde otro ángulo, el liberalismo, que sólo puede existir en Democracia, tiene dificultades para convivir con ella. La Democracia discurre sobre un eje cuyos polos son la libertad y la igualdad. En constante tensión. Si se inclina en favor de una, la otra pierde vigor.

En las primeras etapas de la Democracia, (R.U.-EE.UU.) las resultantes de esa tensión no eran tan gravitantes por el contenido dado a cada principio: por libertad se entendía el concepto de Locke: la ausencia de constreñimientos y por Igualdad la igualdad ante la ley.

Pero eso fue evolucionando. De la libertad que Isiah Berlin llamaba “negativa”, pasamos (por presiones sociales y políticas) a la libertad positiva: no me basta ser libre de presiones, quiero ser libre para desarrollarme. Y de la igualdad formal, por los mismos mecanismos, pasamos a la igualdad material.

Cada paso dado en favor de este último ideal es un paso retrocedido en materia de libertad. Y, como dice Bobbio, la historia de la Democracia es la del camino desde la libertad a la igualdad: no hay marcha atrás.

Eso se ve reflejado en las dificultades para convivir con el mercado que tiene la Democracia contemporánea.

Como la historia ha sido (sobre todo a partir de las dos Guerras Mundiales), de un espiral ascendente de expectativas, que las democracias han ido tratando de satisfacer por la vía del Estado, hasta llegar -hoy- a un panorama de rendimientos decrecientes, las posturas populares con respecto a la libertad no son liberales. Son populistas.

Entonces, estamos en un tiempo en el que quienes se sienten liberales deberán meditar sobre temas de fondo. Que son filosóficos, más que económicos. Reflexionar, por ejemplo, que sobre bases filosófico-jurídicas positivistas no es posible construir un pensamiento liberal coherente.

Que es necesario entender primero el verdadero contenido de la libertad y su necesaria vinculación con el Bien Común, para luego poder explicar correctamente el liberalismo.

Que de la actual crisis que vive la Democracia no se sale con el slogan de “más democracia”, que se traduce en más igualdad material de la mano del Estado.

Que el gran problema contemporáneo de las democracias más o menos avanzadas económicamente es el de las reacciones contra una desigualdad fuertemente percibida y rechazada. Esas cosas no tienen solución económica como antes (ni por la vía de saltos de productividad, ni por la de incrementar más fuertemente la redistribución de bienes y servicios).

Hay que enfrentar una nueva realidad (o una muy antigua), donde el ser humano debe reconocer y enfocar otros valores además de los modernos derechos individuales y la aspiración constante por la igualdad material.

Es reconociendo ese cuadro que el liberal debe echar mano a los valores básicos del liberalismo, que no se comprenderán cercenándolo de una causa eficiente creadora, ordenadora y una causa final encarnada en el Bien Común.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad