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La sombra de Gramsci

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La imagen fue balsámica en un país agobiado por la confrontación. A horas del traspaso de mando, el presidente saliente y el entrante aparecieron juntos, con sus respectivas primeras damas, abrazándose, conversando y escuchando la “misa anti-grieta”.

La aprobación a la iniciativa de la iglesia fue generalizada. Pero hubo una ausencia notable, visibilizada por la presencia de la vicepresidenta saliente. La ausente sin aviso fue Cristina Fernández.

¿Sintió que la minimizaba compartir el segundo plano con Gabriela Michetti? ¿O evitó aparecer en retratos de concordia política?

Si su prioridad hubiera sido colaborar con la calma social y el entendimiento político, la nueva vicepresidenta habría acudido al encuentro que actuó como un remanso para la mayoría de los argentinos. Pero si su prioridad es alimentar la imagen de liderazgo intransigente y combativo, la decisión se basó en la misma razón por la que no entregó a Macri el bastón de mando en 2015.

Del mismo modo debe interpretarse una designación clave en el gabinete de Alberto Fernández. Aunque pasó desapercibido en la maraña de análisis y opiniones sobre el reparto de cargos, el nombramiento de Tristán Bauer como ministro de Cultura resulta crucial para el plan de CFK.

La construcción del liderazgo kirchnerista contó con ideólogos que diseñaron la propaganda y las políticas educativas, culturales y de medios basándose en Gramsci. Según el lúcido teórico del marxismo italiano, conquistar la hegemonía cultural es para una ideología tan o más importante que gobernar.

También Alfonsin tuvo un ala gramsciana. Con intelectuales como Juan Carlos Portantiero y Francisco Aricó, levantó banderas como la “ética de la solidaridad” relacionadas con el pensamiento de Gramsci en cuanto a imponer valores en la sociedad.

En cambio, lo que interesó al kirchnerismo de la visión gramsciana tiene que ver con la homogeneidad de un sector para que se imponga en la confrontación.

La cultura es la dimensión donde se construyen los liderazgos, porque allí se amasa la mística política. Por eso, el sector que sigue al kirchnerismo es una minoría intensa cuya valoración de los líderes y su identificación con ellos son tan grandes que se parecen a un sentimiento religioso.

Bauer dirigió medios estatales en el gobierno de Cristina y se caracterizó por la ideologización de contenidos hasta en las señales infantiles. El premiado cineasta cuenta entre sus últimas producciones con trabajos como “El Camino de Santiago, desaparición y muerte de Santiago Maldonado”.

Su designación es para CFK igual de estratégica que la de Carlos Zanini como Procurador del Tesoro. En los cuatro años que pasó en el llano, el aparato cultural K invernó en medios de comunicación y en secretarías y direcciones de Cultura de provincias y municipios.

Cristina preservó ese aparato cultural-propagandístico en estado vegetativo. Y el control del Ministerio de Cultura de la Nación volverá a desplegarlo, para que alimente en las bases la adhesión casi fanática a CFK, así como la creencia en la versión de los hechos que ella plantea.

La comprensión tardía de la política K en cultura y propaganda, hizo que Macri impulsara un “relato” propio mediante actos y discursos que dejan un álbum de postales idílicas de su gestión, adecuado a los grupos sociales que lo apoyan con resignado fervor.

El relato K, que con Bauer alimentará la fuerza de Cristina en el gobierno, utiliza un combustible que lo vuelve más potente: el ideologismo.

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Claudio Fantinipremium

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