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Bukelismo para todos

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Nayib Bukele es uno de los personajes políticos más llamativos y complejos de la política actual. El dictador “más cool del mundo”, como él mismo gusta definirse de manera sarcástica, con su política de mano de hierro en materia de seguridad y su autoritarismo 3.0, ha logrado conectar con fibras emotivas en toda la región. Una región que en general no tiene una pulsión democrática demasiado profunda, seamos honestos.

Y no se crea que en Uruguay estamos por fuera. Un muy interesante análisis sobre Bukele escrito por Clara Lussich ayer en El País, fue la noticia más leída durante buen rato en la web del diario. ¿Dónde está la clave del éxito de Bukele? ¿Es su modelo algo digno de replicar? ¿Tiene sentido que ante el auge de la violencia “narco”, en la región, atendamos al experimento de El Salvador?

Sobre esta última pregunta, la única respuesta es sí. Con la situación trágica de violencia que vive América Latina, sobre todo debido a la fracasada guerra contra las drogas, nadie puede darse el lujo de ignorar ejemplos de “éxito”.

Dicho esto, lo primero que hay que señalar es que la realidad de El Salvador es bastante única. Gracias a la hospitalidad del primo Foncho (y las tremendas olas que hay), tuvimos la chance de ir 3 o 4 veces, y hay cosas que llaman la atención. Primero, es un país muy chico y muy poblado. En una superficie apenas mayor a la de Tacuarembó, viven más de 6 millones de personas. La mayoría de los cuales son gente muy joven.

Segundo, es un país que carece de cualquier institucionalidad y tradición democrática. Tiene una sociedad con lacerantes diferencias sociales, culturales, económicas. Corrupción rampante, y partidos políticos desprestigiados.

Por último, tiene el tema de las pandillas. Es un fenómeno curioso, porque las “maras” salvadoreñas se fundaron en realidad en Los Angeles, donde emigrantes de tiempos de la guerra civil, crearon estas organizaciones para defenderse en una era en la que el delito y la violencia racial eran moneda común en California.

Pero allá por los años 90, miles de estos pandilleros fueron deportados de vuelta a un país donde ya no tenían arraigo. Lo que les quedaba para sobrevivir era la hermandad pandillera, y eso llevó a la creación de un imperio económico criminal por un lado, y a que el país tuviera la tasa de homicidios más alta del mundo, por otro.

En ese contexto, en ese caldo de cultivo, surge Bukele, con una receta no muy especial. Es la misma que han ejercitado desde Luis XIV a Hugo Chávez, y se basa en aquello de “el Estado soy yo”.

No hay leyes, no hay pesos y balances, no hay instituciones. Todo se concentra en la voluntad de un líder providencial, que hoy decide un estado de emergencia que dura tres años, mañana se lanza a invertir el tesoro público en bitcoins, o de un plumazo te cambia la Corte Suprema.

Hay otro dilema interesante sobre Bukele que es ideológico. Tras décadas en que este tipo de liderazgos mesiánicos venían de la izquierda, Bukele usa discursos y herramientas parecidas, pero confrontando directamente con los “bolivarianos”. Esto ha dado un alivio a los fans de la izquierda regional, que ahora cada vez que se les critica por no condenar a los demagogos “zurdos”, tiran la carta de Bukele como equivalencia.

Dos apuntes sobre esto: ningún líder regional relevante ajeno a la izquierda, ha “comprado” a Bukele de la forma en que ellos se enamoraron de los Castro, o les sigue costando definir a Maduro como dictador. Por otro lado, en vez de arruinar a sus países como han hecho los socialistas siglo XXI, la economía de El Salvador parece crecer fuerte bajo un modelo capitalista sin complejos.

Ahora bien, más allá de que sea divertido ver desde Uruguay cómo Bukele les tapa la boca a cantamañanas y demagogos como Petro o López Obrador, su receta es peligrosa. Sobre todo porque es una fórmula basada en una persona. Y la historia muestra, sin excepciones, que los países que prosperan lo hacen en base a instituciones y procesos largos de estabilidad y crecimiento. Nada bueno ha venido nunca de líderes que se creen infalibles y por encima de la ley. Por el contrario, a esos caudillismos, incluso si tuvieron éxito en un comienzo en remover estructuras viciadas, el poder absoluto los termina echando a perder. Montesquieu al-go sabía de esto.

Charlando con el analista chileno Axel Kaiser días atrás, nos defendía el “sistema Bukele” diciendo que esa es la única alternativa cuando tenés un país totalmente tomado por la corrupción y el narcotráfico. Axel sostenía que la democracia es un medio, no un fin en sí mismo, y recordaba una cita de Vilhem von Humboldt “sin seguridad no hay libertad”.

A riesgo de que nos acusen de “pro yanki”, nos seguimos quedando con eso de Benjamin Franklin de que “los que están dispuestos a ceder en sus libertades esenciales para ganar seguridad, no merecen ninguna de las dos cosas”. Pero claro... si vivís hoy en Villa Española, capaz pensás otra cosa.

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