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Apuro por interpretar

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Finalmente terminó la larga zafra electoral y empezó el tiempo de la política “normal”. Desde luego, este año y medio dejó mucho para interpretar. Se trata de una tarea difícil, especialmente para quienes, al mismo tiempo que intentan razonar con lucidez, tienen el corazón pintado de algún color. Eso no solo vale para quienes nos hemos definido públicamente sino también para los analistas profesionales.

Finalmente terminó la larga zafra electoral y empezó el tiempo de la política “normal”. Desde luego, este año y medio dejó mucho para interpretar. Se trata de una tarea difícil, especialmente para quienes, al mismo tiempo que intentan razonar con lucidez, tienen el corazón pintado de algún color. Eso no solo vale para quienes nos hemos definido públicamente sino también para los analistas profesionales.

Un error frecuente en esta situación es apurarse a sacar conclusiones. Varias afirmaciones que se han dado por seguras en estos días en realidad están lejos de serlo. Eso se debe, entre otras cosas, a que el significado de los resultados electorales (a diferencia de los resultados mismos) no es un dato definido de una vez y para siempre, sino algo que se va moldeando y desarrollando en el campo de la política “normal”, es decir, la que se hace lejos de las elecciones.

Algunos sostienen, por ejemplo, que la experiencia de la Concertación fracasó porque no logró superar la cantidad de votos blancos y colorados en las elecciones municipales previas. Y, ciertamente, lo más que puede decirse es que la Concertación arañó un empate técnico. ¿Eso es un fracaso? Todo depende de lo que pase de aquí en más.

En marzo de 1971 el Frente Amplio se puso en marcha con una fuerza arrolladora, hasta el punto de que buena parte de sus dirigentes y militantes creían posible ganar las elecciones. Pero, cuando llegaron los comicios de noviembre, el Frente Amplio obtuvo el 18% de los votos. Eso era un 10% más de lo que habían obtenido las fuerzas de izquierda en 1966, pero estaba lejos del salto esperado. ¿Se trató de un fracaso? Si la historia posterior hubiera sido otra (por ejemplo, si el Frente Amplio hubiera sufrido fracturas más serias de las que sufrió) tal vez hoy lo veríamos de ese modo. Pero, como la historia posterior fue la que fue, lo vemos como el primer paso de un camino exitoso.

Lo mismo ocurre con la gran novedad de las elecciones en Montevideo, que fue la votación de Edgardo Novick. Algunos interpretan el hecho como una prueba de que las campañas positivas no funcionan, pero esa es una lectura apresurada. Más allá de su enorme y legítimo mérito, ¿Novick quedó primero entre los candidatos de la Concertación porque fue el que más pegó, o porque fue el que más pegó entre los que no tenían chances reales de ganar la intendencia? Porque los votantes no le piden necesariamente lo mismo al que puede llegar a gobernar que a aquel que, al menos a corto plazo, no tiene posibilidades de hacerlo. Solo en el primer caso tiene sentido preocuparse por la gobernabilidad.

No es seguro que esta interpretación sea correcta, pero es plausible. Después de todo, en los dos municipios donde había posibilidades de ganar (y se ganó), los alcaldes electos son del Partido Nacional. Eso alcanza para ser prudentes a la hora de hacer comparaciones entre diferentes elecciones.

El significado de los resultados electorales (tanto nacionales como departamentales) se irá desplegando con el tiempo y dependerá de lo que cada uno haga. Una campaña electoral es una carrera de corta distancia. La política “normal” es una carrera de fondo. Ni siquiera es una carrera de cinco años, sino más. Y, como enseña el ciclismo, a las carreras de fondo no las ganan los corredores individuales sino los equipos. Lo que en este caso se llama “partidos políticos”.

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Pablo Da Silveira

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