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Apuntes contra el capitalcentrismo cultural

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El pasado fin de semana tuvo lugar en Paysandú la decimonovena edición de la Bienal de Teatros del Interior. Se trata de un emprendimiento que viene organizando la Asociación de Teatros del Interior (ATI), una organización de la sociedad civil con cuatro décadas de trayectoria, que nuclea hoy por hoy a 42 grupos escénicos de todo el país. El evento de este año rindió homenaje a Gerardo Geymonat, un querido comediante oriundo de Ombúes de Lavalle, recientemente fallecido.

De más de 30 espectáculos que postularon, un jurado que tuve el honor de integrar seleccionó a los nueve que se presentaron en la Bienal, en una febril programación de tres días alojada en tres salas sanduceras: Florencio Sánchez, Carlos Brussa y Arteatro. Fue un punto de encuentro de teatristas donde la camaradería se dio naturalmente, al impulso de fortalezas y necesidades comunes.

Ofreció la ocasión, además, de tomar la temperatura de lo que está pasando escénicamente en los departamentos que no son Montevideo, una oportunidad nada menor habida cuenta del exacerbado capitalcentrismo cultural que caracteriza a nuestro país. El solo hecho de que hayan debido unirse en una asociación “del interior”, da cuenta de una inequidad cuyas causas habría que indagar. Tal vez tenga que ver con que las dos grandes corrientes históricas de la producción teatral uruguaya, según el acervo académico, han sido la Comedia Nacional y el Movimiento Teatral Independiente, ambos originarios de Montevideo. Pero no solo puede decirse que la génesis de nuestra escena fue multiterritorial (el circo criollo), sino que hay que destacar una actividad continua, profusa y estéticamente muy variada en diversos departamentos.

Entre los cuatro encuentros regionales y la Bienal, participaron grupos de 23 localidades de Canelones, Colonia, Durazno, Maldonado, Río Negro y Soriano, en su mayor parte sostenidos por la vocación inquebrantable de sus integrantes, la respuesta del público y en algunos casos, apoyos parciales de gobiernos departamentales y de la Comisión del Fondo Nacional de Teatro (Cofonte).

Son grupos que gestionan salas alquiladas o construidas y equipadas con sus propias manos y a su propio riesgo. Reviven el espíritu de los pioneros del teatro independiente, que ensayaban obras con la misma devoción con la que hacían de carpinteros y electricistas, por fuera del horario de sus empleos. Dicho de este modo, cualquiera supondría que se trata de un teatro de aficionados, pero no es así. Debo decir que las dos Bienales a las que he asistido, en 2021 y este año, me han permitido conocer grupos que trabajan con un nivel de excelencia que perfectamente podría -y debería- representar al país en exigentes festivales internacionales. Citaré solo algunos ejemplos.

Homenaje es un espectáculo escrito por Leonardo Martínez Russo y Carlos Sorriba, con dirección de este último, en que el Teatro Eslabón de Canelones evoca con emoción la figura de su fundador y alma máter, Leonel Dárdano, fallecido el año pasado. Hay un paralelismo impactante entre el argumento de la obra y el dolor de ese grupo que perdió a su maestro. Cuenta la historia de una compañía itinerante, al estilo de los cómicos de la legua, que debaten interminablemente, con mucho humor, de qué manera homenajear a su difunto director. Cargan dificultosamente con una carreta que recorre el escenario en círculos, como precisa metáfora de los desvelos militantes de todo grupo independiente. Con un estilo de actuación no naturalista, clownesco, y un diseño escénico de una sofisticación impresionante, Homenaje me hizo acordar a aquella obra maestra de Fellini, La strada, por su estética circense que transita sabiamente del humor a la emoción. No exagero al decir que este trabajo posiciona a Carlos Sorriba como uno de los grandes directores de nuestro país, y al Teatro Eslabón como un elenco compacto, de actores y diseñadores extraordinariamente creativos.

Sin espacio para comentar todos los espectáculos, elegiría además la versión de Los padres terribles, dirigida por Sebastián Barrios con el grupo fernandino La Tarasca, que también apuesta al antinaturalismo y a un humor desenfadado.

Otras propuestas dignas de destaque fueron Globo, del autor argentino Alberto Rojas Apel, donde el grupo Biblioteca Varela de Juan Lacaze generó con sorprendente austeridad un verdadero milagro de conexión emocional con el espectador. También Cuadrilátero con cuatro notables actrices jóvenes de la localidad de Santa Lucía, y Kintsugi, monólogo de Martínez Russo para Juana, una impresionante actriz de Carmelo.

Viendo trabajos de este nivel, cabe preguntarse por qué los tres jurados de esta Bienal somos montevideanos y cuál es la razón de colocar a la capital juzgando trabajos de los que más bien debería aprender.

Ojalá un día el centralismo capitalino deje de hablar de teatro “de afuera” o “del interior” y asuma por fin que la cultura nacional es una sola.

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