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La asunción de Luis Lacalle Pou como Presidente de la República, en marzo de 2020, fue como una bocanada de aire fresco para el país. Uruguay venía de tres períodos consecutivos de gobiernos frenteamplistas, dos de ellos, gobernados por presidentes ancianos, que concluyeron sus respectivos mandatos con 80 años de edad. O casi. El Dr. Tabaré Vázquez figura en las estadísticas como el presidente uruguayo de mayor edad (75 años), al asumir el cargo, y a la vez, el de mayor edad al dejarlo, 80. El popular Pepe, por su parte, no logró superar el récord de su predecesor, y también sucesor, por apenas un par de meses, ya que entregó la banda el 1 de marzo de 2015 en Plaza Independencia y pasó a ocupar la categoría de octogenario, recién el 20 de mayo de ese año.

Pero la llegada de Lacalle Pou presentó un verdadero cambio, no solo por ser un presidente joven. También trajo ideas nuevas y la libertad como bandera. Y le fue bien. Al menos las últimas encuestas de popularidad le dan una asombrosa cifra de 45% de aprobación, tras cuatro años de gobierno.

Y no fueron cuatro años mansos. Al contrario. Fue un período de tempestades que arreciaron sobre el barco del presidente, como si no solo la oposición, sino también los imponderables y hasta los propios aliados, se hubieran empeñado en mandarlo al fondo del mar con una piedra atada al tobillo.

Un repaso somero recuerda: a los pocos días de asumir la presidencia, se declaró la pandemia del covid-19. El mundo paró y la oposición, disgustada por haber perdido el poder tras tres períodos consecutivos y plantada sobre su convicción de que el ciudadano es un ser incapaz de tomar sus propias decisiones, exigía encerrar a la población, prohibirle salir a trabajar y que el gobierno, como si fuera un carcelero bondadoso, que lo tuviera a uno preso para cuidarlo, le pasara dinero por abajo de la puerta en lo que dieron en llamar “renta básica”. Ante eso, Lacalle Pou respondió con el concepto de “libertad responsable”; dejó al pueblo libre y anotó así el primer gran gol de su gobierno. Al ángulo y con la calidad de un líder que empezaba a mostrar de qué material estaba hecho.

Luego falleció el Guapo Larrañaga y el presidente se quedó sin un Ministro del Interior que era un estandarte del cambio. En seguida, Germán Cardoso, titular de la cartera de Turismo, dejó el cargo, en medio de una polémica por la contratación de una empresa de manera poco clara; Irene Moreira entregó unas viviendas por fuera de los marcos de la ley, el presidente le pidió la renuncia y su esposo, Manini Ríos, aliado de la coalición, se le vino encima. Por si fuera poco, le cayó la sequí; saltó el caso Astesiano; salieron a la luz las andanzas sexuales del senador Penadés y explotó el escándalo por Marset.

Así y todo, Lacalle Pou cuenta hoy con el 45% de aprobación popular. Solo un 36% lo desaprueba. Si consideramos que dentro del universo consultado habitan los fanáticos, los tupamaros, los comunistas, los ultra que van a tirar piedras con Irma Leites, las feministas extremas, los sindicalistas que lanzan termos contra las camionetas oficiales; la performance Lacalle viene dejando conforme a la población. Y sus detractores se tienen que conformar con criticarle en X (antes, Twitter) el casco que usa para andar en moto o la técnica no del todo refinada que demuestra al realizar giros sobre su tabla de surf.

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