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De lo bueno y de lo otro

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ÁLVARO CASO
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La respuesta del gobierno al desafío presentado por el Covid-19 ha tenido varios puntos altos. Para quienes temen un detenimiento total de la economía al estilo de lo que se ha hecho en otros países, las medidas del gobierno de Lacalle Pou han sido evaluadas positivamente.

Para quienes ven en este contexto crítico una oportunidad para generar o fortalecer lazos con otros países, la coyuntura ha dado lugar a anuncios favorables y loas de gobiernos extranjeros.

Esfuerzos exitosos en la repatriación de uruguayos varados en el exterior o para facilitar el retorno de extranjeros a sus países son puntos destacables de la respuesta local a la pandemia global. Representan un contraste notable con países de la región que han cerrado las fronteras a sus propios ciudadanos o se han mostrado poco humanitarios con las situaciones límite vividas por extranjeros.

Quienes esperaban de los jerarcas un gesto de virtuosismo republicano hacia los más vulnerables lo tuvieron en los recortes a los salarios más altos del estado. La combinación de medidas loables, los resultados de esfuerzos de salud pública que redundan, parecería, en un aplanamiento de la curva de contagios, más la disminución en el roce político de los últimos dos meses, trajeron aparejados buenos números en las encuestas para el gobierno.

Sin embargo, el lucimiento en algunos frentes tiene el riesgo de transformarse en otra cosa.

El 18 de abril, el ministro de Ganadería hizo gala en Twitter de cómo la rebaja de los sueldos a las capas altas del estado puso al Uruguay como “ejemplo” para otros países. Un ejemplo tan grande que fue “imitado”, según el relato del jerarca, por el gobierno de Nueva Zelanda. No pudimos encontrar referencias en diarios neozelandeses a que la primera ministra Ardern viera al Uruguay como su horizonte de referencia. Incluso el clip retuiteado por el jerarca no menciona a nuestro país. Dando el beneficio de la duda y asumiendo que en Wellington se haya imitado, a conciencia, las medidas tomadas en Montevideo, el discurso del “Uruguay como ejemplo” tiene a la complacencia como enemigo invisible.

Cada vez que un gobierno o una serie de gobiernos creyó demasiado en la idea de que se había llegado a un estado modélico e imitable por el extranjero lo pagó caro y en moneda corriente político-electoral.

El triunfalismo del país modelo de las tres primeras décadas del siglo pasado tuvo frenos globales y domésticos, pautados por la gran crisis del ’29, el ascenso de modelos políticos totalitarios en Europa y finalmente la ruptura institucional a nivel local. El otro momento álgido del Uruguay modélico, allá por la década de 1950, también fue interrumpido por factores externos e internos.

Más recientemente tenemos el ejemplo de la campaña de 2019 en la que el Frente Amplio parecía más preocupado por mostrar al Uruguay modelo en distribución del ingreso, con aquellos avisos publicitarios de la torta bien repartida, que en delinear una senda de futuro clara.

El pasado nos da sobrados ejemplos de cómo el país ha tomado pasos considerados ejemplares en términos legislativos, sociales y culturales -además de los destacados logros deportivos. Uruguay, un peso pluma en términos demográficos y económicos, ha peleado en las categorías superiores a nivel social, cultural y de calidad institucional.

Pero la mayoría de las medidas o logros que quedan petrificados en el imaginario colectivo como parte de un país modelo no nacieron de la autocomplacencia. Por el contrario, fueron producto de la imaginación, de la imitación del ejemplo de otros, tantas veces incluso vinieron de extranjeros que emigraron al país, y también gracias a pasos ambiciosos e innovadores.

De la ley de ocho horas, al sufragio femenino, al plan Ceibal, muchas de estas políticas que ahora vemos como parte del modelo de país no fueron celebradas en su presente. Tampoco surgieron en momentos que el Uruguay se exportaba cual ejemplo al mundo. Más que de la asunción del ser un país modelo, las políticas que han quedado arraigadas en el imaginario como ejemplares vinieron de la ambición de serlo.

Dando crédito a lo que se hace bien, es importante que políticos y decisores no se queden en los halagos y algunos resultados positivos. Porque esa satisfacción puede traer consigo los llamados fracasos de la imaginación. Imaginación y creatividad que son más esenciales hoy para identificar las oportunidades que vienen con el río revuelto de la crisis y para pensar los giros negativos que las situaciones complejas traen consigo.

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