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La política como vocación

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ALEJANDRO LAFLUF
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Soren Kierkegaard fue el primero que tuvo el coraje de decirnos que la verdad es subjetiva. Lo hizo en una época dominada por las verdades objetivas de la ciencia, lo que por supuesto determinó que fuera completamente malinterpretado.

El filósofo danés -que no en vano se convertiría en el padre del Existencialismo- no pretendía defender una suerte de relativismo donde cada uno pudiera afirmar legítimamente lo que se le viniera en gana. Su propósito era bien distinto y por supuesto mucho más profundo.

La idea era poner de relieve la importancia del costado subjetivo de la verdad. Es evidente que vivimos en un mundo de verdades objetivas -que intentamos descubrir a través de la ciencia - pero la clave de lo humano está en la forma en la que nos relacionamos con la verdad.

En uno de sus escritos cuenta la historia de un loco que, para que lo tomaran en serio, vociferaba permanentemente verdades objetivas. “La Tierra es redonda” gritaba cada vez que se le acercaba alguien.

El problema no está en que lo que gritara el loco fuera verdadero sino en que le resultara subjetivamente indiferente lo que decía. La falta de compromiso con la verdad es el problema humano más importante. Ese es el punto. Y lo es, porque esa falta de compromiso, abre las puertas a la simulación. Por supuesto una persona enferma está justificada, pero nosotros no y eso es lo que le importaba a Kierkegaard.

Solía llamar “cristianos profesionales” a los practicantes que cumplían a rajatabla con los rituales del cristianismo pero no asumían ningún compromiso subjetivo con lo que estaban haciendo. Décadas más tarde Max Weber trasladó estas nociones a la Política y llamó “políticos profesionales” a los políticos que entendían la política como ocupación y no como vocación.

La política debe ser entendida y ejercida como vocación. Ese es el mensaje de Weber. Cuando la política se convierte en ocupación se desentiende de la realidad y abraza la simulación. La simulación supone un distanciamiento radical que disuelve todo compromiso. Es la negación de la vida ética. Para el que simula decía Kierkegaard “todas las cosas devienen en nada”. Con la simulación, la realidad pierde validez y la política se banaliza.

El proyecto de ley remitido por el Poder Ejecutivo y aprobado por unanimidad esta semana constituye una reafirmación de la política como vocación que dignifica al sistema político en su conjunto. Se trata de una gran señal. No solo para el presente sino para el futuro de nuestro país.

En primer lugar por su enfoque pragmático. El proyecto aborda la cuestión de manera integral, directa y transparente. Sin dar lugar a extravíos ideológicos, instrumentos inútiles o pérdidas de tiempo. Es, sin duda, una ley a la altura de las circunstancias: por su finalidad (que no es otra que cubrir las impostergables necesidades sociales y sanitarias que ha desatado esta emergencia) por su carácter transitorio (las medidas se aplicarán por dos meses), por los topes y escalas que contempla (se trata de gravar ingresos superiores a los $ 120.000 mensuales nominales con tasas diferenciales) y por su carácter tempestivo (se trata de un instrumento oportuno, que entiende el valor de la prevención en los primeros momentos de esta pandemia y la importancia de dar cobertura a las contingencias que esa misma prevención genera). En definitiva se trata de una ley que entiende que lo que hagamos ahora, fuera de los hospitales, determinará lo que ocurra después, dentro de ellos.

En segundo lugar corresponde destacar su enfoque solidario. Comunidad proviene de communitas, del latín munus. El “munus” era el tributo que se debía pagar por vivir o formar parte de una comunidad. En tiempos de normalidad el munus era entendido como el deber recíproco y la responsabilidad mutua que los ciudadanos se deben entre sí. En tiempos de crisis el munus se re-significaba como ofrenda y era entendido como el sacrificio mutuo que los ciudadanos se deben entre sí en tanto integrantes de una misma comunidad.

Vivir en comunidad es vivir con los demás, abiertos y expuestos a los demás. En estos tiempos de pandemia, nuestro personal de la salud está en la primera línea de esa exposición, ofrendándose y haciéndose cargo de su obligación (munus) para con la vulnerabilidad de los enfermos. Nosotros -todos nosotros, gobierno, políticos, funcionarios, empresarios, trabajadores, jubilados, ciudadanos- tenemos que asumir también nuestra parte de responsabilidad y ofrecerla a la comunidad con idéntico compromiso. Y esto es exactamente lo que hace el proyecto de ley al disponer las medidas tributarias destinadas a crear un Fondo para la protección social y sanitaria de todos los uruguayos.

Por último no quiero dejar de mencionar el enfoque profundamente humanista del proyecto remitido por el Gobierno. Se trata de una iniciativa inspirada en el principio de que toda vida importa. De que si nos olvidamos de uno, nos olvidamos de todos. De que nada tiene valor cuando la vida humana no la tiene.

El presente es “don y tarea” decía Kierkegaard. En estos momentos esa tarea es vital, en el exacto sentido del término. El padre del existencialismo no nos pide que dejemos de criticar la realidad, sino que la crítica la hagamos desde el compromiso, no desde la ironía (simulación). No se trata de ser complacientes sino simplemente de tomarnos en serio las cosas, en especial si queremos transformarlas.

Fernando Mires lo dice bien: “En tiempos de pandemia global la política no desaparece. De lo que se trata, en todo caso, es de poner la política al servicio de la supervivencia y no la supervivencia al servicio de la política”.

Vivimos tiempos de realidad y compromiso, de vocación y solidaridad. No hay espacio para la simulación o la mezquindad. La crisis que enfrentamos es un riesgo, es cierto, pero también una nueva oportunidad para descubrir de qué estamos hechos.

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