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Madeleine Albright: "Un fascista es un matón con ejército"

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Madeleine Albright

Dirige una firma de estrategia empresarial, en Washington

Nacida en Praga en 1937 y educada en Estados Unidos, Marie Jana Korbelová —Madeleine Albright— fue la primera mujer secretaria de Estado del país más poderoso del mundo.

Madeleine Albright (Praga, 1937) ha sentido el totalitarismo de cerca. Huyó de él dos veces y lo ha visto frente a frente en más de una ocasión. Ha sido embajadora ante Naciones Unidas, la primera mujer en dirigir la diplomacia estadounidense (1997-2001, durante la Administración de Bill Clinton) y el primer alto cargo de un Gobierno de Estados Unidos en visitar Corea del Norte para tratar de abrir una negociación. En el libro Fascismo. Una advertencia (Ediciones Paidós) aborda un concepto gaseoso, a menudo banalizado, del que hoy ve destellos preocupantes. Se encuentra en esa estación de la vida en la que uno emplea palabras gruesas con un reposo que desarma, como cuando dice que Donald Trump es el presidente estadounidense más antidemocrático de la historia moderna. O cuando asegura, en una frase ya famosa, que hay un lugar especial en el infierno reservado para las mujeres que no apoyan a otras mujeres. Lo dijo en un acto de campaña electoral de Hillary Clinton y le llovieron las críticas. "Se malinterpretó como que había que votar a otra mujer porque sí. Pero yo no hubiera votado a Sarah Palin ni aunque fuera la última persona sobre la tierra", explica.

Este es un resumen de la entrevista.

—¿Cree que se presta poca atención al sexismo entre las mujeres?

Me he encontrado que con frecuencia las mujeres no se ayudan entre ellas. Yo fui madre de gemelos y, después de eso, volví a estudiar, y quienes me lo ponían más difícil eran mujeres, que me preguntaban por qué no estaba con mis hijos. Una parte de ello tiene que ver con los celos, otra es una proyección de la propia debilidad.

Su voz suena limpia y fuerte en su oficina de Albright Stonebridge Group, una firma de estrategia empresarial con sede en Washington, a tres manzanas de la Casa Blanca. En una de las paredes reposa enmarcada una copia del registro de entrada a Estados Unidos de varios ciudadanos correspondiente al 11 de noviembre de 1948. Entre los nombres figura Marie Jana Korbelová, una niña de 11 años que nació en Praga cuya familia pedirá asilo político en Estados Unidos, huyendo del comunismo. Antes había escapado del régimen nazi. Es Madeleine Albright, una de las mujeres más poderosas del siglo XX.

—¿Qué es el fascismo?

Madeleine Albright:

Madeleine Albright
“Las sociedades son más estables cuando las mujeres tienen el poder político y económico. No es fácil. Se necesitan más mujeres en la sala”.

—Un fascista se identifica como miembro de un grupo tribal y dice que ese grupo encarna una nación. Un líder así hace todo lo posible por dividir a la gente en lugar de unirla. Y lo que separa a un fascista de un dictador es el uso de la violencia con el fin de conseguir o mantener lo que quiere. El modo más fácil de definirlo es como un matón con ejército.

—Algunos de esos elementos suenan familiares. Recuerdan a ciertas políticas en Europa y Estados Unidos, pero ¿cree que la vuelta del fascismo es un riesgo real en democracias consolidadas como esta?

—El libro se llama Fascismo. Una advertencia, y hay quien lo ve alarmista. Pero está hecho a propósito, porque si empezamos a pensar que dividir a las sociedades es normal y que es una forma de solucionar problemas, corremos un grave peligro. Un líder de tendencias fascistas es probable que mantenga las divisiones y encuentre a algún grupo como cabeza de turco. Ahora, en Europa y Estados Unidos estos son los refugiados o los inmigrantes. La mejor cita del libro es de Mussolini, quien dijo: "Si desplumas a un pollo pluma a pluma, nadie lo nota". Y creo que en la actualidad se están quitando muchas plumas en muchos sitios. En Hungría, (Viktor) Orbán cree que lo está haciendo bien y no quiere saber nada de las minorías. Se define como democracia iliberal y eso significa, básicamente, que manda la mayoría y no hay derechos para las minorías.

—Usted y su familia han escapado dos veces de regímenes totalitarios. ¿De qué manera la ha marcado eso?

—De todas las maneras. Cuando los nazis llegaron hasta Checoslovaquia en 1939, yo tenía dos años, mi padre era un diplomático checoslovaco y quería estar con el Gobierno en el exilio, en Londres. Pasamos allí la guerra. Volvimos a Checoslovaquia y en 1948 se produjo el golpe comunista. Mi madre, mis hermanos y yo fuimos por un tiempo a Inglaterra y después, como la ONU estaba en Nueva York, nos instalamos allí. Mi padre llegó un poco más tarde, desertó y pidió asilo político. Todo eso ha afectado a mi vida. En primer lugar, creo en la bondad de Estados Unidos y en ese país como modelo de buenos valores. Checoslovaquia fue traicionada en el acuerdo de Múnich, que británicos y franceses firmaron con alemanes e italianos sobre las cabezas de los checoslovacos. Y Estados Unidos no estaba ahí. Cuando vivíamos refugiados en Londres se produjo el bombardeo y finalmente los estadounidenses llegaron a Europa para tomar parte en la guerra, y todo cambió. Así que siendo una niña noté la diferencia que marcó esa llegada de los americanos. Mi padre solía decir: "En Inglaterra la gente es muy amable, nos dice: Siento mucho que tu país haya caído en manos de un dictador terrible, eres bienvenido, pero… ¿cuándo vuelves a tu casa?". Y en Estados Unidos nos decían: "Lo sentimos mucho, pero… ¿cuándo te convertirás en ciudadano estadounidense?". Mi padre me decía que eso es lo que ha convertido a Estados Unidos en un país distinto. Esto me lleva a lo que pasa ahora, y es que el número de inmigrantes que vienen a este país es el más bajo de la historia y eso, para mí, es antiamericano. Es una de las cosas que me molestan de lo que pasa hoy.

—¿Qué aprendió de sus padres?

—Lo que más admiro de ellos es cómo convirtieron en normal lo anormal.Tenían una gran resistencia. Recuerdo que mi madre estaba preocupada todo el tiempo. Es algo que entonces no entendía y ahora sí. Vivíamos en Denver (Colorado) y no teníamos parientes. Mi madre decía que todos eran viejos y habían muerto. Cuando me nombraron secretaria de Estado, un periodista, Michael Dobbs, se puso a escribir un perfil sobre mí y descubrí no solo mi origen judío, sino también que 26 miembros de mi familia habían muerto en campos de concentración. Mis padres se habían convertido al catolicismo después. Cuando me enteré, ya habían muerto.

—Desde esa experiencia vital, ¿qué piensa del enfoque no solo de Trump, sino de muchos políticos de la izquierda estadounidense, que rechazan que Estados Unidos tenga que hacer de "policía del mundo"?

—Los estadounidenses no quieren ser la policía del mundo, ni quieren gobernar el mundo, se lo puedo asegurar. Clinton fue el primero en decir que éramos la nación indispensable, pero "indispensable" no significa "sola". Significa que debemos estar implicados, tener alianzas con los socios adecuados y acciones multilaterales. Trump juega a decir que nadie nos lo agradece, que qué tenemos que ver con países de los que no hemos oído hablar, y que somos víctimas. Es ridículo, somos el país más poderoso del mundo.

—¿Qué aspectos del Gobierno de Trump le preocupan más?

—No creo que Trump sea un fascista, creo que es el presidente estadounidense más antidemocrático de la historia moderna. Él no creó las condiciones que le llevaron a ser elegido. Ya había divisiones en nuestra sociedad, algunas basadas en las crisis o en avances tecnológicos que llevaron a la gente a perder su empleo. Trump no respeta las instituciones, se cree por encima de la ley, llama a los periodistas enemigos del pueblo y culpa a los inmigrantes. Hay aspectos muy preocupantes. Lo que lógicamente no ha hecho Trump es usar la violencia.

—¿Qué espera de las negociaciones para la desnuclearización de Corea del Norte?

—La cumbre de Singapur del pasado junio ha sido de momento una victoria para Kim Jong-un. Trump ya ha dado algo, ha dejado de realizar ejercicios militares con nuestros aliados. Pero no está claro lo que Corea del Norte ha dado a cambio. Yo fui el primer miembro de un Gobierno estadounidense en visitar Corea del Norte y las negociaciones con sus dirigentes son muy duras. No sabemos cuál va a ser el papel de China. Queríamos que nos ayudaran con todo esto, pero Trump los está castigando con aranceles. Resulta todo confuso, pero es mejor hablar con Kim que llamarle "hombre cohete".

—¿Cómo ve esa química que Trump parece sentir con Vladímir Putin?

—Está más allá del entendimiento. Conozco a Putin, es muy inteligente y ha jugado una baza débil muy bien jugada. Es un agente del KGB, sabe cómo usar la propaganda, ha menoscabado no solo las elecciones estadounidenses, sino a Europa, pero también es muy interesante ver lo que ha hecho en Medio Oriente, donde los rusos se han convertido en una especie de grandes actores. Hay mucho debate en Estados Unidos sobre cuál es la base de esa relación y parte de ella es que Trump halaga a Putin y Putin halaga a Trump. Eso es lo que la gente quiere que se investigue.

—¿Es usted feminista desde que recuerda o ha sido un proceso?

—Ambas cosas. Cuando fui a la Universidad creía que las mujeres eran capaces de hacer lo que quisieran, pero en la siguiente generación el proceso fue más incisivo. Para mí, que tengo 81 años, se trataba de intentar averiguar cómo crecer haciendo cosas interesantes. Soy feminista. Hay a quien no le gusta esa palabra, pero no es una mala palabra. No creo que el mundo deban dirigirlo solo mujeres. Quien lo crea se ha olvidado de cómo era el instituto, con todas aquellas chicas mandonas diciendo a todo el mundo lo que había que hacer… Es importante que haya una colaboración entre hombres y mujeres.

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