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Los uruguayos de la primera clase del Titanic

Centenario. Hace un siglo morían Ramón Artagaveytia, Francisco y José Pedro Carrau en el naufragio más famoso de todos los tiempos. Los tres formaban parte de la alta sociedad uruguaya

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ANDRÉS LÓPEZ REILLY

En un día como hoy, hace 100 años, tres miembros de la alta sociedad uruguaya morían en el naufragio del Titanic. Ramón Artagaveytia, Francisco y José Pedro Carrau estaban entre los 1.500 fallecidos que creyeron que el buque era "inhundible".

Eran las 13:00 horas del 10 de abril de 1912 cuando el coloso inició su lenta marcha ante la mirada de miles de personas que se habían congregado en el puerto de Southampton, al Sur de Inglaterra. Rumbeó hacia el Canal de la Mancha para dirigirse a Cherburgo, donde desembarcarían algunos pasajeros y embarcarían otros. Allí, abordó el ciudadano uruguayo Ramón Artagaveytia, un acaudalado estanciero que vivía desde hacía tiempo en Argentina. Llevaba un boleto de primera clase en su mano: el 17.609.

Artagaveytia había cumplido 72 años en julio. Era hijo de Ramón Fermín Artagaveytia y María Josefa Marcisa Gómez y Calvo. Tenía dos hermanos, Adolfo y Manuel, el primero de ellos un conocido médico.

La vida de Ramón Artagaveytia estuvo vinculada desde siempre con el mar. Según una leyenda familiar, justo antes de su muerte, su abuelo le regaló un remo con la siguiente dedicatoria: "Si sabes cómo usarlo, nunca pasarás hambre. Tus ancestros siempre sobrevivieron gracias al mar. Este es tu destino. ¡Síguelo!".

Ya había estado en un naufragio célebre, el del vapor América, que se incendió y perdió en 1871 cerca de Punta Espinillo, "casi a la vista de Montevideo", según la prensa de la época. Los periódicos aseguraron que el América estaba compitiendo contra otro barco en la bahía de Montevideo y que las altas presiones de las calderas provocaron el incendio. Viajaban 114 personas en primera clase, 20 en segunda y 30 en la "popular". Sólo 65 pasajeros sobrevivieron: Artagaveytia escapó arrojándose al mar y nadando por su vida. Pero muchos pasajeros se quemaron terriblemente y el episodio lo dejó marcado para siempre.

Según la Encyclopedia Titánica (la nómina en inglés de los pasajeros del Titanic), Artagaveytia había viajado a Europa a visitar a su sobrino en el Consulado Uruguayo en Berlín. El 9 de febrero de 1912, dos meses antes de zarpar en la maravilla "inhundible", le escribió en una carta a su primo Enrique en la que dejaba en claro que aún no se había recuperado emocionalmente de la tragedia del América, ocurrida 41 años atrás.

"Al fin voy a poder viajar. Y sobre todo voy a poder dormir tranquilo. ¡El hundimiento del América fue terrible!... Las pesadillas continúan atormentándome. Incluso en los viajes más tranquilos despierto en la noche con terribles pesadillas y siempre oyendo la misma palabra: ¡fuego, fuego, fuego!... Incluso llegué a pararme en la cubierta con mi salvavidas puesto…".

La correspondencia también expresaba su confianza en el "nuevo" sistema de comunicación que revolucionaba al mundo: el telégrafo inalámbrico Marconi.

"Enrique, no puedes imaginar la seguridad que el telégrafo brinda. Cuando el América se hundió, justo enfrente de Montevideo, nadie contestó a las luces de ayuda. Quienes nos vieron del barco Villa del Salto, no contestaron a nuestras señales de luz. Ahora, con un teléfono a bordo no volverá a suceder. Podemos comunicarnos instantáneamente con el mundo entero."

Aún sin haber superado la tragedia del América, Artagaveytia dedicó los últimos años de su vida a conocer otros destinos. Tuvo una existencia errante, viajando entre su tierra natal, Argentina y Europa. Sin embargo, esperaba pasar sus últimos días en Uruguay. Por eso, de uno de esos viajes trajo a Montevideo un monumento funerario que hizo erigir en el Cementerio Central y a cuyo pie esperaba descansar, algún día, en la paz cálida y familiar de su tierra nativa. La majestuosidad del trasatlántico más grande del mundo, con sus 45.000 toneladas de desplazamiento, 252 metros de eslora y 26 de manga, era el comentario de todos los pasajeros a bordo. El Titanic tenía cinco pisos unidos entre sí por ascensores eléctricos y un boletín informativo con varias ediciones diarias que reproducía noticias de Europa y América, recibidas a través de su "potente aparato radiotelegráfico".

El 11 de abril, al otro día de embarcar, Artagaveytia le escribía a su amigo Adolfo:

"Cerré mis ojos y subí a bordo en este barco gigantesco. Uno de los maleteros tomó mi valija y la subió al tercer piso. Fuimos al comedor Saloon C. Mi cabina es muy confortable. Está calefaccionada eléctricamente. Está prendida en la noche porque hace mucho frío. Conocí un diplomático mejicano, y un Sr. Amigo de Díaz."

Probablemente en la transcripción de la carta original exista un error, pues la persona mencionada no integra la lista de pasajeros del Titanic. Un día después, Artagaveytia tomaba papel y lápiz para anotar lo siguiente: "Atravesé los corredores para poder ver todos los cuartos. Algunos de los muebles estaban hechos de madera. Las sillas verdes eran muy hermosas. Ahora puedo ver Irlanda. Y termino de escribir esta carta."

LOS CARRAU. Ramón Artagaveytia viajaba solo. Pero en más de una oportunidad se cruzó en las cubiertas y fastuosos salones del Titanic con los otros dos uruguayos a bordo: los jóvenes Francisco y José Pedro Carrau.

A los 28 años, Francisco Carrau Rovira dirigía la pujante distribuidora de alimentos Carrau & Cía (fundada en 1843), incluso siendo el menor de ocho hermanos. Quienes lo conocían decían que era un joven brillante y hábil empresario. Para 1912, Carrau & Cía ya estaba fuertemente consolidada en el mercado local. La misma familia dirige la firma en la actualidad, siendo la compañía privada más antigua del país.

Sin compromisos amorosos o conyugales, Francisco recorría Europa en viaje de negocios junto a su primo José Pedro, un imberbe de 16 años que lo acompañaba bajo el pretexto de ser su secretario personal. Pero era claro que los unía más que una relación de negocios. Francisco le había prometido a su tío devolverle a José Pedro "siendo un hombre". Sus sueños jamás se harían realidad.

Tanto Artagaveytia como los jóvenes Carrau abordaron el Titanic sin tener un camarote asignado. Éstos últimos lo hicieron en Southampton.

Muchas cosas habían estado desordenadas en aquel viaje inaugural de un coloso que pretendía unir Europa con Estados Unidos en un tiempo récord. Sin demasiado apuro, Francisco llamó la atención de una persona con la autoridad necesaria y la amenazó con causar un gran alboroto si el problema no se solucionaba rápidamente. Aparentemente, sus cabinas les fueron asignadas a los pocos minutos de ese incidente.

El 11 de abril, Francisco tomó una hoja membretada de su camarote con el logo azul de la White Star Line y le escribió una carta a su hermano Pedro, quien se encontraba en Montevideo, pidiéndole le enviara noticias de la familia y excusándose por no haberle podido escribir con más amplitud durante su viaje por Europa. La carta bajó en la primera escala europea del Titanic y llegó a Montevideo mucho después de la tragedia, al igual que un reloj de bolsillo que había dejado a reparar Francisco en Europa y que aún conserva Ernesto Carrau, heredero de su sillón en la compañía.

LAS PRIMERAS NOTICIAS. Los diarios de Montevideo comenzaron a difundir las noticias de la tragedia del Titanic dos días después de su hundimiento. Algunos se mostraron al principio más confundidos que los propios náufragos flotando en la noche del Atlántico Norte. Así, el diario "La Democracia" tituló el martes 16 de abril: "Naufragio del vapor Titanic con 3.150 pasajeros y tripulación a bordo. ¡Todos salvados!".

Tres días después, el diario no solo informaba sobre el balance de víctimas: ya era vox populi que había tres uruguayos en la tragedia. Y que el número de pasajeros era sensiblemente menor al informado en el primer parte de prensa: viajaban en el Titanic unas 2.200 personas, de las cuales solo 700 sobrevivieron.

"Cuando llegó la noticia de haber naufragado el Titanic, pensamos en los remotos hogares desolados, en el escenario aterrador del suceso lejano. Ni un momento se nos ocurrió que habrían de ser devoradas por el abismo personas de nuestra sociedad, de nuestra relación, que nos estuvieran ligadas por vínculos de afecto y por la coincidencia en anhelos políticos", señalaba "La Democracia", en alusión a la desaparición de Ramón Artagaveytia, conspicua figura del Partido Nacional al cual respondía el desaparecido periódico.

"Cuando la política uruguaya se estremecía, se presentaba la borrascosa política o la ola revolucionaria, Ramón Artagaveytia acudía a aportar el supremo esfuerzo, el caudal de sus robustas energías morales e intelectuales y el aporte de sus recursos", añadía el diario.

El veterano militante fue miembro activo del Comité de Guerra de 1897 y volvió a serlo en 1904, en la revolución que terminó militarmente en la batalla de Masoller. "Pero el hombre tan pródigo de sus energías, como de su dinero, en servicio de su partido político, jamás le pidió nada para sí. En ninguna forma fue a reclamar su recompensa el día de las distribuciones, ni siquiera en la forma de un puñado de renombre, de gloria, o de esa falsa e ilusionante gloria del elogio periodístico", subrayaba el periódico del Partido Nacional.

Los familiares no perdieron las esperanzas hasta último momento. Artagaveytia había escrito poco antes a su familia anunciando el propósito de emprender un viaje de placer por Estados Unidos aprovechando la salida del Titanic. Pero la llegada de la carta coincidió con la noticia de la catástrofe, por lo que sus hermanos dudaron que hubiera subido al transatlántico. Telegrafiaron a Londres por intermedio del Banco Español del Río de la Plata y el 17 de abril recibieron una respuesta que no dejaba lugar a dudas: Artagaveytia figuraba en la lista de pasajeros.

El mismo día, el diario "El Siglo" revelaba que los Carrau también se hallaban a bordo.

"Estos señores se encontraban hace algún tiempo en Europa de donde, según noticias, debían emprender viaje a Estados Unidos. La catástrofe ocurrida en el vapor Titanic hizo sospechar, dadas las coincidencias de las fechas de salida de ese buque y el anuncio de la partida de los estimados compatriotas, que éstos se encontraran a bordo. Se telegrafió a Londres y de allí los señores de Carrau & Cía recibieron ayer un despacho en el que se expresó más o menos lo siguiente: `Francisco Carrau y José Pedro Carrau se hallaban a bordo del Titanic. No hay noticias de los pasajeros pero sí grandes esperanzas de hallarlos a salvo`".

El periódico católico "El Bien" se refería a la noticia cuatro días después, en una columna titulada simplemente "Francisco y José Pedro Carrau".

"Desgraciadamente tienden a confirmarse las primeras noticias transmitidas por el hilo telegráfico, acerca de la desaparición en el naufragio del Titanic de los dos distinguidos compatriotas con cuyos nombres encabezamos estas líneas. La triste noticia agrega así un nuevo motivo de pesar para nuestra sociedad ya conmovida por la dolorosa repercusión que la terrible catástrofe suscitó en todo el mundo civilizado. Comerciantes honestísimos que a su inteligencia unían un carácter noble y un espíritu abierto a las inspiraciones del bien, los dos estimados compatriotas habían logrado vincular por tan bellas cualidades, su nombre y su persona al recuerdo y al afecto de nuestra sociedad. De ahí el unánime sentimiento de pesar con que ha sido acogida la sensible nueva que a nosotros, además de dos honestos comerciantes y de dos buenos amigos, nos recuerdan a dos distinguidos católicos que junto a nosotros lucharon bajo la misma bandera y por el triunfo de los mismos ideales."

El cuerpo de Artagaveytia fue repatriado y enterrado en el Cementerio Central de Montevideo. Los de los Carrau nunca fueron recuperados.

El cuerpo de Artagaveytia

El cuerpo de Ramón Artagaveytia demoró más de 60 días en llegar a Uruguay. El buque Vasari ancló en el puerto de Montevideo en la noche del 17 de junio y el ataúd fue desembarcado ante la presencia de un numeroso grupo de amigos y familiares, que luego fueron en lenta marcha hacia la casa del hermano del difunto, Manuel Artagaveytia, donde el muerto sería velado hasta la mañana siguiente. El 18 de junio, los familiares publicaron un suelto en los principales diarios de la ciudad invitando al entierro que tendría lugar en el Cementerio Central, a las 10:30 horas. Como dato curioso, rogaban "no enviar coronas".

Actualmente, Ramón Artagaveytia descansa en su tierra natal y en la tumba en la que siempre quiso estar: el sepulcro 397 del Cementerio Central. El padrón del camposanto indica que no se lo pudo reducir en 1937 porque el cadáver se encontraba en "estado momia". Por fin el 20 de julio de 1962, sus restos fueron reducidos a cenizas.

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