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Treinta años después, poco cambió

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Foto: El País

OPINIÓN

El Mercosur sigue siendo muy poco más que haber llevado a nivel de bloque, los conceptos implícitos en los acuerdos bilaterales que lo precedieron: el Cauce con Argentina y el PEC con Brasil.

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El presidente uruguayo Luis Lacalle Herrera, firmante del Tratado de Asunción que dio origen al Mercosur, escribió el pasado 21 de marzo en este diario una columna referida al trigésimo aniversario de aquél hito, titulada: “Los firmantes padecimos de un excesivo optimismo”. En esa columna Lacalle Herrera expresa que ese excesivo optimismo consistió en “fijar metas tales como la constitución a corto plazo de un mercado común”. Consideró como “los principales obstáculos para su logro”, a crisis internas e internacionales, al conflicto argentino uruguayo por la instalación de las plantas de celulosa, a la institucionalización de un Parlamento vacío de facultades y a la politización que condujo a la incorporación de Venezuela.
Más allá de la veracidad de todos esos hechos, creo que el optimismo estuvo, en realidad, depositado en creer que los firmantes y especialmente sus sucesores serían abanderados de la libertad económica que era condición necesaria y decisiva para el éxito del proyecto.

A poco de comenzar, unos lo empezaron a violar con la excusa de crisis internas (la memoria me lleva hasta mediados de los ´90, con Argentina imponiendo la “tasa estadística” a las importaciones, incluidas las realizadas desde sus socios) y otros, en vez de responder con más apertura, aprovecharon para compensar con sus propios pecados.

Treinta años después, el Mercosur sigue siendo muy poco más que haber llevado a nivel de bloque, los conceptos implícitos en los acuerdos bilaterales que lo precedieron: el Cauce con Argentina y el PEC con Brasil. Que, a su vez, habían sido en su momento la escalada a nivel bilateral de la vieja y fracasada política de sustitución de importaciones. Mantenemos muros altos hacia fuera del barrio y casi nulos entre los vecinos, pero con reiteradas burlas a estos últimos por la vía administrativa, además de arancelariamente, mediante tasas estadísticas, consulares y otras yerbas.

De este modo, ya no son los consumidores del país A los que subsidian a los productores del país A (primera sustitución de importaciones), y tampoco ocurre que los consumidores de A subsidian a los productores de B y recíprocamente (modelos PEC y Cauce). Desde hace 30 años y aún hoy, los consumidores de A subsidian a productores de B, C y D, a cambio de que los consumidores de B, C y D subsidien a los productores de A, y recíprocamente. Un verdadero intercambio de privilegios e ineficiencias.

Hace 30 años, y desde mi punto de vista, el argumento central para adherir al Mercosur consistió, por un lado, en que no podíamos quedar fuera de él porque en tal caso Argentina y Brasil nos sustituirían respectivamente en el comercio que manteníamos con cada uno de ellos. Y, por otro lado, que el Mercosur podría ser una plataforma de aprendizaje para las empresas que, con el tiempo, se verían crecientemente expuestas a la competencia. Claro, para ello, se debía dar un doble proceso de convergencia hacia la eliminación de excepciones al régimen general de comercio entre los socios, y hacia la reducción de los aranceles externos comunes para alcanzar los niveles, por ejemplo, de Chile. La prueba del nueve del fracaso del Mercosur está dada por el hecho de que 30 años después, Chile no sea miembro pleno del bloque.

Hoy estamos conceptualmente igual que en el inicio: sustituyendo importaciones a escala regional, con los consumidores de cada miembro subsidiando a los productores de los otros. Con numerosas industrias uruguayas que son rehenes de los mercados vecinos en vez de tener en ellos “mercados cautivos”, como se creyó que ocurriría. Industrias que en muchos casos no tienen mercados alternativos, porque el diseño del bloque no les ha generado incentivos para buscarlos. Y que están a merced de que un funcionario de un país vecino autorice importaciones o que el control de cambios que dos por tres imponen permita que les exportemos.

Treinta años después, seguimos siendo dependientes comercialmente de nuestros vecinos, aún cuando en apariencia les exportamos fracciones menores de nuestras ventas al exterior: para algunas industrias, y para quienes trabajan en ellas, esa exportación lo es todo, igual que lo era en el inicio. Y el riesgo de terminar con esas industrias y perder esos empleos (que no son pocos) sigue, como entonces, volviendo imposible “dejar el Mercosur”, como a veces se escucha con frivolidad y poco análisis.

Los caminos que habría por delante, y que resultarían satisfactorios (v.gr. crecer, exportar, generar empleos) para nuestro país, son dos. Uno, volver al origen del acuerdo y empezar ya mismo un proceso de convergencia rápida hacia un arancel externo común como el chileno. Y que el bloque busque acuerdos comerciales con otros bloques o países. Dos, permitir a los miembros que celebren acuerdos comerciales por sí mismos con otros países o bloques.

En caso que no se desee transitar por alguno de esos caminos, el Mercosur seguirá siendo un “lastre” como bien lo definió el presidente Lacalle Pou en la cumbre reciente. Y, con las filosofías e ideas prevalecientes hoy día en los gobiernos de cada uno de los países miembros, ese lastre está ubicado en la Argentina, cuyo presidente no en vano se dio por aludido ante la definición del nuestro.

Pero, en definitiva, ¿a quién puede sorprender que Argentina no quiera un Mercosur abierto y eficiente cuando en sus propias políticas son cerrados e ineficientes?, y ¿cómo va a querer integrar el Mercosur al mundo cuando Argentina se aísla comercial y financieramente del mundo?

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