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Industrialización y desarrollo no equivalentes

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Los países pueden ser clasificados según variados indicadores.

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Una cruda versión de ello, cada vez más en desuso, es entre países industrializados, países de industrialización reciente y los que aún no lo son. En esta lógica, la industrialización es sinónimo de desarrollo. La industrialización es buena, su falta es mala. En esta nota pongo en duda esta noción de que la industrialización es sinónima de desarrollo económico en el siglo XXI. Las ideas que expongo provienen de un estudio reciente de Raphaël Franck y Oded Galorb publicado en el Journal of Monetary Economics (“Flowers of evil? Industrialization and long run development”). Franck forma parte de la Universidad Hebrea de Jerusalem y Galorb de la Universidad de Brown en Estados Unidos.

La visión convencional indica que la prosperidad de las naciones está estrechamente ligada al momento en que pasaron de una etapa agrícola de desarrollo a la industrialización de su sistema productivo. Sin embargo, al considerar el desarrollo de regiones dentro de economías avanzadas, la evidencia resulta mucho más débil y el efecto beneficioso de una industrialización temprana más dudoso. Algunas regiones particularmente prósperas en el siglo XIX, han experimentado una disminución en su desarrollo comparativo en las últimas décadas. En Estados Unidos, un ejemplo de esto es el área del Rust Belt (cinturón de óxido) famosa por la producción de acero y la industria pesada. Otros ejemplos incluyen el valle del Ruhr en Alemania o las Midlands en Inglaterra.

Ir más allá de la casuística requiere una estrategia de investigación que permita identificar el fenómeno estudiado. Para ello, Frank y Galorb aprovechan que la difusión de las máquinas de vapor en la Francia del siglo XIX no se dio geográficamente en forma homogénea. Este país tiene algunas características que lo hacen particularmente propicio para este estudio. En primer lugar, ya en 1790, el territorio francés se dividió en unidades administrativas de tamaños similares. Estas fueron diseñadas para que la distancia de viaje a caballo desde cualquier lugar dentro del departamento hasta su principal centro administrativo no excediera de un día. Debido a ello, es posible observar más de 80 unidades regionales cuya frontera geográfica no es producto de su nivel de riqueza o capacidad productiva. Segundo, Francia fue sometida a una intensa política de unificación, lo cual permite asumir que diferencias posteriores en el desarrollo relativo de las regiones no son causadas por diferentes características culturales o institucionales de las regiones. Finalmente, Francia fue uno de los primeros países en industrializarse lo que permite una perspectiva de largo plazo.

El estudio aprovecha la evidencia histórica sobre la difusión regional de la máquina de vapor que muestra variaciones exógenas en la intensidad de su uso entre áreas administrativas. El punto de partida fue la primera máquina de vapor que funcionó con éxito para uso comercial en 1732 en Fresnes-sur-Escaut en la región Norte-Paso de Calais.

La investigación sugiere que las regiones que se industrializaron más intensamente experimentaron mayores ingresos per cápita en las décadas posteriores, según mediciones correspondientes a 1860, 1901 y 1930. Sin embargo, la industrialización tuvo un efecto adverso en el ingreso per cápita en el período posterior al 2000.

Una vez establecido este resultado adverso, contrario a la visión más tradicional, es necesario establecer los canales a través de los cuales se materializa. Es decir, es necesario explicar cuál es su causa. Según los investigadores, la misma radica en la especialización en industrias intensivas en mano de obra no calificada, en contraposición a otras formas que requieren mayor capital humano y son más intensivas en habilidades y conocimiento. Al cabo de décadas, esto resultó en un fenómeno dual en lo tecnológico y lo cultural. La persistencia de industrias intensivas de baja calificación, y la inercia cultural, generó una menor predisposición a la inversión en capital humano.

En definitiva, la adopción temprana de tecnologías industriales favoreció el desarrollo económico a corto y mediano plazo, pero generó una menor aspiración educativa que limitó la transición productiva a los sectores más dinámicos del siglo XXI. El dilema entonces no es industrialización sí o no, sino entre tipos de industrialización.

En Uruguay, al igual que en otros países relativamente menos desarrollados, las formas de producción que se incorporen son claves para el desarrollo futuro. No es necesario, ni conveniente el desarrollo en base a mano de obra barata y de baja habilidad. Por el contrario, elevando la vista temporal, pensando en el largo plazo, se debería procurar el desarrollo de sectores intensivos en capital humano calificado. El espíritu empresarial y las habilidades que el sistema educativo genere son las claves para la generación o ausencia de estas ventajas competitivas.

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