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Es tiempo de hablar del largo plazo

Para José Antonio Licandro, sería bueno que en este período electoral que se avecina, los distintos partidos nos cuenten en qué están pensando para salir de esta mediocridad.

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Uruguay
El futuro de Uruguay
Pixabay

José Antonio Licandro

Somos un país que solemos discutir permanentemente de la coyuntura y con mucho menos frecuencia de lo que deberíamos: pensar y discutir sobre el largo plazo, entendido este último como los aspectos que hacen a las cosas estructurales que determinan —en última instancia— nuestro desempeño de largo aliento, más allá de las vicisitudes de corto.

Quizás como país pequeño y relativamente abierto que somos, sufrimos más que otros el síndrome de la cáscara de nuez que flota a la deriva en el océano, expuesta a la suerte de los elementos, exógenos y cambiantes. Pero lo cierto es que tenemos que darnos un tiempo para tener una mirada más estratégica que nos permita navegar en este mundo interconectado y complejo, con el ojo puesto en lo que debería ser nuestro norte: lograr un crecimiento económico sustancialmente mayor al modesto 2% actual.

Somos un país pequeño, pero no una cáscara de nuez sin rumbo. Necesitamos una nave compacta, una buena hoja de ruta y un timonel y su tripulación dispuestos a hacer los sacrificios necesarios y tomar las decisiones adecuadas que nos lleven a buen puerto. Y sería bueno que en este período electoral que se avecina, los distintos partidos nos cuenten en qué están pensando para salir de esta mediocridad.

Afortunadamente la teoría económica, como la experiencia internacional, nos enseñan por dónde va la aritmética del crecimiento: necesitamos invertir más en capital físico, en capital humano y en incorporar progreso tecnológico.

Por el lado del capital humano, donde las proyecciones más optimistas en materia de población nos muestran un futuro de disminución poblacional y aumento de la esperanza de vida, con caída sistemática en la proporción activos/pasivos, la atención estratégica en incrementar el capital humano mediante mayor y mejor educación es el único camino posible.

Sin embargo, llevamos décadas de retroceso en este campo, porque no hemos logrado ponernos de acuerdo hacia dónde ir. La experiencia nos enseñó que con gastar más en educación no alcanza y que se requiere hacer cambios sobre el cómo y el qué. Veremos si las transformaciones actuales logran los resultados que hasta ahora nos han sido esquivos.

Condiciones sine qua non: apertura comercial, estabilidad macro y reglas de juego

De nuevo, la teoría y la experiencia (tanto internacional como la nuestra propia) enseñan que la estabilidad macroeconómica y la de las reglas de juego, junto con la apertura comercial y financiera son clave para lograr atraer inversión y progreso técnico. Por más trillado que sea, no podemos dejar de mencionar que para nuestro escaso tamaño estos ingredientes son imprescindibles.

La apertura comercial implica lograr acuerdos con otros países que nos permitan competir con nuestros productos en condiciones favorables, ya que el tamaño de nuestro mercado interno es muy pequeño como para lograr niveles de inversión elevados y eficientes que habiliten un crecimiento razonable à la Robinson Crusoe.

Nuestra experiencia de sustitución de importaciones en la segunda mitad del siglo pasado mostró el vuelo corto de este tipo de políticas para atraer inversión y generar empleo para países de pequeña escala como el nuestro, así como el alto costo que ello impone a los ciudadanos como consumidores en materia de pérdidas de bienestar.

En este campo me preocupan algunos comentarios políticos recientes que parecen querer volver a proteger industrias que no han logrado sobrevivir a la competencia internacional. Si el camino es abrirse al mundo para agrandar mercados, posturas proteccionistas son estrategias contradictorias, entre otras cosas porque los acuerdos comerciales conllevan reciprocidades. Nadie te va a dar preferencias sin contrapartida. Para quienes pretenden insistir con el proteccionismo, sería bueno que pusieran atención en el renovado fracaso de nuestros hermanos argentinos en esta materia, recordatorio vívido de que por acá no nos va a ir bien.

Por otra parte, seguimos insertos en el Mercosur, que es un verdadero lastre para la estrategia de apertura que necesitamos para crecer más, porque sus principales socios han apostado por mantener cerrado el bloque. El sueño uruguayo de usar al Mercosur como plataforma para abrirse al mundo terminó siendo una pesadilla. En efecto, no solo es un bloque cerrado en el que ni siquiera se respetan las normas internas, sino que tampoco nos deja avanzar de manera unilateral, en una reacción más propia del perro del hortelano que de un socio comercial comprensivo que entiende nuestras necesidades. Pensar en abandonar el estatus de socio pleno y pasarse al de asociado al bloque hoy debería ser evaluado con mucha seriedad.

Para crecer, nuestro país más necesita abrir nuevos y más dinámicos mercados con el objetivo de expandir nuestra demanda externa potencial, único camino para incrementar las oportunidades de inversión que la satisfagan. Y como sabemos, la mayor inversión siempre va acompañada de mayor demanda por mano de obra. A pesar de los pesares y al costo de competir en desventaja arancelaria, hemos logrado avanzar igual, sobre todo con China, que hoy es nuestro principal socio comercial. Imagínense todo lo que podríamos seguir avanzando tanto con China como otros países si lográramos buenos acuerdos.

Es la única opción en materia comercial para que la aritmética del crecimiento nos ayude.

La estabilidad macroeconómica, entendida como disponer de una moneda de calidad (inflación baja, estable y creíble) y de finanzas públicas bajo control (déficit fiscal reducido que asegure niveles de deuda pública sostenibles y que no impliquen un uso exagerado de recursos para cubrir pagos de intereses) también es relevante. La estabilidad macroeconómica así entendida pone a cubierto al país de sobresaltos en estas variables clave para la evaluación de proyectos de inversión a largo plazo. Con alta inflación y con riesgos elevados de crisis fiscales y de deuda pública, la variabilidad de precios relativos y las elevadas y cambiantes tasas de interés reales requeridas para los proyectos, achican el horizonte económico y con él el portafolios de inversiones que puede ofrecer el país, aunque tenga resueltos amplios acuerdos comerciales. Asimismo, la estabilidad fiscal y monetaria potencian la capacidad de hacer políticas anticíclicas para mitigar las vicisitudes de la coyuntura.

Además, la estabilidad macro y la fiscal en particular, permiten disponer de recursos para mejorar las políticas públicas orientadas a fortalecer la infraestructura física del país y la calidad de nuestro capital humano vía sistema educativo en sentido amplio. Tener buena infraestructura y capital humano de calidad también son importantes para que el país sea atractivo para los proyectos de inversión de los que hablamos antes.

En este campo nos falta consolidar las finanzas públicas, más allá de la inminente reforma de la Seguridad Social y de las recientes reglas fiscales aprobadas y hasta ahora respetadas.

Respecto a la moneda de calidad, tal parece que la experiencia reciente deja claro que si no completamos la reforma institucional del banco central otorgándole autonomía del gobierno de turno, seguiremos exhibiendo los resultados mediocres de las últimas décadas: una inflación rondando la mal llamada “zona de confort”, que seguirá siendo poco propicia para revertir aspectos negativos para el desempeño económico que arrastramos de manera anacrónica, como la indexación de precios y salarios y la dolarización enraizada en nuestro sistema de ahorro/inversión y en varios mercados no transables relevantes, como el de la vivienda.

Por último, es bueno recordar que mantener las reglas de juego estables también es un ingrediente muy importante para que la inversión haga funcionar la aritmética del crecimiento en nuestro favor. Las inversiones de largo plazo requieren de esa estabilidad para proyectarse con menor incertidumbre. En ese sentido los acuerdos de protección de inversiones han funcionado de manera exitosa como ingrediente relevante para atraer capital externo. Sin embargo, en los últimos años y debido a los desarreglos fiscales de la segunda mitad de la década pasada, se cambiaron reglas de juego que significaron aumentos impositivos para los emprendimientos, sobre todo aquellos de capital local, que no están al resguardo de acuerdos de protección con terceros países. Es importante darle garantías también a los inversores domésticos, porque eso asegura que los dividendos empresariales se queden en el país, lo que no solo acrecienta el producto interno bruto sino también —y más importante, quizás—el ingreso nacional.

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