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Demanda por malas políticas

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Foto: Pixabay

Opinión

En los mercados hay productos de mejor y peor calidad. Cada empresa decide el nicho o nichos de mercado donde actuar y cada consumidor decide qué tipo de producto y combinación calidad-precio prefiere. 

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En cierta manera, esto mismo sucede en tiempos electorales. Los candidatos son oferentes de alternativas políticas y los votantes somos demandantes de estas opciones. El problema es que a diferencia de los mercados de bienes, en política no se puede individualmente adquirir y disfrutar al candidato de nuestro gusto, sino que debemos todos juntos convivir con el que resulte electo.

Hay planteamientos políticos con los que se puede estar de acuerdo o en desacuerdo pero que no son de por sí correctos o equivocados. Hay otros que son simplemente malos para la sociedad en su conjunto. ¿Por qué surgen estas propuestas de mala calidad? La respuesta tradicional es que las políticas ineficientes son provocadas por malas instituciones (por ejemplo, referentes al sistema de elección, representación popular, transparencia y rendición de cuentas) o resultado de los propios intereses de los políticos de proponer políticas inadecuadas. Estas respuestas ponen el foco en la oferta de malas políticas.

En un documento de investigación de reciente publicación en el Review of Economic Studies se estudia la contracara de este fenómeno: la demanda por malas políticas. Los autores son dos hermanos argentinos Ernesto y Pedro Dal Bó, profesores de la Universidad de California en Berkeley y de la Universidad de Brown respectivamente, y Erik Eyster de la London School of Economics.

La hipótesis que plantean es que un porcentaje relevante de los votantes toman en cuenta solo los efectos directos de las políticas y no consideran cómo otras personas, empresas o instituciones reaccionan a ellas. De esta manera, optan por políticas que les parece que los benefician, pero que en equilibrio (luego que se implementen y los distintos agentes reaccionen a ellas) les serán perjudiciales.

Para testear el resultado hicieron una aplicación de economía experimental con estudiantes universitarios. Les ofrecieron participar primero de un “juego” cuyo resultado (y por lo tanto lo que cobraran por participar) depende de sus decisiones y las decisiones de otros. Las reglas eran tales que lo que racionalmente le convenía a cada jugador generaba un resultado que para el total del grupo era malo. Luego, se les ofrecían si querían pagar “un impuesto” correspondiente a una parte de las ganancias potenciales para jugar otro juego con reglas que fomentaban la cooperación. La mayoría prefirió no pagar y seguir jugando el juego malo a asumir el costo directo y pasarse a un juego bueno donde las interacciones estratégicas llevaban a resultados mejores para la sociedad (en este caso para los jugadores del juego).

Dado que el trabajo empírico refiere a un ejercicio experimental se debe considerar qué tan generalizables son sus resultados, es decir, cuál es su validez externa. Los experimentos se realizaron con estudiantes de universidades de élite y los juegos que se les plantearon fueron sencillos.

Por lo tanto, es de esperar que el ciudadano promedio subestime aún en mayor medida los efectos de equilibrio de políticas públicas complejas.

Los autores proponen varios ejemplos a los que se le aplica esta lógica.
Algunos claramente inspirados en su Argentina natal. Los controles administrativos de precios pueden tener apoyo popular sin considerar las restricciones de provisión que generan luego de implementados. En economía urbana esto se traslada a propuestas de control de alquileres olvidando cómo reaccionan quienes ofrecen viviendas en el mercado y consecuentemente con una visión miope del resultado social final.

Más cercano a los debates actuales en Uruguay, los autores plantean que los votantes pueden no oponerse a que los déficit fiscales se moneticen mediante la impresión de dinero con tal que no se traslade a mayores impuestos inmediatos. Esto se da sin tomar en cuenta que la expansión de la base monetaria generará inflación y afectará su poder adquisitivo.

Similarmente, pueden preferir que se prosiga en un círculo de deuda-nueva para financiar deuda-vieja y nuevos déficit, con tal que no se vean afectados directamente vía mayores impuestos o menor gasto público.
En nuestros tiempos electorales, con una visión optimista, se podría pensar que la competencia entre políticos o los medios de comunicación podrían mitigar la falta de comprensión de los votantes sobre los efectos de equilibrio de las políticas. Sin embargo, podría suceder también lo contrario. Los políticos más que educadores muchas veces solo recogen el guante de ideas que flotan en el ambiente, aún de las ideas técnica o moralmente dudosas. Por su parte, los medios de prensa pueden tender más a complacer que a educar y así ofrecer al lector, oyente o televidente un producto agradable a sus apetitos.

Con una visión más amplia nos resta concluir que la construcción de ciudadanía que requerimos como sociedad solo será posible a través de un sistema educativo con sentido de crítica que incluya formación básica de Economía para todos sus participantes.

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