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Con el artista uruguayo - chileno Pedro Tyler: "Jugar es una manera de aprender".

El creador expuso parte de su obra en el Museo Gurvich, donde la inocencia y la violencia se entrelazan en dibujos y objetos.

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Foto: Leonardo Mainé.

Pedro Tyler da vueltas entre el cuarto y quinto piso del Museo Gurvich atendiendo preguntas e inquietudes de quienes se hicieron presentes para la inauguración de la muestra que comparte con el artista israelí Avi Sabah, titulada "Siempre con nosotros". No hace mucho que llegó de Chile, donde vive, para dar comienzo a esta muestra, y aún luce como recién aterrizado. Pero no tarda mucho en asentarse al ritmo montevideano.

Tyler tal vez no sea un nombre mainstream en el ambiente artístico nacional, pero al decir de más de un entendido tiene potencial para serlo. El año pasado, por ejemplo, formó parte de los artistas destacados en la feria EsteArte en José Ignacio, una vidriera importante para muchos creadores. Porque Tyler, más allá de su arraigo trasandino (además de vivir allende la cordillera de Los Andes, también su mamá es chilena), nació y creció en Uruguay.

Viene de una familia numerosa: en total son ocho hermanos, siete varones y una mujer (él es el antepenúltimo en nacer). La infancia transcurrió primero en Punta del Este y luego en Montevideo. Y esa primera parte, probablemente, fue el fundamento en el cual se asentó para su actual identidad como artista.

Los primeros años fueron agrestes. Tyler, sus hermanos y amigos tenían que recurrir tanto a la imaginación como a la motricidad para hacerse de juguetes e ingeniárselas para pasar el tiempo en clave lúdica, en particular en invierno, cuando Punta del Este se vestía de ciudad fantasma.

La televisión no tenía, como hoy, una oferta ilimitada de entretenimiento infantil, e Internet no estaba siquiera en los planes de quienes en ese momento estaban dando forma a las primeras máquinas de computación. “Hasta los 7 años, viví en Punta, y luego en Montevideo hasta los 21”. ¿Qué pasó luego? “Ahí tomé la decisión de irme a Chile a estudiar arte. Tenía la inquietud de conocer la tierra de mi mamá y de esa parte de la familia, aunque originalmente también esa parte es uruguaya. Mis abuelos son de acá, se fueron a vivir a Chile y ahí nació mi mamá”, explica. También había razones más individualistas: “Era una forma de hacer mi propio camino, salir del cascarón”.

De a poco, Tyler fue haciéndose un nombre como artista, primero en el ámbito chileno para luego empezar a ser reconocido internacionalmente. Sus obras comenzaron a exponerse en diferentes ámbitos en países como Chile, Perú, Colombia y España, entre otros. Sus creaciones también pasaron a integrar colecciones privadas, y públicas, y obtuvo tres premios: dos en Uruguay (Primer Premio menor de 30 años, Anual Municipal de Artes Visuales y Premio Plataforma) y uno en Bolivia (Tercer Premio Bienal de Santa Cruz de la Sierra).

Esos auspiciosos primeros pasos tranquilizaron a los padres, pero no del todo. “Mi madre se preocupaba, por ejemplo, por mis manos, que cómo iba a hacer para seguir si algo les pasaba. O a mi vista”. Por ahora, tanto la motricidad como la vista siguen intactas. Porque la obra de Tyler no es exclusivamente “conceptual”, despegada del trabajo material. Buena parte de ella se sustenta en la destreza técnica a la hora de dibujar, aunque también hay en ella una parte escultural, tridimensional. Y una temática relevante en esa obra es la infancia y lo lúdico.

En la exposición en el Museo Gurvich esa temática está presente, tanto en la obra de Tyler como en la de Sabah. “La exposición, bajo la curaduría del norteamericano Royce W. Smith quien con tono poético reúne al dúo de artistas y nos habla de un tema que trasciende fronteras y nacionalidades, algo que no le fue ajeno a José Gurvich: el tiempo, la infancia y los avatares del ser migrante. De esta manera se presentan obras que aluden al juego, la imaginación y la creatividad, como un refugio, un salvoconducto propio de las infancias”, reza el comunicado oficial de "Siempre con nosotros".

Además de las experiencias migrantes y la infancia, en esta exposición de Tyler hay otro tópico que está presente: la violencia. Son varios de los dibujos que retratan a infantes jugando con armas de juguetes, por ejemplo. Y buena parte de esos dibujos están hechos no con lápices o pinceles, sino con las puntas de balas de distinto calibre. De hecho, las balas forman parte de las herramientas habituales de la creación de Tyler, lo cual a veces le ha traído algún que otro inconveniente en distintos aeropuertos, cuando su equipaje es revisado.

¿Qué reflexiones hace Tyler sobre esa parte de su obra? “Jugar es una manera de aprender, tal vez algunas de las cosas más importantes. En la parte del juego agresivo o violento, uno aprende a controlarse. Yo no hice, por ejemplo, artes marciales u otros deportes por los que es muy patente la parte del control del cuerpo y las emociones, y mis hijos tampoco. Pero sí crecí en una familia con muchos hermanos hombres, y nos cascábamos todo el tiempo (se ríe). O nos empujábamos jugando al fútbol. En ese sentido, me parece enriquecedora esa parte de los juegos en la infancia. Yo a mis hijos les enseño a treparse a los árboles, a empujar cosas y otras actividades que tienen que ver con lo físico. Por suerte también les encanta leer, con lo que eso tiene de enriquecer el mundo interior y estimular la imaginación”.

—Hablando de infancia y violencia, cuando estaban armando esta muestra, pasó lo del 7 octubre en Israel, donde mataron a niños, y luego vinieron las represalias israelíes, donde también mataron a muchos niños. ¿Estuvo eso presente en tus pensamientos y en las charlas con Avi Sabah?

—Esas coincidencias no te las esperás. Días antes del 7 de octubre, cuando había muchas protestas contra el gobierno (NdR: se refiere a las manifestaciones contra los planes del gobierno de avanzar contra el Poder Judicial), él me dijo ‘se está por venir una guerra grande’. Y las víctimas siempre suelen ser los inocentes, no los combatientes. Los niños en los kibutz no tenían culpa de nada, como tampoco tienen la culpa de nada los niños de Gaza. Una de las obras de Siempre con nosotros se llama "Ratatatá", y vendría a ser mi posición: es una matraca de esas que antiguamente se llevaban a los estadios. De un lado tiene un dibujo de un niño de las Juventudes Hitlerianas, y del otro se ven los brazos de pioneros cubanos saludando a Fidel Castro y el Che Guevara. En la parte de arriba de esa matraca hay una frase: “Ellos son los portadores de la inocencia”.

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Foto: Leonardo Mainé.

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