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Ciro Ferreira: “La medicina está contaminada por el dinero”

Descendiente de médicos de renombre que le enseñaron que la medicina debe ser social; recolectaron firmas para que dirigiera el Hospital de Tacuarembó

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Ciro Ferreira

¿Qué es lo que marca un destino? En la historia de Marco Ciro Ferreira Márquez se cruzan muchos caminos que lo pusieron en su lugar. Por ejemplo, su madre, Nilka, eligió el segundo nombre -el que todos conocen- en honor a Ciro Jaumandreu Valva, un reconocido médico obstetra que asistió su parto. O, por ejemplo, que sea hijo de Ivo Ferreira Buadas, médico internista, anestesista y neurólogo, o que sea nieto de Ivo Ferreira Bueno, médico general, cirujano y ginecobstreta, el que dio nombre a una calle de la ciudad de Tacuarembó y del que hay un busto en una plaza.

¿Cómo puede escaparse un hombre de su destino cuando jugaba con primos y amigos entre instrumental médico y consultorios? ¿O cómo obviar cuando en la casa familiar se repetía que la medicina debía ejercerse con igualdad y justicia social? Su abuelo no cobraba la consulta particular si el paciente no podía pagarla. Es más, los invitaba a comer en su mesa.

Una visitante ilustre era “la Padilla”, la cocinera del ejército en la Revolución de 1904. Pero tan importante como era ella lo eran los profesionales o el lustrabotas de la plaza. “A principios del siglo pasado mi abuelo ya hacía una medicina social. Eso quedó grabado en mi familia. Mi padre y mis tíos nunca cobraron. Yo nunca cobré”, cuenta. En diálogo con Domingo asegura: “La medicina está contaminada por querer hacer dinero”.

La opción estaba clara: Ciro iba a ser médico. Y de todas las disciplinas elegiría la cirugía porque es la única que, a su juicio, es la que se asemeja más “al chamán de la tribu”. “Operás y curás”, resume. Hoy es el director del Hospital de Tacuarembó y sigue de pie en el quirófano.

No obstante, la medicina no ha sido su único interés. Conoció la fotografía en su adolescencia. Sus padres le regalaron su primera cámara réflex y luego vieron cómo la cocina de su casa se convirtió en un estudio de revelado. Empezó a vender retratos para juntar dinero para irse a estudiar a la Facultad en Montevideo.

En esa época también conoció a grandes amigos. Washington Benavídez, Eduardo Darnauchans, Eduardo Larbanois, entre otros poetas y artistas, además del fotógrafo Leonardo Librán, que se reunían en el llamado Grupo de Tacuarembó. “Era un fermentario de ideas”, recuerda sobre las tertulias en la casa de Benavídez -aunque también salían a acampar, cazar y pescar-. Allí trabó amistad con Alfredo Zitarrosa, quien usó algunas de sus fotografías en sus discos. Ese arte era para Ciro “una caída a tierra”.

Parte de su trabajo puede ser visto en Imagen & Palabras, un libro que también cuenta con fotos y textos de Washington y Pablo Benavídez y de Circe Maia (la reciente ganadora del XX Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca es su tía). Dentro de él, ¿cuánto corresponde al médico y cuánto al fotógrafo? “Ha sido muy cíclico”, dice. A veces gana uno, a veces gana el otro.

¿Acaso el destino quedó flechado para sus hijos? Veamos: dos hijas son médicas, otra es técnica radióloga, uno es psicólogo y solo uno hizo rancho aparte al estudiar ingeniería. Su hijo menor tiene 8 años y todavía no es tiempo de pensar en esto.

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Ciro Ferreira

En el medio.

Hay un tema en el que Ciro no concuerda ni con lo que decía su padre ni con lo que decía su abuelo. ¿Nació Carlos Gardel en Tacuarembó? Su padre creía que no y que, por lo tanto, era francés (nunca argentino). Su abuelo sí abogaba por el nacimiento en sus mismas tierras. Es más, su abuelo era amigo de Erasmo Silva Cabrera, el mismísimo creador de la teoría que sostiene que el Zorzal Criollo era tacuaremboense. “Según él, mi abuelo había sido el partero de Gardel”, cuenta sobre un rumor que lo ha acompañado y que le gusta pensar que es cierto.

Además, en la mesa familiar de los Ferreira también se sentaba a comer Don Pedro, quien había sido el vareador de los caballos de Irineo Leguisamo, gran amigo del cantor. Y, claro está, como en pueblo chico todos se conocen, el primo de Gardel, Clelio Oliva, también era médico, amigo y socio del abuelo de Ciro.

El gestor.

Con casi 30 años, ingresó al Hospital de Tacuarembó como cirujano y luego, desde 1987, ejerció también como subdirector. Lideró el programa de prevención y atención de hidatidosis en todo el país. En 1992 asumió la dirección general y desde entonces su actividad al frente del mismo no se ha interrumpido, salvo entre los años 2002 y 2003, cuando fue director de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE). Los ciudadanos del norte del país recolectaron más de 40 mil firmas para que volviera a ocupar el cargo de director del hospital. Así lo hizo y piensa que nunca debió irse. “Era el hospital más deprimido del país. No teníamos nada más que buenos médicos. Primero desarrollamos la atención primaria, luego los servicios de internación de pediatría, ginecología, cirugía general y luego incorporamos la neurocirugía, el CTI de niños, el IMAE cardiológico y el IMAE encefálico. Hemos salvado a miles de uruguayos que pudieron volver a caminar por los caminos polvorientos del norte”, relata. El Hospital de Tacuarembó recibe a pacientes de ese departamento, de Rivera, de Cerro Largo y de Artigas.

En el libro Ciro Ferreira. Un aliado de la vida, de Mauricio Cavallo, lanzado esta semana en un acto en la Facultad de Medicina, Ciro confiesa que rechazó muchas propuestas para participar en política. “Hubiera sido un engaño a los tacuaremboenses”, afirma.

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Con funcionarios del Hospital Tacuarembó

Desde Yvy Marae’y. El 30 de diciembre de 2024 cumplirá 70 años. Dice que “todavía” ve lejana la posibilidad de retirarse. Pero sabe que es inevitable y que ya está sintiendo que será una decisión difícil. Cree que seguirá colaborando con el desarrollo de la salud pública en Tacuarembó pero que también pasará más tiempo con Cipriano, su hijo menor, o cultivando flores o tomando fotos. “En las tareas del campo encuentro un lugar donde ordenar mis ideas”, cuenta. Ya vive en una chacra que se llama Yvy Marae’y, una expresión guaraní que se traduce como “tierra sin mal”.

“Si tuviera otra vida, volvería a elegir la medicina, por la satisfacción que me ha dado estar al lado del prójimo en actitud de servicio y poder servirle a la gente que lo necesita en mi comarca, en mi ciudad, en los barrios y en el área rural”, dice a Domingo. Así se lo enseñó su abuelo en la mesa familiar.

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