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La isla del conejo que corre con libros en la mano

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Carlos Manuel Álvarez. Foto Gerardo Pérez.
GERARDO PEREZ PALADiNO

Promesa cubana.

Entrevista al escritor cubano Carlos Manuel Álvarez: Cuba redujo el marxismo a instrumento político

Como sus personajes, prefiere situarse en la perplejidad y no en las certezas. El cubano Carlos Manuel Álvarez evita las simplificaciones binarias. Se levanta una de las mangas de la camisa y le muestra a su editora el tatuaje de un conejo que corre con un libro en la mano.

Reproduce la imagen de la portada de La tarde de los sucesos definitivos, el primer libro de Álvarez publicado fuera de Cuba. Hoy es una de las estrellas ascendentes de la nueva narrativa latinoamericana, pero en 2015, cuando la editorial montevideana Criatura lo sumó a su catálogo, era un desconocido. El de 2018 es su primer viaje a Uruguay. De hablar pausado y amabilidad anticuada, parece que tuviera dos largas orejas peinadas hacia atrás, pero es sólo su mirada, expectante. En estos tres años le han pasado muchas cosas y semeja esperar con resignación que a cada momento le suceda algo nuevo. Alerta, pero sereno. Como cronista es una firma habitual en The New York Times y uno de los animadores principales de la web El Estornudo, premiado proyecto de periodismo independiente. Como narrador de ficción fue elegido en 2017 una de las mejores 39 plumas menores de 40 años. Nacido en Cuba el mismo año de la caída del muro de Berlín, vive actualmente en México. Pero no quiere ser encasillado en la lógica binaria de las pasiones políticas que despierta la isla. Tampoco en una tercera posición. Prefiere estar algo descentrado, como esa frase del Quijote que le gusta citar: “libros que propongan algo y que no concluyan nada”. Desde ahí, generar perplejidades. Como el conejo, que muchos piensan roedor y en realidad es un extraño tipo de mamífero.

—¿Soñás con Cuba?

—Tengo sueños que transcurren en Cuba. Son sueños siempre de la despedida de algo, que sospecho que tienen más que ver con la despedida de una edad, que es la edad que yo tuve en Cuba. La despedida de la juventud. Son sueños que corresponden a una edad en la que uno se va dando cuenta que irremediablemente ya va a ser el que es. Que eso es lo que significaría la adultez. Cómo se empiezan a clausurar todas las otras posibilidades que pudieron ser y ya no serán. Esos otros caminos extintos quedaron en Cuba, y eso es lo que sueño. La clausura de un tiempo específico.

—Cuando te preguntan por tu olor preferido mencionás el olor del pelo de tu madre.

—Es una de esa serie de cosas que hace que uno empiece a ser consciente de la finitud de los otros. El olor del pelo de mi madre, dentro de un tiempo, no va a estar más, pero a la vez es algo que ya no está, porque ya no estoy cerca de ella. Tu adultez es el principio de la muerte de tus mayores, ¿no? Aunque para mí es fundamental la amistad más que la familia. Soy genuinamente gregario, necesito grupos, pero al mismo tiempo los requisitos para esos grupos son cada vez más exigentes. Es muy difícil que las cosas vitales, radiantes, que incineran, que alguien tiene a los 18 o 20 años, sobrevivan luego en las personas que vas a encontrar a los 30, o que sobrevivan en ti. Es algo que uno puede asociar con la nostalgia pero es un sentimiento que me interesa complejizar. Decir nostalgia es reducirlo. Siento que el lenguaje no está llenando ahí todo aquello a lo que yo me estoy refiriendo. Hay un componente, claro, de pérdida y de luto íntimo, pero que no se puede reducir solo a nostalgia. Creo que de esos sitios y de esa edad también hay que escapar.

—Como la chilena de uno de tus cuentos.

—Exactamente. Como ella y como varios personajes de mis crónicas. Esos momentos de fuga a mí me interesan. Intentar perpetuar momentos y edades, vivir a destiempo, intentar salvar algo que no puede salvarse por sí mismo, me parece más reaccionario que huir de esos sitios, que es algo que me parece que hice porque un poco ya no te queda más remedio. Las situaciones más edificantes y más provechosas en las que he estado son aquellas en las que soy un sujeto activo pero a la vez siento que me estoy dejando ir. Que el contexto es independiente de mí, donde yo no tendría que hacer esfuerzos para alcanzar determinada armonía, determinado calor, determinada belleza. Pero se acaba. Se acaba en Cuba y se acaba en cualquier parte. Lo que pasa con el tema cubano, cuando yo me enfrento a tener que explicarlo, es que la pérdida se suele ubicar siempre en términos geográficos o políticos, y a mí me interesa más la pérdida del tiempo vital de una persona, la del paso que va de la primera juventud a la adultez. Es una pérdida que sospecho que me hubiera pasado en Cuba, en Uruguay, en Europa o en cualquier lugar.

—En una crónica-editorial del sitio web que co fundaste, El Estornudo, escribiste: “muchas veces no nos han entendido porque nos han querido encasillar en esa lógica binaria de a favor, en contra o tercera posición”.

—Es que para no reconocerte en una estructura no tendrías que combatirla, tendrías que negarla. Si tú crees que una estructura propone una idea de la realidad que es completamente errada, reducida y simplista, pero tú luego te posicionas en función de esa estructura, la sigues legitimando. Lo que nos interesa a nosotros es apelar a conflictos y motivaciones que escapen, que sean mucho más escurridizos para el marco siempre cerrado de esta explicación estrictamente política de las cosas.

—Aunque las etiquetas sean siempre una limitante, ¿la crónica, el periodismo narrativo, es el tono que te permite hacer ese abordaje?

—La crónica como género y como forma te va a exigir una determinada cantidad de requisitos y una complejidad en la narración que si los cumples te va a evitar, per se, cualquier tipo de reducción. La forma de la crónica exige discursos que van a ser necesariamente más complejos que los que te va a exigir el espacio público cubano.

—Vos escribiste que cuando murió Fidel Castro la gente en Cuba también se estaba enterrando un poco a sí misma, “despidiendo esa parte llamada Fidel Castro que eran ellos, asistiendo a su propio velorio”.

—Una parte de nosotros, inevitablemente, se define y se expresa a través de esa figura. No es sólo la relación que tengamos con él, lo que sea que nos esté inspirando, sea amor, sea rencor, sea odio, todos esos matices los hubo en la sociedad cubana, tanto dentro como fuera, cuando murió Fidel Castro. Sino que es alguien que uno siente que era el punto de mediación hacia otros conceptos y otras formas, con los amigos, con tu país, con la historia. Los conflictos mayores que yo he podido tener en algún momento con mi familia o amigos cercanos, no son ni siquiera con la idea propia de revolución, o con la idea de Cuba, sino que son parte de un todo, que es mayor, y que es Fidel Castro. Cuando yo te digo qué es la revolución, o qué es la Cuba contemporánea, el que llena esos símbolos más completamente, es Fidel Castro. Cuando tienes que tomar esas abstracciones y volverlas conceptos figurativos, volverlas imagen, es a él a quien te estás refiriendo. Es entonces una figura que está en disputa, y eso es lo que lo vuelve particularmente intenso, polarizante.

—¿Y qué pasa con el “Che” Guevara?

—Con el Che tengo una relación que es mucho más conflictiva y estimulante que la que tengo con Fidel Castro. Mientras Fidel con el paso de los años se me va volviendo menos complejo, explicable a través de la megalomanía y del deseo de poder, lo cual no lo deja bien parado, naturalmente, el Che es alguien que no puedes explicar sólo desde ahí. Es alguien con quien yo he tenido una relación afectiva mucho más personal, viva e intensa. El Che cristaliza, muere y es definitivo a los 39 años. Recuerdo, leyendo la biografía que escribe Jon Lee Anderson, que me asustó mucho cuán cruel y draconiano podía llegar a ser el Che a la hora de aplicar un sistema de valores específico, y cuántos factores podía dejar afuera en su idea de lo justo. Pero por otra parte yo no conozco en la historia alguien que luche por instaurar una idea determinada de sociedad, lo logre, sea protagónico en esa gesta determinada, alcance la cúspide, y luego lo abandone. El Che es alguien que en el año ‘58 está en una sierra húmeda padeciendo ataques de asma. En el año ‘63 está en las Naciones Unidas hablándole a medio mundo y es la figura de una nueva época. (Jean- Paul) Sartre llega a decir que el Che es el hombre más perfecto de la contemporaneidad. Y que en el año ‘66 vuelve a estar en una selva, sabiendo, como me parece que sabía, que estaba yendo básicamente al suicidio. Explicar una figura como el Che a partir de los fusilamientos que ordenó, es reducirlo. Por otra parte hay que entenderlo dentro de los márgenes de una revolución violenta y de una determinada concepción del mundo de esos años. Intentar hacer un reajuste de la historia desde lo que entendemos hoy como correcto sería reducir a figuras que se desenvuelven en esos años.

—Desde la izquierda suele haber hagiografía y desde la derecha demonización, sin buscar demasiado los matices.

—La derecha todo el tiempo resume al Che como un asesino. Reduce el relato. Lo explica desde el final. No le interesa revisar el proceso. Igual a lo que, con otro punto de vista, hace el poder en Cuba. De esa dicotomía es de la que me interesa escapar. Quiero explicar el proceso.

—Tus personajes hacen algo parecido en este libro de cuentos.

—Es que en el proceso está el relato. No en la conclusión. Hay una frase en el Quijote que tengo como mantra a la hora de narrar y hasta de pensar. Quijote dice: “libros que propongan algo y que no concluyan nada”. A mí me interesa eso. ¿Por qué hay que dar una respuesta cerrada?

—A veces no se sabe muy bien por qué es que algunos de tus personajes toman algunas decisiones.

—¿Cuántas veces uno sabe por qué hace realmente las cosas? Aun queriendo estar alerta y tener el control de mis actos, es esa mirada atenta la que me lleva al extrañamiento. Siempre llego a la conclusión de desconocer por qué están pasando determinadas cosas y no otras. Yo no sé en qué momento exactamente llegué a ser el que soy respecto de las cosas de las que estamos hablando en esta entrevista y no otro, como alguno de mis amigos. Por qué tengo una posición crítica. Por qué pienso que Cuba es una dictadura, algo que no creen mis padres. O que no creen algunos amigos que vivieron exactamente lo mismo que yo.

—¿Buscás la literatura y el periodismo como caminos para responderte esas preguntas? Roberto Herrscher dijo que se había hecho periodista para entender la Guerra de las Malvinas, donde fue combatiente.

—Empecé a pensar que podía merecer hasta cierto punto la categoría de cronista cuando empecé a mirar a Cuba a partir de los demás. El periodismo es un arma que me permitió poner en discusión y bajar de los altares narrativos y ensayísticos a los autores del canon. Encontrar en las personas algunas verdades que no están en la escritura ya hecha sino en el proceso de la escritura. Cuando uno escribe entiende los mecanismos mediante los cuales se llega a determinadas posiciones, porque lo haces contigo mismo. Cuando sientes cuán frágil es lo que estás diciendo, cuán vulnerable es, y cuántas posibilidades tienes de estar equivocado aun cuando has hecho todo el esfuerzo para no equivocarte. Y eso lo aprendí como cronista. Al presentar mi reciente novela dije que en la crónica la mirada es horizontal y en la novela la mirada es vertical, es hacia adentro.

—Un planteo muy dialéctico, filosóficamente marxista. ¿Te considerás hijo del marxismo?

—Si me preguntas si Marx está en mí, naturalmente sí. El marxismo es la única propuesta de la modernidad que llena una totalidad alternativa al mundo judeocristiano. Tiene sus santos, sus altares, sus hijos pródigos. Eso explica también cómo en la reducción del marxismo tantos pueblos lo han vivido como una religión. Ninguna otra línea filosófica provoca eso desde la Ilustración hacia acá.

—En América Latina para muchos de los excluidos ha sido visto también como una herramienta de esperanza.

—Sí, también está atado a eso. Sigue habiendo muchas ideas muy subversivas en el corazón del marxismo. El Manifiesto Comunista es un texto que sigue dando claves importantes a la hora de desautomatizar el poder en momentos como hoy. Los marxistas más genuinos son los que saben desbrozar un sistema como ese y decir “esto sí y esto ya no”, en lugar de comprar el paquete entero. En Cuba lo que hicieron fue reducir el marxismo, reducirlo a un instrumento político.

La tarde de los sucesos definitivos

Carlos Manuel Álvarez nació en Matanzas, Cuba, en 1989. La editorial uruguaya Criatura lo sumó a su catálogo con el libro de cuentos La tarde de los sucesos definitivos, que presentó en la librería Escaramuza. Su último libro, La tribu (Seix Barral) solo se consigue en Uruguay en su versión ebook.

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