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Una forma de reconstruir

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Carolina Bello por Ombú

Con la escritora Carolina Bello

No tuvo fotos de su infancia. El relato, entonces, es el camino para indagar

Cuando Carolina Bello (Montevideo, 1983) ganó el Premio Gutenberg de literatura por el libro de cuentos Urquiza (2016) no se imaginaba que habría un antes y un después en su carrera literaria. Tenía publicados Escrito en la ventanilla (2011), con textos procedentes de un blog, y Saturnino (2013) que pasó desapercibido por Montevideo. Luego ocurrieron cosas, integró varias antologías de cuentos y un buen día, dos años más tarde de aquel premio, sacó su primera novela, Oktubre. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota (Estuario, 2018). El título nos pone a prueba no solo como lectores, sino como escuchas. Una banda sonora emblemática será la cortina de fondo para leer una historia de amor que nace en el medio de un desastre. Hablamos de eso y de todo lo demás.

—En una época no muy lejana el blog funcionaba como una bitácora en línea y era impensado sacar los textos de allí para transformarlos en libro. ¿Cómo fue el proceso con Escrito en la ventanilla (2011)?

—El blog surgió en plena crisis económica. Mi viejo se quedó sin laburo y nos cortaron Internet. Fue como si nos cortaran el agua. Tenía un montón de textos y además quería hacer periodismo. Un buen día abro Escrito en la ventanilla (2005-2008) en la plataforma Blogger. Iba al cyber a subir los textos, disquete en mano. Había una suerte de sacrificio, de ponerle ganas. Mis amigos decían que publicando esos textos ahí los estaba tirando a la marchanta.

—Claro, imperaba (ahora no tanto) la noción de literatura B o C, es decir, que no contaba con la validación de texto literario como en el formato libro.

—Sí. Yo defendía la estructura del Blogger a rajatabla porque era una plataforma de texto, donde ni siquiera importaba tu nombre ya que todos teníamos seudónimos. Yo era Clementina. Pero pasó el tiempo y lo cerré.

—¿Por qué?

—Se empezó a contaminar y una persona muy bardera me tenía un encono particular. Años después me pediría perdón. Luego apareció Facebook y en ese momento me escribió Gabriel Sosa, editor de Irrupciones, y fue como el sueño del pibe. Hablamos de convertir el blog en libro. Yo no estaba muy afín pero armé un compendio. Pienso ahora, qué distinto lo hubiese hecho.

—Son 42 textos en total, no es poca cosa.

—Eran más. Dejé afuera las reseñas. No tenía pretensión literaria pero quieras o no, el libro te coloca en un lugar de enunciación distinto.

—En ese libro operan muchos temas: el interés por los folletines, las series televisivas, la cultura pop, la letrada y la musical. Son gérmenes de lo que vendrá.

—Creo que sí. El concepto de hipervínculo me acompañó siempre. La intertextualidad. Actualmente estoy muy preocupada por la carencia de sentido en la creación.

—Existencialismo puro.

—Sí, hay cosas que pasan y, en mi caso, necesito unir, crear un sentido con ellas. Escribo para eso y es un leitmotiv en mi obra. Escrito en la ventanilla era una visión de mundo, darle un sentido a la historia mínima, tan despreciada por la Academia.

—Huellas de ficción, dice Clementina.

—Sí. Fijate que soy la menor de tres hermanos y no tengo fotos de mi infancia. La primera vez que me vi como bebé tenía 13 años y fue gracias a una vecina. Tras nacer se rompió la cámara de fotos y nadie se encargó de testimoniar mi vida en imágenes. Sin embargo, no elegí crear a partir de esa carencia. Elegí el relato como forma de reconstrucción.

—Luego vino el Saturnino pero todavía no había un despegue de lo que tenías publicado.

—Sabía que Escrito en la ventanilla era un experimento concebido como libro porque alguien tuvo la idea. No había escrito mi libro. Allí comenzó a gravitar la figura de mi viejo. Mi viejo es un tipo que cuenta bien las historias y me contó la de José Sanfilippo.

—La anécdota del cuento “Le hizo Crack” (2011).

—Sí. Recuerdo que cenaba en la mesa familiar con una libretita y anotaba cosas. Entonces pensé en Urquiza (2016) como un cuento que era sobre la calle Urquiza.

—“La calle Urquiza” se llama el primer cuento del libro, de hecho.

—Claro. Una vez que lo escribí pensé que esa gente se merecía relatos propios. Así arranqué.

CUENTOS INTERCONECTADOS

—En cuanto a estrategia, la idea de un primer cuento que presente a los personajes que luego aparecen en el libro está planteada por ejemplo en Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson o en Los desterrados de Horacio Quiroga.

—Sí. Mucha gente dice que Urquiza es una novela pero honestamente tengo que decir que es un libro de cuentos interconectados.

—Para mí es una novela.

—Todos los cuentos interactúan, pero no es lo mismo que escribir una novela. Hay un proceso de montaje que es lo que le otorga sentido.

—Un montaje que requiere investigación. En este caso el Uruguay de los años 50-60.

—Claro. Me gusta mucho la crónica y aprendo mucho escribiendo. Las inundaciones del Río Negro, las cartas entre Hitler y Terra en 1937. Fue algo que estudié más allá de la anécdota, que en realidad era que mi viejo fue uno de los primeros casos de hepatitis en Uruguay. De nuevo, crear sentido. ¿Qué pasaba con esa enfermedad y con una inundación que fue un hecho social en esa época? Aportemos algo nuevo.

—El libro ganó el Premio Gutenberg en 2016. Eso sí que fue nuevo para vos.

—Nunca me había presentado a ningún concurso. No fui a la entrega de premios porque no pensaba que fuera a ganar. Eso fue increíble, un momento inédito que me abrió muchas puertas. Hubo un antes y un después del premio.

—Hacerte cargo de ser escritora.

—Exacto. Los contactos, la gente, los medios. Es un libro al que le tengo mucho amor y es una historia en la que creo.

Urquiza está dedicado a tu padre, que te contó. La tradición oral de generación en generación opera claramente.

—Sí. Siempre me junté con gente más grande. ¿Qué tienen? Mundo vivido. Tienen historias vedadas por una cuestión cronológica. Los vínculos de generación en generación me permiten hacer ese homenaje a una máquina del tiempo que todavía no terminé de construir.

VIEJAS BRAVAS

—El perfil que escribiste sobre Linda Kohen en Viejas bravas (2017) te permitió seguir en el carril del periodismo narrativo. ¿Cómo fue la experiencia?

—Virginia Arlington me llama y me dice que están pensando en un libro de perfiles sobre mujeres ancianas que hayan aportado algo a nuestra cultura. Me asignan a Circe Maia. Me encantó la idea pero tuve una experiencia extraña con ella. Así que imaginate que no tiene un final feliz lo de Circe, porque terminé haciéndolo sobre la pintora Linda Kohen.

—Estamos hartos de los finales felices. ¿Qué pasó con Circe Maia?

—Toda la humildad que podía representar su obra no estaba representada, a mi criterio, en su persona. Me demoró la entrevista. Yo estaba dispuesta a ir a Tacuarembó, hacer el viaje, etc. Me dijo que sí, luego que no, me dio excusas hasta que me propone hacer la entrevista por Skype.

—Un formato distante para un perfil.

—Claro. La llamo un día y no demostraba tener mucha disposición. Hasta que le hice una pregunta: “si pudieras viajar en la máquina del tiempo, ¿con qué filosofo pasarías un rato?”. Se enojó.

—Salvo que pensara que la tratabas de vieja, es divertida la pregunta.

—La volví a llamar la semana siguiente y me contestaba en piloto automático, con monosílabos. Yo ya no tenía ganas de hacerla. Hablé con la editora y pensamos en alguien que no fuera escritora.

—Alguien de otro palo.

—Sí. ¿Qué sabía yo de Linda Kohen?: nada. O qué sabía yo de pintura: poco. Es lo lindo de la investigación. Las tardes con ella eran como viajar en la máquina del tiempo.

—Me gustó mucho el final. Es muy sentido, se nota que te llegó.

—Me encariñé, sí. Es una pintora que narra. Fue un aprendizaje desde todo punto de vista. Lo que decía hoy, el tema de escuchar a la gente con experiencia. Cuando hay una persona mayor que tiene una vida vivida y encima tiene artificios para narrarla… Entre Netflix y eso, te juro que siempre voy a preferir escuchar.

FUEGOS DE OKTUBRE

—Aquellos que no escucharon mucho a Los Redondos seguro tendrán una lectura diferente del libro, en comparación a alguien familiarizado con la banda.

—Hay de todo. En esta era de redes sociales tuve muchas devoluciones sobre el libro. Las más interesantes son las de gente que en su vida curtió a Los Redondos. Tenía que elegir un disco, y justo este es uno de los más conceptuales de la banda. Yo decía, está todo escrito, bo. Entonces cuando alguien me dice que no sabe quién es Patricio Rey y lo confunde con el Indio Solari y rescatan de la novela el relato primero (el de la historia de amor entre Hernán y Olga) es algo increíble.

—¿De qué se trata la novela?

—Es una historia de supervivencia, un libro que habla del pasado pero tiene un flashback dentro de ese pasado. Era también una responsabilidad.

—En qué sentido.

—En que me estaba metiendo con uno de los discos más emblemáticos de la historia del rock rioplatense.

—Hablando de historias, hay tres que corren paralelas allí: la del disco Oktubre, la del accidente de Chernóbil y la relación epistolar entre Hernán y Olga.

—Sí, muchos narradores. Uno de los conceptos básicos de Aristóteles es la diferencia entre lo verdadero y lo verosímil. El desafío era que estaba hablando de cosas verdaderas que tenían que reconstruirse de manera verosímil pese a no haberlas vivido. Una cosa es evocar y otra es haber estado ahí. Si hubiese nacido en el 86, con veinte años como tienen Hernán y Olga, podía traer a modo de recuerdo esa reconstrucción.

—También hay una crónica dentro del libro.

—Es inventada y existe por una razón: necesitaba que un ricotero y un no ricotero entendieran que Olga Sudorova era un personaje que el Indio nombraba.

—Firmada por Libia Grant.

—Que no existe. Firma como mujer porque en esa época no había tantas escribiendo en el rock y lo hice a modo de homenaje y a la vez de parodia. Lo loco es que de diez personas que leyeron el libro, ocho piensan que esa crónica existió, lo cual me halaga porque quiere decir que logré bien el código de ese mensaje.

—¿Cómo ordenaste las piezas?

—Lo primero que hice fue una crónica narrativa. Me contacté con varios periodistas argentinos pero me ningunearon y ahí me vino la primera decepción. No así con Rocambole y Tito Fargo, que grabó una de las guitarras del disco. Ellos fueron divinos.

—Era más difícil de lo que pensabas.

—Sí. Ya había empezado a estudiar sobre Chernóbil. En el año 86 estalla ese reactor en un lugar del mundo al que nadie le importaba. Pero lo que más me interesaba no era el accidente, sino el hecho social que ocurrió después. El tema de los liquidadores.

—Una escena casi apocalíptica, muy Blade Runner.

—Decime si no… Eso pasó.

—Para construir el intercambio epistolar entre Hernán y Olga imagino que pasaste trabajo cuando la hacés hablar a ella en un “mal español”.

—Traté de escribir de forma verosímil la construcción del habla de Olga. Tuve que escuchar ucranianas hablando español: “otras” por “otros”; “más mejor”... También omitir artículos; en vez de “fui a Argentina” es “fui en Argentina”; suprimir eses; o construcciones como “hago errores”. Porque el castellano es muy sorete, complica al extranjero.

—Es una relación a distancia y bastante idealizada la de ellos.

—Salado. Una carta no demoraba menos de un mes en llegar a Ucrania desde Buenos Aires.

—El lenguaje epistolar, a su vez, se nutre de un lenguaje más importante entre los dos: la música. Lo dice Hernán citando a Platón al pasar: la música es la ciencia del amor.

—Exacto. Ellos se unen a través de ese código. Cada disco de Los Redondos, si los escuchás con atención, dejan constancia de un latido de la época y eso había que traerlo. Con el correr del tiempo me di cuenta que cuanto más perspectiva tenés, más alivio encontrás. En ese sentido, hice el programa de radio que siempre quise escuchar.

Oktubre. Carolina Bello

Carolina Bello es Técnica en Comunicación Social, con un posgrado en crítica de arte. Cursó la Licenciatura en Letras en la Facultad de Humanidades (Udelar). Integró las antologías de cuentos “Neuss Von Flues” (Alemania, 2010), “22 Mujeres” (2012), “Fóbal” (2013), “Negro” (2016) y “Pelota de Papel 2” (2018). Escribió en la revista de periodismo narrativo “Quiroga”. Su última novela es “Oktubre” (2018).

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