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Lidiando con lo inexplicable

El Holocausto desde el punto de vista de los perpetradores: la novela y la película “La zona de interés”

Martin Amis y Jonathan Glazer en miradas superpuestas y provocadoras, porque sigue existiendo poesía después de Auschwitz

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Fotograma de <b>La zona de interés</b>, dirección Jonathan Glazer

por Nicolás Alberte
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Es muy probable que usted, como lector de un suplemento cultural, conozca la célebre sentencia de Theodor Adorno: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Una oración en la que “Auschwitz”, “poesía” y “barbarie” funcionan, metonímicamente, más como crítica a una determinada concepción poética, o literaria, que como una interdicción. Pero, barbárica o civilizadamente, se ha escrito mucho desde entonces, y de maneras muy diversas, teniendo al campo de exterminio como eje, tanto en formato de libro, desde Primo Levi hasta Sebald, cuanto en el de guion cinematográfico, desde Spielberg hasta Benigni. De hecho, si la reciente ganadora del Óscar a mejor película extranjera, La zona de interés, y la novela de Martin Amis del 2014 en la que se basa, son capaces de abordar el tema desde un punto de vista novedoso, el de la cotidianidad de los victimarios, es porque nosotros, lectores/espectadores, hemos consumido previamente una cantidad tal de relatos (ficcionales, documentales, periodísticos, académicos) que nos permite actualizar la barbarie de manera civilizada. El trabajo de purga que Jonathan Glazer (director y guionista) realiza a partir de la obra de Amis (escritor), y que va de lo explícito a lo implícito, de lo que se puede decir a lo no dicho —que no es igual, pero se parece, a lo inefable—, establece una zona de interés por la que usted, quien como lector de un suplemento cultural probablemente ya haya visto la película, debería darle una oportunidad a la novela. Es la misma historia, sí, contada desde el mismo lugar, casi, pero no es para nada la misma experiencia estética.

Lo que se puede decir. Un novelista es una persona que confía en poder narrar cualquier evento por escrito, y Martin Amis es uno de los más prestigiosos de los últimos 50 años. Sin embargo declaró que, mientras escribía La zona de interés, sintió que no sería capaz de terminarla. Y eso que es un tema, el de Auschwitz, que ya había abordado de manera muy original en la recomendable La flecha del tiempo (1991). Es probable que esa incomodidad provenga del punto de vista que elige para contar una historia en la que la trama se va tejiendo con las voces de sus tres abyectos personajes principales. Angelus “Golo” Thomsen, un oficial de las SS, sobrino de Martin Bormann, encargado de la puesta en funcionamiento de una nueva fábrica, para IG Farben, con mano de obra esclava. Paul Doll, el comandante del campo de concentración, que vive con su mujer, Hannah, y sus hijas mellizas, Sybil y Paulette, en la zona de interés (el área restringida, a cargo de las SS, en que se llevó a cabo el exterminio de más de un millón de personas). Y Szmul Zacharias, el jefe del Sonder-kommando, cuya mejor definición para su tarea es la que ofrece el propio Paul Doll en la novela: “Usan cinturones de cuero gruesos para sacar a rastras de las duchas a las piezas y llevarlas hasta el Leichenkeller. Allí les arrancan los dientes de oro con alicates y cinceles, y les cortan el pelo a las mujeres con grandes tijeras; les quitan los pendientes y las alianzas; y ponen la carga en la polea (6 o 7 cada vez), y la izan hasta la boca de los hornos. Por último, muelen las cenizas, y el polvo se lleva en camión y se echa al río Vístula. Todo esto, como ya he dicho, lo llevan a cabo con una insensibilidad muda. No parece importarles en absoluto que la gente que manipulan sea de su misma raza, hermanos de sangre.”

Este es el tono con el que Amis desarrolla lo que, en el fondo, es una historia de amor imposible: Thomsen, un impúdico donjuán aristocrático que pasa presumiendo, con frivolidad, de sus conquistas, llega a enamorarse de Hannah, la mujer de Paul Doll. La estructura de la novela se divide en seis capítulos, cada uno de 3 secciones que reproducen, siempre en el mismo orden, las voces de Thomsen, Doll y Szmul. Máscaras que Amis creó para referir la gestión del exterminio: “iba todo tan bien…, se estaban desnudando tan tranquilamente... y los pájaros, fuera, cantaban tan armoniosamente, y me sorprendí incluso ‘creyendo’ —durante un lapso húmedo y neblinoso— que de verdad estábamos cuidando como era debido a aquella gente profundamente mortificada, que de verdad íbamos a limpiarlos y a volverlos a vestir y a alimentarlos y a proveerlos de una cama caliente donde dormir, y supe que alguien iba a echarlo todo por tierra y a enloquecer mis pesadillas, y eso hizo ella, al venir no con violencia... no, una mujer muy joven, desnuda, y tensamente hermosa, cada pulgada de ella, viniendo a mí con un encogimiento de hombros y luego con un gesto de las manos alzadas despacio y luego con una casi sonrisa y luego con otro encogimiento de hombros y luego con una única palabra antes de seguir avanzando. —18 —dijo.”, cuenta Paul Doll, rememorando el proceso de selección de los pasajeros de un tren que llega al campo.

Y el lado de las víctimas, narrado por un judío colaboracionista: “Somos del Sonderkommando (...) y somos los hombres más tristes del campo. De hecho somos los hombres más tristes de la historia del mundo. Y de todos estos hombres tristísimos yo soy el más triste. Y se trata de una verdad demostrable, e incluso mensurable.”

Aunque tal vez la mejor parte de la novela sea su epílogo, narrado desde 1949 exclusivamente por Golo Thomsen, único sobreviviente de los tres, mientras busca a Hannah en la Alemania devastada, ignorando su apellido de soltera.

Ese tono, que por momentos banaliza (aunque Amis no esté de acuerdo del todo con el célebre concepto que Hannah Arendt delineó en el imprescindible Eichmann en Jerusalén), generó tal controversia al momento de publicarse la novela, que los editores de Amis en Alemania y Francia la rechazaron. Sin embargo, la crítica británica y estadounidense la aclamó, a la sazón, como su mejor novela en 25 años. Cuando, en un reportaje, Charlie Rose le preguntó a Amis si estaba de acuerdo con tal afirmación, éste le respondió que no, que él creía que era probablemente su mejor novela y punto.

Lo no dicho. Sin embargo, casi lo único de esa novela que Glazer tomó para realizar su adaptación es la perspectiva de Paul Doll. Pero para dejarla en un estado más crudo, le quitó la máscara, haciendo que el comandante del KZ (abreviatura de Konzentrationslager que los nazis utilizaban para referirse al campo de concentración) fuera el comandante del KZ: Rudolf Höss. Y que su familia fuera su familia: Hedwig y sus cinco hijos. Y que la casa fuera la casa lindera al campo donde vivieron. Y que se filmara con fuentes de luz naturales: el sol, la luna, o las lámparas de aceite, bombillas eléctricas y velas de la residencia Höss (a excepción de las tomas hechas con cámara térmica que usted, si vio la película, reconocerá como uno de sus momentos más sobresalientes).

Así, despojándose de tramas y subtramas, de diálogos sarcásticos y frivolidad, investigando a fondo la vida de Höss y los testimonios de trabajadores y sobrevivientes, logra una obra más ominosa. Anclándose en una cotidianidad que apunta, paradójicamente, al extrañamiento, Glazer arma un purgatorio —porque linda con el infierno pero también porque se va purgando de todo artificio— en el que lo esencial es lo no dicho, lo subyacente, lo que está detrás, lo que todos conocemos de otras obras. Cuando Hedwig se prueba un abrigo de armiño que le acaban de traer, todos sabemos de dónde viene. Cuando el hijo mayor juega, en su cama, con piezas dentales de oro, nadie ignora su procedencia. Cuando la suegra de Höss no puede dormir atormentada por el resplandor infernal que se cuela por la ventana, está claro a qué corresponde.

Lo no dicho no es un silencio, sino un ruido ensordecedor en el que el espectador se ve obligado a dialogar con disparos, gritos y un rumor permanente que contrasta con los sonidos de pájaros, niños y celebraciones hogareñas de una familia Höss que actúa como si no oyera nada de lo que pasa al lado. No en vano la película obtuvo el Óscar al diseño de sonido. Su encargado, Johnnie Burn, elaboró un mapa del campo para determinar con precisión distancias y ecos, y pasó un año construyendo una biblioteca que incluía los ruidos de maquinarias, crematorios, hornos, botas, disparos. A la hora del montaje final, estos sonidos eran tan interpelantes que Glazer decidió descartar la casi totalidad de la música compuesta por Mica Levi.

Érase una vez un rey, y ese rey encargó a su mago preferido que creara un espejo mágico. El espejo no te mostraba tu reflejo. Te mostraba tu alma (...) El rey no podía mirarse en él. Los cortesanos no podían mirarse en él. Se ofreció un cofre rebosante de riquezas al súbdito que en aquella tierra apacible pudiera mirarse en aquel espejo sin apartar la mirada durante sesenta segundos. Y nadie fue capaz de hacerlo (...) El KZ es ese espejo, pero con una diferencia. No puedes apartar la mirada”, escribe Amis en su novela. Al despojarse de artificios, Glazer está creando un espejo en el que los humanos debemos intentar no apartar la mirada, para seguir pensando cómo se llegó a eso: Warum? ¿Por qué?

El porqué.Sabemos mucho acerca del cómo, pero no sabemos casi nada del porqué” dice Amis en el epílogo de la novela y agrega: “Después de bajar del tren en Auschwitz, con una sed de cuatro días, y después de que los desnudaran, ducharan, trasquilaran, tatuaran y vistieran con harapos escogidos al azar, a Primo Levi y a los prisioneros italianos se los encerró en un cobertizo vacío y se les ordenó esperar. El pasaje en cuestión prosigue: Vi un delgado carámbano que colgaba justo afuera, al alcance de la mano. Abrí la ventana y lo arranqué, pero al instante un guardia grande y pesado que hacía la ronda en el exterior me lo arrebató brutalmente... “Warum?” “¿Por qué?”, pregunté, en mi pobre alemán. “Hier ist kein warum” (“Aquí no hay ‘porqué’”), me respondió él, empujándome hacia dentro de un empellón.” El objetivo de la novela es lidiar con lo inexplicable explicitándolo. El de la película es ponernos en contacto con eso sin preguntarse por qué. Al recibir el Óscar, Glazer declaró: “Todas nuestras decisiones buscaban reflejarnos y confrontarnos en el presente. No para decir 'mira lo que hicieron entonces', sino 'mira lo que hacemos ahora'. Nuestra película muestra a dónde lleva la deshumanización en su peor versión.” En ambos casos, en este doble espejo, la única respuesta a la pregunta del porqué está en cómo se refleja cada uno de nosotros, para salir.

LA ZONA DE INTERÉS, de Jonathan Glazer. Coproducción Reino Unido-Estados Unidos-Polonia, 2023, 106 minutos.

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Muy caras
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En la novela de Amis, el lado comercial de la explotación de los judíos como esclavos queda resumido en este diálogo que el protagonista Thomsen mantiene con el industrial Frithuric Burckl: “El transporte de 150 mujeres se realizó de forma correcta y llegaron en buenas condiciones. Sin embargo, nos fue imposible obtener resultados concluyentes ya que todas ellas murieron durante los experimentos. Volvemos a solicitar que sean tan amables de enviarnos otro grupo de mujeres de la misma cantidad y el mismo precio.
—¿A cuánto están las mujeres?
—A ciento setenta Reichsmark cada una. Doll quería doscientos, pero la Bayer le ha regateado...
—¿Y con qué está experimentando la Bayer?
—Con un nuevo anestésico. Se les fue un poco la mano. Está claro.”

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