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Pos pandemia, y más

Con Renata Salecl, filósofa y socióloga: “Trabajar en política requiere la piel muy gruesa, hay mucha mugre”

Integrante de una camada de pensadores junto a su ex Slavoj Zizek, busca entender por qué el 75% del mundo está sometido a líderes autoritarios.

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Renata Salecl

por Fernando García
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Tres palabras clave que Renata Salecl (Liubliana, 1963) conoce para manejarse en el Río de la Plata: “Hola”, “Chau”, “Buquebús”. Las dice en ese inglés de Europa oriental que serrucha las consonantes y que le permite haberse proyectado desde Eslovenia al mundo. Filósofa, socióloga y teórica jurídica se desempeña en el campo académico en la Facultad de Derecho de la Universidad de Liubliana y da clases en el Birkbeck College de Londres y la Facultad de Derecho Benjamin Cardozo de Nueva York. Pero como ensayista ha puesto de nuevo en el mapa a su pequeño país (una de las partes de la antigua Yugoslavia) tras el impacto que los textos de su ex pareja Slavoj Zizek provocaron en el pensamiento contemporáneo. Libros suyos como Humano Virus, Angustia y la Tiranía de la Elección forman parte de una biblioteca crítica sobre el mundo de hoy y han sido traducidos por primera vez al castellano por el sello independiente Godot de Buenos Aires.

Salecl visita por segunda vez esta ciudad, ahora becada por la residencia para escritores que ofrece el museo Malba. Su tema de investigación es la apatía y para la filósofa de nombre austríaco la Argentina es un caso laboratorio a partir de la crisis de 2001 y sus recurrencias. “Me interesa profundizar en cómo las personas deciden distanciarse emocionalmente de las cosas porque creen que nada bueno puede venir en el futuro. Lo que estoy percibiendo en las sociedades occidentales es una búsqueda de reset social. En el final de mi libro sobre la ignorancia (Pasión por la Ignorancia) hablo de comunidades formadas en torno a las fake news y las teorías de la conspiración y en general en muchos de estos grupos aparece esta necesidad de un nuevo comienzo. Pero estas ideas vienen con la fantasía recurrente de hacer tabula rasa del mundo y que la humanidad vuelva a reorganizarse en pequeños grupos”.

—¿Una utopía distópica?
Algo así porque los mismos que sienten que hay que destruir todo creen que van a salvarse.

—¿Tiene esta idea de reseteo de la sociedad una relación directa con la pandemia?
La pandemia acaso nos preparó de una manera dolorosa para este escenario de un individualismo radicalizado. Estuvimos encerrados como pequeños monarcas y muchos lazos sociales se rompieron.

—Eslovenia es un país muy pequeño y sin embargo ha dado a Zizek y a usted misma como pensadores. ¿Por qué allí y no en las otras ex repúblicas de Yugoslavia?
—Yugoslavia tenía un sistema socialista muy diferente al de la URSS o los estados satélites. El Partido Comunista era menos vertical y había una suerte de management personal del socialismo. Pero cualquier tipo de crítica era rápidamente asimilada. Formados entre Lacan, Freud y Althuser los pensadores eslovenos abrieron un nuevo camino para criticar al régimen, tuvimos que ir más allá de la escuela de Frankfurt. Las ideas de Marcuse podían funcionar bien en los otros países pero no tanto en el nuestro.

—En su libro Humano Virus usted hace un análisis de las diferencias de acatamiento a la Salud Pública durante la pandemia. ¿Cómo resultó en los países del este de Europa? ¿Estaban mejor preparados para afrontar medidas disciplinarias?
Había una memoria social. En 1972 se realizó en Yugoslavia una vacunación masiva de millones de personas para detener el contagio de la viruela. En un par de semanas la enfermedad se había propagado por todo el país. Yo era una niña entonces y no tengo muchos recuerdos pero el acatamiento fue total y la enfermedad se cortó en un par de semanas. La vacunación fue obligatoria y la campaña de salud fue todo un éxito. Nadie cuestionó nada. Aún así, en 2020 hubo dos grupos que se opusieron a ser vacunados. Algunos alimentados por las teorías de la conspiración y otros que yo llamo fanáticos de la salud o la comunidad fitness. Con slogans como “mi cuerpo es mi templo”, “soy responsable y estoy sano” y “no creo en las farmacéuticas”. La desconfianza por los grandes laboratorios es genuina.

La libertad.
—En su estudio comparativo de la relación entre la sociedad y los estados en Occidente y Oriente durante la pandemia aparece una palabra clave: libertad. Me gustaría que reflexionara sobre cómo cambió este concepto desde los 80 que fue el comienzo del mundo tal como lo conocemos hoy.
Es un muy buen punto. Cuando usamos la palabra libertad debemos distinguirla de lo que es el individualismo y la posibilidad de elegir, algo que se empezó a gestar en los 70, se intensificó en los 80 y hoy representa la piedra angular de la ideología neoliberal. La libertad es un punto muy importante en las democracias en su vinculación con los derechos humanos, y respecto del Estado en tanto éste controle y limite tus derechos y movimientos. Pero ser libre tiene que encarnar también la posibilidad de vivir de forma digna y en un ambiente saludable. No se es menos libre si una política pública apunta al bienestar general. Como fuera, desde los 80 hubo una reconceptualización de la idea de ser libres que cada vez más tiene que ver con la posibilidad de elegir cosas. Y ahí somos consumidores antes que personas. La idea es que como consumidores estamos libres de nuestras decisiones. Pero esta idea solo es posible si se tienen los medios económicos, es una concepción mercantilista de la libertad. Se nos da una libertad ilimitada para elegir que al mismo tiempo nos llena de culpas. ¿Tomé una buena decisión? ¿Soy el culpable de mi enfermedad? ¿De mi pobreza? ¿Soy culpable si no ejercité lo necesario mi cuerpo? Esta combinación de culpa y ansiedad está por detrás de la ideología de la libertad de elegir, del sujeto pensado como consumidor.

—Usted es parte de una constelación de ensayistas que adhieren a una crítica radical de la forma de vida neoliberal. Bifo Berardi, Jonathan Crary, Eric Sadin, Byun Chul Han, Mark Fisher y, claro, Slavoj Zizek. Leerlos es apremiante porque parece no haber salida. ¿Cómo se cambian las cosas?
En Eslovenia como una intelectual de alcance público, mi trabajo es analizar lo que pasa y elevar preguntas. Pero también hay que involucrarse cuando algo muy importante está en juego. Durante dos años Eslovenia tuvo un gobierno de carácter autoritario muy cercano a las políticas de Viktor Orban en Hungría. Usaron la pandemia para limitar los derechos civiles, extendiendo las prohibiciones a las demostraciones públicas. Entonces un grupo de intelectuales y los grupos activos de la sociedad organizamos protestas semanales. Miles de personas todos los viernes salíamos en bicicleta alrededor de Liubliana, porque eso sí estaba permitido como una forma de ejercicio. Hice lecturas públicas y escribí en apoyo de este movimiento y ese creo que puede ser mi aporte. Trabajar en política requiere tener la piel demasiado gruesa porque la cantidad de mugre alrededor es enorme. Esta insensibilidad necesaria para la política, abre puertas a personajes psicopáticos en todo el mundo.

La caída del influencer.
—¿Cómo afectó la guerra de los Balcanes a Eslovenia, y a usted en particular?
Eslovenia solo tuvo diez días de guerra. En ese momento el comando central del ejército yugoslavo estaba dividido en cuanto a bombardearnos. Yugoslavia tenía entonces un sistema de presidencia rotativo de un año y cuando la guerra empezó el presidente era el esloveno Janez Drnovšek, quien tuvo la influencia necesaria para que eso no pasara. Sin embargo fue decisión de Milosevic dejar que Eslovenia abandonara la Federación y solo lo hizo porque había muy pocos serbios viviendo en el país entonces. La gran tragedia fue en Bosnia, que era donde más se creía en el carácter transnacional de Yugoslavia. Los bosnios eran los menos nacionalistas y quienes mejor toleraban las diferencias religiosas. No tenían problema en festejar juntos las fiestas religiosas y abundaban las familias mixtas. Solo la guerra les hizo perder convicción en la idea yugoslava y se volvieron nacionalistas a la fuerza.

—¿No cree que la OTAN contribuyó a esto?
La pregunta acerca de si era necesaria la intervención de la OTAN es muy difícil porque el bombardeo a Serbia fue brutal, pero la guerra se detuvo. La crueldad de Milosevic se estaba volviendo crónica sobre todo en Srebrenica. El problema es que el régimen impuesto por la OTAN tampoco sirvió. Se crearon enclaves donde el espíritu comunitario se perdió por completo y la economía nunca funcionó. Los bosnios solo buscan huir de su país ahora. Es muy triste para mí porque amaba Bosnia, era uno de mis destinos de viaje favoritos. Eran la gente más cálida de toda Yugoslavia.

—Al poco tiempo de comenzar la pandemia, Zizek escribió un ensayo muy breve que compartió en Internet. Allí decía que la única solución posible a la crisis sanitaria era el regreso a una forma tolerante de comunismo. ¿Qué piensa?
Ciertas ideas de equidad deberían ser tenidas en cuenta para pensar un futuro posible. Pero yo no usaría la palabra comunismo porque ha sido muy dañada por los regímenes. No creo que debamos repetir palabras que son del pasado y que alejarían a mucha gente. Tampoco creo que encontremos en los escritos de Marx y Engels la clave para solucionar los problemas de hoy. Se perdió la oportunidad de crear un poder global más solidario con la pandemia, pero esta es la tercera crisis que se desaprovecha. Los atentados del 11 de setiembre de 2001 dieron lugar a un estado de excepción que China perfeccionó con su capitalismo de vigilancia. La crisis financiera de 2008 abrió paso a un socialismo de ricos en el que solo los grandes bancos fueron salvados en una especie de estalinismo de mercado. Con la crisis migratoria se cerraron más fronteras de las que se abrieron, y la crisis del Covid expuso nuevas desigualdades entre el norte y el sur global. Hoy el 75% del planeta está en manos de líderes autoritarios o de tendencia autoritaria y la mayor parte de la población descree de la democracia como sistema.

—En su libro Angustia usted reflexiona sobre el concepto de autoridad. Es interesante ver cómo cambió de signo el cuestionamiento hacia la autoridad de la generación contracultural del 68 a la pos-pandémica del siglo XXI…
Freud fue muy claro con el tema de la identificación con la autoridad y cómo es una forma temporal de calmar la angustia. Pero un líder que muestra cierta angustia puede ser percibido hoy como débil y las grandes crisis abren la puerta a líderes psicopáticos en los que se deposita toda la confianza. Lo cual es muy peligroso. Cierto nivel de ansiedad es necesario para vivir. Está bien sentir eso ante una decisión que involucra las nociones del bien y el mal. Pero hoy tenemos el problema de que surgen otro tipo de autoridades. Pensemos, por ejemplo, en los llamados influencers. Me espanta la influencia que estos influencers tienen en las sociedades. Las inundaciones de este verano en Eslovenia, las peores de la historia, demostraron que eso puede cambiar. La solidaridad se puso de manifiesto y el comando de la información volvió a los meteorólogos, a las estructuras del estado. El sistema yugoslavo que se mantiene tal cual en las comunas hizo posible que la ayuda fluyera organizada por un empleado anónimo de Defensa Civil. En este caso ningún influencer fue influyente.

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