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Una nación que se aleja de las ideas católicas

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La última vez que estuvo vacante el trono de San Pedro, durante las exequias de Juan Pablo II, en 2005, la Iglesia Católica disfrutó de una cobertura inusualmente favorable desde la prensa estadounidense. El papa polaco conocía el arte de desarmar incluso a sus críticos más duros y ese poder se extendió más allá de su muerte, convirtiendo a su funeral en un espectáculo hecho para televisión, como un largo comercial de la fe católica.

Quizá no haya sido coincidencia que por esas mismas fechas haya sido la última vez en que la visión católica de una buena sociedad -más igualitaria que el conservadurismo y más moralista que el liberalismo- tuvo una verdadera influencia en la política de Estados Unidos. En la época de la muerte de Juan Pablo II, la agenda del Partido Republicano estaba marcada todavía por el "conservadurismo compasivo" de George W. Bush, que ofrecía un enfoque de centro-derecha a las ideas católicas de justicia social. El Partido Demócrata, por su parte, estaba buscando la forma de cortejar a los "votantes de los valores" (católicos muchos de ellos) que le ayudaron a Bush a ganar la reelección. Demócratas prominentes abogaban por una actitud más tolerante hacia la religión y más abarcadora en cuestiones sociales.

Eso fue hace ocho años. Desde entonces, los escándalos que ensombrecieron los últimos años de Juan Pablo II se convirtieron en la historia que caracterizó el papado de su sucesor. Y la inesperada renuncia de Benedicto XVI sólo confirmó la narrativa de una iglesia en desbandada. Su predecesor fue inhumado en medio de una reverente cobertura de los medios seculares, pero el papa actual sólo puede esperar una despedida llena de amargura e indiferencia.

El colapso de la reputación de la Iglesia Católica ha coincidido con una sustancial pérdida de influencia de los católicos en el debate político de Estados Unidos. Mientras que hace ocho años la visión católica de la economía y la cultura representaba un centro que ambos partidos aspiraban a llenar, es más probable que los republicanos hoy citen a Ayn Rand que a Tomás de Aquino, mientras en el Partido Demócrata lo que tiene la ventaja es un estridente social liberalismo.

Esta transformación apunta a que quizá se llegó al final de un característico "momento católico" en la política estadounidense, que empezó con llegada de Juan Pablo II al papado, en 1978, y la migración de muchos "demócratas reaganianos" católicos hacia el Partido Republicano.

Éste no fue, ni con mucho, el primer periodo en el que las ideas católicas forjaron el debate en Estados Unidos. Pero sí fue la primera vez en que el voto católico con frecuencia era decisivo y estaba a disposición de quien lo pudiera ganar. Fue una era en la que el debate y las personalidades católicas llenaron el vacío dejado por la declinación de la corriente protestante predominante.

El hecho de que el Concilio Vaticano Segundo haya causado divisiones internas en la iglesia limitó la influencia católica en algunos sentidos, pero la magnificó en otros. Ya que las divisiones de la iglesia por lo general reflejaban las del país, el político que captara el voto del católico típico probablemente iría viento en popa en su camino a la victoria. Así, los aspirantes a líderes en ambos partidos tenían todos los incentivos para enmarcar sus posturas en términos familiares para los católicos. Aunque la iglesia no siempre hablaba con la misma voz, tanto la izquierda como la derecha trataban de tomar prestado su lenguaje.

Si esa era ahora está pasando, y las ideas católicas se están volviendo más marginales para los políticos estadounidenses, se debe en parte a que el cristianismo institucional está, en general, más débil que hace una generación. Pero también en parte porque los jerarcas católicos han hecho lo suyo, y con creces, para acelerar esa descristianización. Cualquier iglesia que trate de organizar una enorme operación de encubrimiento de escándalos sexuales difícilmente puede quejarse si su visión del mundo es sospechada. El actual Papa ha sido usado como chivo expiatorio de la crisis de los escándalos sexuales, pero los obispos estadounidenses zafaron muy fácil, por decir lo menos, y aún no han sido castigados en la medida que ameritarían sus pecados.

ROSS DOUTHAT | COLUMNISTA

Nacido en San Francisco en 1979, Douthat es el columnista más joven en la historia del New York Times. Remplazó a Bill Kristol por lo que representa al ala conservadora del plantel de columnistas. Fue, además, editor de The Atlantic. El año pasado editó su libro Bad Religion: How We Became a Nation of Heretics ("Mala religión: Cómo nos volvimos una nación de herejes"). Es un especialista en temas de la religión en la sociedad actual.

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