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Todavía no estoy seguro

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En su crónica del pasado domingo en este diario, Martín Aguirre desarrolló una interesante y aguda semblanza del indeciso de estas elecciones y lo llamó la estrella de la campaña: “el jugador que define”. Suscribo sus reflexiones y las amplío con el perfil del indeciso que juega su voto con la misma extrema demora del apostador de ruleta que coloca su ficha cuando la bola empieza a girar. Más que un indeciso es un aficionado al suspenso y un sibarita de la dilación. Pero en el fondo, su actitud es la de alguien al que no le gusta perder. Y en tal sentido, es bueno recordar un episodio de la vida de Charles de Talleyrand.

En su crónica del pasado domingo en este diario, Martín Aguirre desarrolló una interesante y aguda semblanza del indeciso de estas elecciones y lo llamó la estrella de la campaña: “el jugador que define”. Suscribo sus reflexiones y las amplío con el perfil del indeciso que juega su voto con la misma extrema demora del apostador de ruleta que coloca su ficha cuando la bola empieza a girar. Más que un indeciso es un aficionado al suspenso y un sibarita de la dilación. Pero en el fondo, su actitud es la de alguien al que no le gusta perder. Y en tal sentido, es bueno recordar un episodio de la vida de Charles de Talleyrand.

Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord, más conocido como Talleyrand a secas, fue un sacerdote, político, diplomático y estadista francés, de extrema relevancia e influencia en los acontecimientos de finales del siglo XVIII e inicios del XIX. Se desempeñó como diplomático de Napoleón y de Luis XVIII y luego fue embajador en Londres. Durante la revolución de los Tres Días Gloriosos en el París de 1830, agitada principalmente por los jóvenes masones de la logia Aide-toi, le ciel t’ aidera —ayúdate a ti mismo que el cielo te ayudará— y estando en casa de un amigo, Talleyrand vio por una ventana los combates entre las fuerzas del gobierno y los revolucionarios. Nervioso por el desenlace de la revuelta, el amigo le pregunta a Talleyrand quién va ganando y este le responde: “nosotros”. A quién te refieres con “nosotros”, pide que le aclare el amigo, y Talleyrand le contesta: “todavía no estoy seguro”.

Esta pequeña anécdota histórica sirve para ilustrar una posible explicación para el hecho de que al borde mismo del acto eleccionario, todavía las encuestas registren porcentajes relevantes de indecisos. Una parte de estos tal vez son los votantes que dilucidan su pálpito como lo hacía Talleyrand: lo primordial para él era estar con el ganador, pese a no estar seguro de quién iba ganando. Por supuesto y, más allá de que los sondeos de opinión destruyen el principio de incertidumbre, existe un tipo de votante que hace de su duda un escollo durísimo para el encuestador. Entre estos, los más interesantes son los que miran la campaña como el diplomático francés miraba la revuelta parisina. Dudan, no de elegir al mejor o al que refleja sus ideales, sino para acertar el que gana.

Los indecisos comunes no hacen caravanas, ni portan banderas o aceptan que les entreguen listas cuando van por la calle con el auto. Pertenecen a la minoría de la mayoría silenciosa. En cambio, los indecisos a la Talleyrand probablemente tengan varias listas de partidos distintos y no dejan un solo minuto de asomarse a la ventana para saber cómo va la pelea. En términos de juego, van “orejeando” los naipes y mantienen en suspenso su voto quizá hasta el día de la elección.

Toda esta especulación —en mi caso sin sustento científico y a pura intuición— es alentada por las encuestas, que también distinguen entre el “voto seguro” y el “voto probable” y esto plantea una variante en la indecisión. Hay ciudadanos no del todo convencidos que tampoco pueden ser catalogados de indecisos, en una especie de limbo técnico. De todas maneras, ese “jugador que define”, es y será siempre un misterio de la política y de la psicología. En un sistema político que funciona, por lo menos hasta hoy, dividido en dos grandes bloques, que la decisión entre uno u otro dependa del comportamiento del minoritario grupo de los indecisos no deja de ser una paradoja.

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Hugo Burel

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