En este país, en el cual subsisten tantos motivos para creer que nada cambia, importantes transformaciones se van verificando en ancas de los movimientos poblacionales. A los cambios y transformaciones expuestos en los artículos anteriores hay que agregar uno más: la emigración.
En este país, en el cual subsisten tantos motivos para creer que nada cambia, importantes transformaciones se van verificando en ancas de los movimientos poblacionales. A los cambios y transformaciones expuestos en los artículos anteriores hay que agregar uno más: la emigración.
El fenómeno de la emigración es habitualmente tratado por el periodismo y está en la opinión pública, es decir, no es un asunto desconocido o ausente. Pero el abordaje con el que se lo maneja es predominantemente ideológico o de intencionalidad política. La emigración se suele vincular con períodos de penuria económica o de persecución (o desilusión) política. Es decir, se hace mención del asunto como munición gruesa para criticar al gobierno o al partido político que estuvo al frente del país en tal o cual período.
El resultado de este enfoque es que, además de darle al problema un status subalterno, se da a entender que la emigración ha sido un fenómeno ocasional y esporádico, lo cual es un error conceptual y de facto. El primer estudio que conozco, con base estadística y aparato científico, que demuestra que el Uruguay es, desde hace mucho tiempo, un país de emigración, se debe a César Aguiar y fue publicado hace ya más de cuarenta años.
La disposición a emigrar está y ha estado como a flor de piel en la sociedad uruguaya; la emigración llevada a cabo, puesta en práctica, ha sido una constante desde tiempos muy antiguos. Esa posibilidad estuvo siempre presente en la cabeza de los uruguayos como una opción válida.
Existe una arraigada y antigua tendencia en esta tierra -es lo que demostró el estudio de César Aguiar- a considerar el abandono del país como una forma aceptable y hasta corriente de enfrentar situaciones de dificultad o como modo de realización personal. La búsqueda de nuevos horizontes en otros países es, además, una opción ejercida desde todos los niveles económicos y todos los niveles de educación.
Este fenómeno, antiguo y actual, tiene consecuencias: algunas reconocidas en el discurso cotidiano y otras consecuencias inéditas. Por ejemplo que empiece a registrarse un factor de variación en la composición del ingreso de muchas familias producto de las remesas mensuales que envían a sus parientes aquellos uruguayos que se han instalado en el extranjero. El trueque de habitantes por ingreso -que algún despistado quizás vea con benevolencia- es una verdadera calamidad.
Esta serie de artículos quedaría incompleta sin una mención final a otra decisión de los uruguayos (decisión individual y personalísima pero que genera consecuencias generales en la sociedad). Me refiero a lo que ya es casi un rasgo cultural nuestro: la decisión de multiplicarse poco. El índice de natalidad entre nosotros ha sido constantemente bajo: es de antes y es de ahora. Dentro de no muchos años -y se trata, otra vez, de una cuestión aritmética- las bajas en las estadísticas de población pasarán a ser mayores que los ingresos. Todo indica que la población que ahora apenas crece dejará de crecer y quizás en unos años más empiece a disminuir.
Ciertos movimientos y comportamientos estrictamente individuales y privados han acarreado grandes transformaciones. Poco se habla de ellas (y menos se piensa), pero allí están, se las tome en cuenta o no.