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Elogio de la puerta

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En 1998 se instaló en el Museo Blanes una exitosa exposición titulada “Como el Uruguay no hay”. Miles de personas acudieron a ver los múltiples personajes, objetos y sucesos que habían moldeado nuestra identidad. Visitaba Uruguay, en ese momento, el destacado historiador italiano Giovanni Levi, uno de los “padres” de la microhistoria, a quien acompañé al Museo en mi condición de historiadora-anfitriona. Observó todo atentamente: el aula de una escuela recreada hasta el mínimo detalle (las hojas “Tabaré” sobre el pupitre, los retratos de Artigas y Varela, el pizarrón, el atril para las “lecciones sobre objetos”); los llamativos trajes de una murga; el propio cuadro de los Treinta y Tres, prácticamente engullido por la instalación que ocupaba todo el museo. Hasta que algo disparó su asombro y su pregunta: “Ma che cosa è?” En un pequeño baño, cuya puerta estaba abierta de par en par, se alineaban, apoyados sobre el tanque de agua del water, montoncitos de listas electorales debidamente id

En 1998 se instaló en el Museo Blanes una exitosa exposición titulada “Como el Uruguay no hay”. Miles de personas acudieron a ver los múltiples personajes, objetos y sucesos que habían moldeado nuestra identidad. Visitaba Uruguay, en ese momento, el destacado historiador italiano Giovanni Levi, uno de los “padres” de la microhistoria, a quien acompañé al Museo en mi condición de historiadora-anfitriona. Observó todo atentamente: el aula de una escuela recreada hasta el mínimo detalle (las hojas “Tabaré” sobre el pupitre, los retratos de Artigas y Varela, el pizarrón, el atril para las “lecciones sobre objetos”); los llamativos trajes de una murga; el propio cuadro de los Treinta y Tres, prácticamente engullido por la instalación que ocupaba todo el museo. Hasta que algo disparó su asombro y su pregunta: “Ma che cosa è?” En un pequeño baño, cuya puerta estaba abierta de par en par, se alineaban, apoyados sobre el tanque de agua del water, montoncitos de listas electorales debidamente identificadas con sus números y colores. En el pasillo, frente al baño, una mesa, sobre la cual se veía una urna de lata, con su correspondiente identificación de distrito y su candado. El baño era un cuarto secreto: el más insignificante de los lugares se había convertido en el locus de la soberanía.

Para explicarle a Levi el proceso de simbolización que había detrás de ese pequeño espacio jerarquizado por la urna, tuve que remontarme a la Constitución de 1830, en la que no tenían derecho al voto los sirvientes a sueldo, los peones jornaleros, los soldados de línea, los que no sabían leer ni escribir. Una amplia mayoría, si le sumamos a las mujeres, quienes pudieron efectivamente votar recién en 1938, con la conocida excepción del voto de Rita Ribera en el plebiscito que en 1927 decidió el destino jurisdiccional de Cerro Chato.

A ese altísimo porcentaje de exclusiones debe agregársele la forma y modo de votar: en voz alta y clara, lo suficiente para que los encargados de recepcionar el voto lo escucharan bien y lo anotaran. Voto oral, expuesto ante los partidarios del jefe político de cada departamento; voto que requería una cuota extra de coraje para aquellos que se oponían a la continuidad de los cargos y los cintillos.

Fue larga la lucha que dio garantías y forma al poder electoral; fue ancho el banco vareliano que hizo de la alfabetización un arma política, basado en aquella premisa de que “los que se han encontrado juntos en los bancos de una Escuela, en la que eran iguales, a la que concurrían usando un mismo derecho, se acostumbran fácilmente a considerarse iguales, a no reconocer más diferencias que las que resultan de las aptitudes y virtudes de cada uno”. Nos llevó más de un siglo lograr votar con la confianza de estar expresando una voluntad política que sería atendida, incluso en el caso de ser una ínfima minoría.

“La puerta es la clave”, concluyó Levi, parado frente al cuarto secreto, otrora baño. El juego de la puerta al abrirse (a todos) y cerrarse (para garantizar el secreto) se constituyó en la llave del sistema democrático. Somos, como toda sociedad, un colectivo con conflictos, en permanente estado de negociación. Sin idealizaciones, la del domingo será una puja de poderes y por el poder, pero en y por ella celebraremos la fiesta cívica de la representación proporcional garantida. Larga vida a las puertas.

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Ana Ribeiro

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