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Una distancia peligrosa

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Uruguay tiene hoy un problema de representatividad. Y si el lector logra superar las ganas de, ante semejante afirmación teórica, salir corriendo a ver qué trae el Dr. Chisme o alguna oferta del Gallito Luis, verá que es una idea con la que seguramente se sienta identificado. Y que tiene fuertes implicancias en la convivencia.

Uruguay tiene hoy un problema de representatividad. Y si el lector logra superar las ganas de, ante semejante afirmación teórica, salir corriendo a ver qué trae el Dr. Chisme o alguna oferta del Gallito Luis, verá que es una idea con la que seguramente se sienta identificado. Y que tiene fuertes implicancias en la convivencia.

La tesis es así: cada vez más gente encuentra dificultades para sentirse representada por quienes protagonizan el discurso público. No es que el autor haya hecho una encuesta para demostrar el punto. Pero las charlas e intercambios a todo nivel, dan la sensación de que el ciudadano ve que los temas que se discuten, el tono de los planteos, hasta las posturas ideológicas de quienes dicen hablar en su nombre, están lejísimos de sus inquietudes. Algunos casos ilustran mejor el punto.

Es habitual escuchar a quienes no tienen afinidad política con el Frente Amplio (la mitad del país) que la oposición no hace bien su trabajo. Que no lo entusiasman sus líderes, ni su discurso, ni la forma que se paran ante el gobierno. Algo que a veces puede sonar injusto, ya que siendo minoría en las cámaras y teniendo poca oportunidad en la TV, es bravo marcar un perfil contundente.

Sin embargo casos como el vinculado a los negocios con Venezuela, dan algo de razón al reclamo. Es verdad que fue el diputado Trobo el que marcó que hay una empresa que llamativamente ha monopolizado la intermediación comercial con ese país. Pero la cosa quedó ahí, y nadie más ha dicho mucho al respecto. Ahora, si uno tiene la audacia de entrar a los foros online de varios medios, verá que hay una pregunta que plantea el 99% de la gente. ¿Es “normal” que la empresa que monopoliza la intermediación del comercio con Venezuela, sea manejada por gente del círculo íntimo del ex presidente Mujica? ¿Es eso atribuible a la casualidad? Sin embargo ni un senador, ni un diputado opositor, han puesto esta pregunta sobre la mesa.

Algo similar sucede con el oficialismo. Hace unos días El País hizo una entrevista con la senadora Mónica Xavier, una mujer moderna, profesional, nada menos que presidente del Frente Amplio. De todos los temas que hay en discusión hoy, Xavier eligió centrarse en criticar la propiedad privada, y enfrascarse en una reflexión sobre la Constitución, y sus supuestos anacronismos. Debate para el que, según sus propias palabras, no parece demasiado capacitada.

La pregunta es ¿cuántos votantes del FA se sienten identificados con ese encare? ¿Cuántos ven hoy en día un cambio en la forma de propiedad como una prioridad para el país? ¿Cuántos creen que en este momento cambiar la Constitución es una urgencia?.

El problema no se reduce a “los políticos”, esa categoría tan fácil de criticar. Por ejemplo tenemos al rector de la Universidad de la República, Roberto Markarián, un hombre elegido para guiar a la mayor casa de estudios del país, que como él mismo ha dicho tiene 100 mil estudiantes, 10 mil docentes, mil investigadores de primer nivel. Y sin embargo en estos días ha dicho cosas como que se niega al libre tránsito de conocimiento, que se necesita que el sistema educativo “sea controlado por patrones nacionales”, y que “me niego a que los chinos vengan a decirme cómo enseñar”.

De más está decir que esa fue la postura de los propios chinos durante medio siglo, que los llevó al atraso y la pobreza. Y que desde que abrieron su sistema económico, pero sobre todo el educativo, se han convertido en la segunda potencia del mundo.

La duda es ¿cuántos de esos 100 mil estudiantes, 10 mil docente, mil investigadores de primer nivel, se sienten representados por estas palabras? ¿Es ese tipo de visión la que quiere manejar la principal usina de conocimiento del país? Por supuesto que este mismo problema se ve potenciado en el mundo sindical, donde el Pit-Cnt recientemente dijo haber superado los 400 mil afiliados, y sin embargo el discurso de sus líderes es calcado al de sectores políticos que cada elección no logran ni el 10% de esos votos. O donde en sectores como la educación, la salud, o las empresas públicas, con miles y miles de trabajadores, los postulados de los dirigentes sindicales que supuestamente los representan, parecen sacados de algún sketch de Capusotto.

Si sumamos todas estas situaciones, vemos que el tema es grave. Sobre todo teniendo en cuenta que vivimos en un sistema llamado “democracia representativa”. Es claro que buena parte del problema surge por culpa de una sociedad que o no participa como debe en las cuestiones públicas, o elige sin demasiado cuidado a quienes hablarán en su nombre. Pero si la brecha entre los intereses e inquietudes de la gente, y lo que discuten todos los días sus representantes se sigue ampliando, ¿cuánto falta para que el sistema mismo empiece a estar en cuestión?

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Martín Aguirre

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