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Crisis del Derecho

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Hace 200 años Larra salía a las calles de Madrid a buscar temas para las notas que firmaba Fígaro. Hoy no necesitamos salir del escritorio. Los hechos nos buscan y nos golpean, enrarecidos por la liviandad de ciertas declaraciones proferidas a corazón ligero mientras se multiplican los conflictos.

Hace 200 años Larra salía a las calles de Madrid a buscar temas para las notas que firmaba Fígaro. Hoy no necesitamos salir del escritorio. Los hechos nos buscan y nos golpean, enrarecidos por la liviandad de ciertas declaraciones proferidas a corazón ligero mientras se multiplican los conflictos.

La avalancha da para mucho más que una módica columna semanal; impondría varias notas por día, para poder detenernos en salvajadas como el asesinato del señor -no “vecino”- que a los 92 años insistía en trabajar su kiosco, a contramano de la pereza nacional.
Pero el periodismo no consiste únicamente en informar y ponerle puntaje a lo que pasa, como si la cosa pública fuera un desfile de ejemplares ganaderos o de comparsas que se someten al veredicto del jurado.

Así como el trabajo rural y el arte popular tienen más savia, sangre y alma que la esperanza de un premio o el miedo a una descalificación, la vida pública conlleva mucho más que el inventario valorado de lo que nos ocurre. Es que detrás de los acontecimientos asoman inclinaciones, tendencias y estilos que inspiran lo que va siendo y preanuncian hacia dónde vamos. Y bien: aunque no figure en los títulos ni en los marcadores, la actual involución de los sentimientos y las ideas -léase decadencia cultural- es savia, sangre y alma de las desgracias que nos escuecen.

Valores supremos como Justicia, educación y salud han dejado de invocarse como sinónimos de ideal, abnegación y lucha de conciencia y, en cambio, se zarandean como fuente de conflictos arrastrados por años. ¿Hay palabras suficientes para aquilatar la dimensión de esa pérdida, que se nos cuela en los huesos?

Detengámonos en la Justicia. ¿Con qué valores juega y qué propósitos tiene un Presidente de la República que remite al Parlamento un Presupuesto que ignora al Poder Judicial y que en nueve meses no se ha dignado reunirse tan luego con la Suprema Corte de Justicia, que tiene a siete cuadras, pero sale a vender la imagen institucional del país a audiencias que apalabra a 10.000 o 20.000 kilómetros de distancia?

Y en otro orden. Más allá de lo que se ha personalizado en el traslado del Fiscal Nacional Enrique Viana Ferreira, ¿no es palmario que le asiste razón en su defensa de la independencia conceptual, intelectual, moral -y no sólo “técnica”- de cada señor Fiscal ante el contenido de expedientes que nunca recogen casos calcados de otros? La independencia de los señores Fiscales, que desde la Cartera de Educación y Cultura defendimos a costa de toda suerte de incomodidades, ¿no es acaso una garantía elemental de los derechos humanos, jamás reducibles al recuento de lo que pasó hace más de un tercio de siglo y siempre exigibles en la perentoriedad implacable del aquí y ahora de todo humano viviente?

Unificando las noticias, se multiplican los signos de abandono y violación de los principios generales de Derecho, que integraron nuestra mejor herencia cultural. No ocurren por estampida sino a través de una progresiva insensibilidad, por acostumbramiento a aceptar como “normal” que en los mismos locales donde va a buscarse justicia, se anuncie a gritos que a los encargados de impartirla se les adeuda buena parte de lo que la ley mandó.

Lo cual es un disparate, pero es tan sólo una muestra de lo que nos espera si se permite persistir en ignorar las bases de la Constitución. Por lo cual, es un llamado más a que todos juntos luchemos por el Derecho.

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Leonardo Guzmán

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