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El sector público participa muy poco en el financiamiento de la cultura

| La recompensa económica esperada por su trabajo por parte de los artistas e intelectuales puede tener un papel relativamente secundario

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El País

En diálogo con ECONOMIA & MERCADO, el magíster Manuel Esmoris, ex presidente de la Comisión de Patrimonio Cultural de la Nación, hizo una evaluación económica de la actividad cultural en nuestro país, basándose en su trabajo "Cultura, economía y sector público", que presentará públicamente esta semana. A continuación un resumen de la entrevista.

-¿Cuánto aporta la producción cultural al PIB de Uruguay?

-Depende de cómo se defina la palabra "cultura" y, por tanto, de cuáles son los bienes y servicios que se incluyen en la medición. No existe en el mundo una definición compartida de cultura. La economista francesa Franois Benhamou, en su libro clásico "La economía de la cultura", editado en castellano por Trilce de Uruguay, considera como bienes y servicios culturales los espectáculos artísticos en vivo, el arte y el patrimonio, y las industrias culturales (libro, discos y cine). Información de distintas fuentes nos dice que en Francia su participación en el PIB alcanza el 3.7%; en Estados Unidos, el 2.5%. La Unesco estima un 7% a nivel mundial, pero utiliza el concepto de industrias culturales y creativas. En Uruguay, los estudios de Luis Stolovich dieron como resultado una participación del 2.8%, pero este economista, recientemente desaparecido, incluyó la publicidad, la televisión, la radio, la prensa y los libros de texto, cuestiones que no son consideradas por Benhamou ni por otros economistas, gestores culturales -entre los que me incluyo- y, para el caso de la publicidad, profesionales de nuestro medio como Diego Lev y Gonzalo Eyherabide. Si restamos los libros de texto y la publicidad, la participación de lo cultural en el producto uruguayo es del 1.6%. Pero, a su vez, Stolovich no valoró otros bienes que a mi modo de ver son culturales, como los patrimoniales (material e inmaterial), el diseño artesanal e industrial, la arquitectura…

-¿Quiénes determinan lo que es un bien cultural a efectos de sumarlo a la producción de esta área?

-Debería ser una construcción publicitada y debatida, dirigida por la autoridad cultural pública en coordinación y cooperación con la autoridad económica. Se debería consultar a economistas, personal de políticas culturales, filósofos, gestores culturales, artistas, empresarios con y sin fines de lucro, patrimonialistas y, además, realizar un relevamiento de qué es lo que los ciudadanos identifican como cultura.

-¿Están claramente identificados los sectores que generan la producción cultural en Uruguay?

-No, para nada. Queda muchísimo por hacer. En primer lugar, hay que conceptualizar qué es cultura. Luego hay que ver si se pueden relevar los valores económicos. A eso sigue montar sistemas de relevamiento estandarizados, obligatorios y periódicos, para lo cual el Poder Ejecutivo deberá hacerlos obligatorios a través de un decreto, a fin de que se puedan ejecutar. Por último, hay que diseñar una forma de presentación lo más accesible posible y que les permita a los usuarios la mayor cantidad de cruzamientos. Para eso las presentaciones digitales on-line son más adecuadas. Y para todo hay que asignar recursos existentes o crearlos.

Distribución

-¿Cómo se distribuye la producción de cultura?

-La única información disponible es la del trabajo de Stolovich y sus colaboradores, quienes, financiados por la Intendencia de Montevideo, investigaron, relevaron y publicaron el libro "La cultura es capital" en 2002. Desde mi perspectiva, lo que ese trabajo expone es muy discutible y queda muy mal parado cuando dice: "la publicidad representa poco más que un quinto -y llegó a ser casi la tercera parte- del financiamiento del complejo cultural, la casi totalidad del financiamiento de la radio y la TV abierta, y una fracción significativa de las publicaciones periódicas".

En realidad, la publicidad no sólo no es considerada cultura por la mayoría de quienes han trabajado estos temas, sino que también son una minoría los contenidos de la televisión, de la radio, de la prensa escrita que pueden calificarse como culturales. Ni el deporte, ni los informativos, ni las necrológicas, ni los suplementos como este o los que tratan temas agropecuarios, ni la información política pertenece al universo de lo cultural. David Throsby, otro economista de referencia en el campo internacional de la economía de la cultura, dice que en esos medios "se producen bienes culturales y no culturales, unos al lado del otro". Tampoco los libros de texto son, en este sentido, cultura; pero Stolovich y sus colaboradores también los incluyeron en esa categoría.

-¿No se han realizado estudios de actualización en esa área?

-Desde la publicación de dicha obra, no han vuelto a hacerse relevamientos de ese tipo. El Ministerio de Educación y Cultura nunca se ha preocupado por estas cosas. El Banco Central, que dispone de una cantidad de recursos muy grande y es el órgano responsable de las estadísticas económicas, no ha manifestado iniciativa alguna al respeto, pese a que la autoridad municipal de Montevideo de la segunda mitad de los años noventa se lo propuso. Sin embargo, por esa época el Banco Central creó un premio anual de artes plásticas al que asigna un monto muy significativo, y mantiene un inmueble en el centro de la Ciudad Vieja, el espacio Figari, que tiene contenido cultural. Esos recursos, que son públicos -es decir, provienen de los ciudadanos-, estarían mejor orientados a la producción de información económica de lo cultural, que sería útil, tanto para el sector público como para el privado, que a la realización de actividades de artes plásticas.

Productos culturales

-¿Cuáles son los elementos básicos que componen los bienes y servicios culturales de la sociedad?

-La palabra "cultura" incluye varios significados, tales como la dimensión antropológica, la vinculada al "espíritu de las naciones", la de los contenidos que se socializan a través de medios industriales y la de los bienes y servicios culturales. Esta última dimensión es la más adecuada en economía, política cultural y prestaciones de servicios. La componen las artes, el patrimonio y las tradiciones culturales.

Las artes implican teatro, música, danza, cine, plástica, letras, diseño, arquitectura, etc. El patrimonio comprende bienes materiales e inmateriales que son incluidos por, al menos, alguna de estas dimensiones: artístico-estética, histórica, etnológica, natural y sentido de identidad. Las tradiciones culturales abarcan los bienes o prácticas que combinan componentes artístico-estéticos predominantes y/o elementos con significación patrimonial. En el caso uruguayo, dentro de este conjunto se identifican el carnaval, las fiestas y ritos de la tradición afrouruguaya, las del "habitante rural", etc.

-¿Qué vincula a los diferentes componentes de la cultura?

-En primer lugar, artes, tradiciones y patrimonio tienen en común que los ciudadanos los identifican como bienes culturales. En segundo término, poseen un deliberado y prioritario componente estético o histórico con sentido de identidad colectiva para un país, una región o una localidad. Tercero, esos componentes no son instrumentales respecto a otros motivos, como sí lo son la publicidad en relación con el producto que se desea imponer, o los libros de texto en relación con la educación formal. En cuarto lugar, las finalidades de esos bienes van desde plantear problemáticas, objetivar el sentido de pertenencia e identidad, desarrollar experiencias estéticas, realizar interpretaciones históricas, hasta meramente entretener. En quinto término, los individuos que protagonizan o están vinculados a los productos culturales siguen lógicas de comportamiento como las relevadas por economistas como Becker-Murphy, Frey y Benhamou.

-¿No existen productos culturales vinculados a la industria?

-Ciertos bienes culturales pueden contener componentes industriales, como es el caso de la música en discos, el cine, el turismo cultural -Colonia del Sacramento, por ejemplo-, los productos de merchandising de los museos, etc. En cambio, no son industriales los espectáculos en vivo, la plástica, los bienes inmuebles de Colonia del Sacramento y su historia, ni los bienes que se exhiben en los museos. Aclaro esto porque algunos economistas y políticos que están muy preocupados por el asunto de lo industrial y conceptualizan mal.

-¿Cuáles son esas especificidades que plantean los economistas?

-Primero, hay una tendencia aditiva. A diferencia de otros bienes, que cuando se consumen producen satisfacción y, por tanto, se deja de consumirlos, los bienes culturales incrementan en los usuarios la necesidad de seguir consumiéndolos. Segundo, presentan una rentabilidad creciente porque cuanto más se consumen, más rápido se incorpora conocimiento y más rápido se evalúan las nuevas experiencias. Tercero, existe una experiencia familiar condicionante. El bagaje familiar, potenciado por el sistema educativo, genera mayores chances de ser consumidores culturales.

Cuarto, la oferta condiciona a la demanda. No se puede determinar la necesidad de los bienes culturales sin que estos hayan sido ofertados. Buena parte de la necesidad es creada por la oferta.

Quinto, plantean una gran incertidumbre. La demanda y aceptación de bienes culturales tiene mayores grados de incertidumbre que la del resto de los bienes. El consumidor tiende a bajar su margen de posible fracaso, de desagrado, cuando se va a exponer a una película, a un libro o a un bien patrimonial. A tales efectos busca referencias previas para rentabilizar y obtener una experiencia lo más placentera en su consumo. Esta es la razón de ser del star system del cine, del teatro, de los circuitos patrimoniales, etc. Una película con un actor muy conocido tiene mayores chances de éxito, porque les garantiza a los consumidores previsibilidad, apelando a experiencias ya conocidas. La valoración patrimonial de Colonia del Sacramento o la Ciudad Vieja de Montevideo es mucho mayor que la del barrio Peñarol o el cementerio a la Perpetuidad en Paysandú. Los dos primeros forman parte del star system; los otros no.

Sexto, los artistas, historiadores, arqueólogos, etc. tienden a poseer una racionalidad no económica. A diferencia de otros trabajadores, los de la cultura no son maximizadores de los beneficios. La recompensa económica esperada por su trabajo puede tener un papel secundario en sus decisiones de asignación de recursos.

El rol del Estado

-¿Cómo puede el Estado desarrollar la actividad cultural?

-Es una pregunta difícil porque es mucho más lo que hay para hacer que lo que se puede hacer, en el corto y el mediano plazo ya que no existen ni existirán recursos para todo. Ampliar el mercado me parece el objetivo central. Eso significa orientar los recursos al uso y el disfrute de los bienes y servicios culturales por los ciudadanos. Por tanto, no se trata de atender demandas de artistas ni de corporaciones profesionales y trabajadores de la cultura. Se trata de bajar los costos de oportunidad para quienes consumen, quienes están dispuestos a consumir y quienes son potenciales consumidores. Se trata de generar demanda, es decir de aumentar la necesidad de consumo cultural.

-¿Qué políticas de estímulo a la cultura puede impulsar el Estado uruguayo?

-Desde el Estado central destacaría dos aspectos, fundamentalmente. Uno son los llamados Fondos Concursables, que tuvieron su primera edición el año pasado y están entregando el dinero ahora, lo que permitirá materializar los proyectos este año. Además de evaluar la calidad de las propuestas presentadas, se les pidió una especie de plan de marketing, en particular en los aspectos de promoción y distribución. De esta forma, se es coherente con la respuesta a la pregunta anterior: el objetivo es aumentar el número de consumidores. Sólo se aumenta el mercado bajando los costos de oportunidad y, para ello, la promoción y la distribución son elementos centrales desde el lado de la oferta. Desde el lado de la demanda se necesita tiempo libre y dinero, que son escasos para muchos grupos sociales. Por eso los "costos de viaje" fueron considerados como una variable en las bases: se les daba más dinero a aquellos proyectos que se presentaban en zonas alejadas de los centros tradicionales donde se oferta cultura.

-¿Qué otros incentivos estatales a la cultura se destacan?

-La Ley de Mecenazgo o Patrocinio permitiría a las empresas a descontar dinero de impuestos para apoyar proyectos culturales. Tras su próxima reglamentación se sucederán las primeras experiencias, en un camino que Uruguay debería haber comenzado a recorrer hace años. Seguramente la experiencia va a llevar a la necesidad de modificar algunos aspectos como, por ejemplo, que tengan más descuentos las firmas que contribuyan a un fondo común de proyectos. A ningún empresario le va a interesar poner dinero que no sabe adónde se destina finalmente. Pero es muchísimo mejor empezar a andar, sin dudas.

Tanto los Fondos Concursables como la Ley de Mecenazgo son instituciones y una política cultural es madura en la medida que institucionaliza objetivos y los ejecuta de manera eficiente, eficaz y lo menos discrecional posible. En cambio, a los municipios los veo muy alejados de cualquier política que no se centre en el producto, o sea no están orientados a los ciudadanos y cuando lo están "el activismo" es el orientador. Los servicios del Teatro Solís y algunos pocos más constituyen excepciones.

Bienes culturales y bienes mercantiles

-¿En qué medida es la producción de cultura una actividad económicamente viable en Uruguay?

-La cultura -al igual que la salud y la educación en países como Uruguay, el resto de América Latina, Europa y aun en Estados Unidos- logra su existencia y su disponibilidad no sólo a través de lo que se entiende de forma simple como viabilidad dentro del mercado, es decir, en la lógica oferta-demanda. Muchos bienes y servicios culturales existen -y así debería atenderse su viabilidad- como bienes meritorios.

Bienes meritorios son aquellos que el mercado no provee en cantidad o calidad, y un grupo de ciudadanos con capacidad de decisión y de orientación de recursos públicos define invertir o gastar en ellos, porque los considera necesarios para una experiencia ciudadana completa. Por tanto, hablar de viabilidad así nomás puede constreñir lo cultural a aquello que se financia librado al funcionamiento del "libre mercado".

Creo que nadie se pregunta cuál es la viabilidad económica del saneamiento, sino cómo hacemos para pagarlo, porque hay que hacerlo para mejorar la salud de los ciudadanos. De forma un tanto parecida, no nos preguntamos cuál es la viabilidad económica de tener museos, de realizar cine uruguayo, de investigar, escribir y publicar libros de historia o de tener el Teatro Solís en buenas condiciones. Y esto no es negar los planes de negocios, ni la buena gerencia y todas las herramientas propias de la actividad económica responsable y orientada a la ciudadanía. Todo lo contrario: los bienes meritorios se gestionan como tales y utilizan las mismas herramientas -algunas de ellas adaptadas- con que se manejan los bienes netamente mercantiles.

La viabilidad de la cultura se materializa por la lógica de su mercado

-¿Cómo se financian los sectores que producen bienes y servicios culturales?

-Sostengo, en términos de hipótesis porque no puedo contrastarlo por falta de información empírica, que en Uruguay los bienes y servicios culturales se financian en el mercado y los principales encargados de proveerlos son privados sin fines de lucro o con escasísimo lucro como es característico del pequeño comerciante.

El sector público -Estado y municipios- participa muy poco en el financiamiento de las artes, el patrimonio y las tradiciones culturales. Piénsese en cada uno de ellos en relación con las instancias que recorre un producto cultural: formación en saberes culturales, creación, diseño-producción-fabricación, promoción, distribución y consumo o usufructo final, y escrútese exhaustivamente cuánto participa el sector público y cuánto el sector privado. Lo que sostengo es que el sector público, o sea el dinero de los ciudadanos canalizado a través de tributos, es bastante poco en relación con el que aportan los propios protagonistas y consumidores para lograr una experiencia cultural, es decir el encuentro entre el que consume y el producto cultural.

-¿En qué medida es la cultura una actividad económicamente viable en Uruguay?

-La viabilidad de la cultura en el Uruguay se materializa mayoritariamente por la lógica que tiene este mercado. Otro tipo de aportes, como los del patrocinio y la publicidad, son bajísimos y pesan muy poco. No creo que estemos en ninguna situación ideal ni eficiente. Muy por el contrario. El sector público no puede cumplir con las responsabilidades que tiene, no existe una discusión de cuáles son hoy esas responsabilidades, cuáles son las prioridades. Hay una enorme superposición de recursos en algunas áreas y zonas, como los museos de Montevideo, en donde casi brota uno nuevo por día y la mayoría están vacíos, además de ser francamente malos. También existen bienes y servicios de un enorme valor que no están orientados a la ciudadanía, al consumidor, como la Cinemateca Uruguaya o los recursos públicos asignados a los bienes patrimoniales, en especial a los inmuebles. En ambos casos se padece de lo que en marketing se denomina "concentración en el producto".

-¿Es correcto hablar de "consumidores de cultura"? En caso afirmativo, ¿quiénes lo serían a nivel local?

-¿Por qué no sería correcto hablar de consumidores? Aun en una economía que no fuese de mercado, ¿cómo llamaríamos a la experiencia de escuchar un disco, leer un libro de literatura, visitar una construcción histórica, ir a un museo, a un cine, a un tablado…? Consumen más cultura aquellos ciudadanos cuyo nivel educativo es más alto y que tienen antecedentes familiares de consumo cultural. El nivel de ingresos pesa menos que esas dos variables conjugadas.

Ficha técnica

Manuel Esmoris, uruguayo, 47 años, posee una maestría en gestión cultural de la Universidad de Barcelona. Actualmente es director del proyecto de desarrollo a partir de la recuperación del patrimonio industrial en el barrio Peñarol de Montevideo y es asesor del Ministerio de Educación y Cultura. Con anterioridad fue presidente de la Comisión de Patrimonio Cultural de la Nación (2005-2006). Fue profesor de Introducción a la Práctica Profesional en la Licenciatura en Sociología de la Universidad Católica del Uruguay.

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