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"Nada como narrar lo real"

| La periodista y escritora argentina Leila Guerriero revela los secretos para hacer una buena crónica: tiempo, paciencia, mucha atención y un jefe comprensivo.

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El País

L.G.

La primera nota que la argentina Leila Guerriero publicó en un medio de prensa grande fue un relato de ficción, "Kilómetro cero", en la contratapa del diario Página/12, en 1991. Hoy asegura que la realidad es imbatible, mejor que cualquier ficción, para desenvolverse en el periodismo, su oficio (así prefiere definirlo), y en la crónica, género que ha desarrollado en medios como La Nación Revista y Rolling Stone en su país, las colombianas Gatopardo y Malpensante, Etiqueta Negra de Perú, Paula de Chile, Vanity Fair y El País de Madrid en España, y el suplemento El País Cultural de este diario, entre muchos otros. "La verdad es que cultivo la promiscuidad periodística", ríe.

Y en ese género ha viajado del último leprosario de Argentina, pasó por un perfil del extravagante empresario Alan Faena, hasta la historia del "gigante" Jorge González, un hombre de 2,30 metros de altura que pudo ser el primer basquetbolista argentino en la NBA, pero terminó en la lucha libre estadounidense y volvió, con pena y sin gloria (y enfermo) a su Formosa natal. En su casa paterna en Junín, donde nació en 1967, se formó en las letras gracias a una "típica biblioteca de clase media ilustrada", grande y variada, y a la lectura de cómics como El Tony, D`Artagnan y el mítico El Eternauta de Héctor Germán Oesterheld.

Transmitir, y no aconsejar, cómo apelar a la realidad y al acervo cultural personal para contar una historia de manera creativa es otra parte de su oficio; la parte que la trajo el jueves a disertar en la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT.

-Usted confirma el lugar común que la realidad supera a la ficción, y que el periodismo es la mejor manera de contarla.

-A mí, la materia prima de la realidad me parece fabulosa. Yo escribí el libro Los suicidas del fin del mundo (2005), en base a una ciudad de 16.000 habitantes, Las Heras (en la patagónica Santa Cruz) en la que unos 12 jóvenes se habían quitado la vida. Varios editores me habían propuesto redactarla como una novela ficcionada. Y yo creía, y así lo hice, que no había nada mejor que la realidad pura, mucho más que la ficción, para contar una historia. La realidad es algo imbatible. No creo que con ficcionar se gane nada. A mí me gusta ir, ver y contar la historia que yo creo haber visto, con una subjetividad que no es vil. Porque creo que la objetividad es un absurdo, los periodistas hablamos de manera muy mentirosa sobre ella. Prefiero la honestidad intelectual.

-Esa es una historia trágica, ¿por qué esas realidades son las preferidas para las crónicas?

-Hay dos cosas. Las crónicas sobre tragedias, desastres ecológicos y niños pobres con moscas alrededor de los ojos pueden ganar premios. ¡Nadie te va a dar un premio por historias optimistas, se las relaciona con algo boludo! Pero también hay una explicación noble: el periodismo es un oficio muy humano, muy relacionado a los compromisos sociales. Es muy válido estar del lado de los más desamparados, más allá de que el periodismo no implica estar del lado de nada. Pero además, es muy difícil acceder a la gente de alto poder económico en América Latina y a sus historias. La gente pobre, en cambio, no pone barreras para llegar a ellos.

-¿Cree en el fin redentor o justiciero del periodismo?

- No, para nada. Yo muestro una realidad y que pase lo que pase. Lo mío no es periodismo de investigación, que puede incluir un elemento de denuncia. Yo hago crónicas y perfiles, cuento historias, muestro lo que yo vi. Y nada más.

-¿A qué le llama crónica?

-A una historia que sale de una investigación larga, que insume un tiempo largo, que no busca la denuncia, y que a la hora de escribir echa mano de todos los elementos de la literatura y el cine: mucho clima, tensión argumental, pero siempre al servicio de la información. No hay que perder de vista que siempre se trata de periodismo.

-Usted es editora en Gatopardo. ¿Qué es preferible, una buena noticia escrita sin demasiado brillo, o una excelente prosa con poca sustancia?

-Ninguna de las dos cosas. Quiero una cosa bien escrita con información. No existe el periodismo bien escrito sin información. Las preguntas básicas (qué pasó, dónde, cuándo, cómo, quién y por qué), tienen que estar todas contestadas, aunque no sea al principio de la nota. Los periodistas que a mí me gustan son los que han leído buena literatura.

-¿Cuánto tiempo le insume una buena crónica?

- Diez días sólo para escribirla. Antes, unos tres meses de investigación. A mí me gusta la teoría del iceberg: que mi producto final, aunque tenga 25 mil caracteres, sea sólo la punta y que eso se note.

-No todos los editores estarían dispuestos a esperar tanto.

-Cuando a mí me piden una nota, ya saben cómo trabajo. He tenido la suerte de tener editores que se han dado cuenta de eso. Hay mucho de negociación y, sobre todo, confianza. ¿Qué le garantiza al editor que en tres meses yo le voy a entregar un producto publicable? Nada. Eso se refleja en el trabajo.

-¿Donde encuentra el mejor periodismo en América Latina?

-Está desperdigado. Todo el mundo se queja del periodismo en su propio país, parece que el césped siempre es más brillante en el prado ajeno. En Colombia, hay unas revistas mensuales maravillosas, como Soho o Malpensante, la venezolana Marcapasos, las revistas de la prensa chilena. En Argentina me gustan la revista del diario Crítica y Radar, el suplemento cultural de Página/12.

-¿La Nación Revista?

-Es feo hablar de los lugares donde uno trabaja. Como todas las revistas semanales, tiene altibajos.

- ¿Y en Uruguay?

-Acá lo que conozco bien es El País Cultural. De hecho, fue mi primer trabajo fuera de Argentina, en 1992. Conozco todas sus firmas. Y yo creo que ninguno de nosotros sería nada sin Homero Alsina Thevenet, a quien quería totalmente. También me gusta mucho Leonardo Haberkorn, quien escribe en Gatopardo y Etiqueta Negra.

-¿Qué aconseja a los estudiantes de periodismo?

- Yo esquivo la idea del consejo. Me parece que cada uno tiene que encontrar su propia voz y su propio camino. Lo único que digo es que hay que ser como radares: encontrar y ver algo ahí donde pasaron 500 mil pares de ojos y no detectaron nada. Establecer nexos, atender a las pausas, las equivocaciones, las vacilaciones y las gesticulaciones. Sacar detalles de los entornos. La gente es muy poco lo que dice, es más lo que hace. Un buen cronista mira más de lo que pregunta; de hecho, prefiero dejar que una persona hable antes de abordarlo a preguntas. Que estén atentos a los detalles, porque la vida, y el periodismo, pasan por ellos.

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