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Madera sureña

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Mercedes Estramil

EN 1915, EN EL CONDADO de Trinity (Texas) nacía William Goyen, destinado a ser uno de esos escritores a quienes se les reconoce talento pero les falta estrella. Vivió hasta 1983, publicando novelas y cuentos en el transcurso de una vida apacible, renunciando a los círculos más "in" de la narrativa sureña. O casi. Apenas una amistad con la malograda y explosiva Carson McCullers, y un malentendido o un paso en falso con el implacable Truman Capote (quien lo apoyó para luego recibir de Goyen una crítica demoledora, que por supuesto nunca perdonó). De las grandes luminarias como William Faulkner, el dramaturgo Tennessee Williams o la mismísima Margaret Mitchell autora de un solo libro, Goyen estaba a años luz de distancia, más cercano en todo caso a la recóndita Eudora Welty. Sin embargo, y aunque su especificidad texana lo hiciera sentirse diferente, era inconfundiblemente, como ellos, del sur profundo.

En el siglo XXI, Goyen es redescubierto para los lectores de habla hispana por la escritora argentina Esther Cross, que arma y traduce para la editorial La Compañía dos libros de relatos: La misma sangre y otros cuentos y Ángeles y hombres. Volúmenes pequeños, selección impecable. En una entrevista para el suplemento Radar de Página 12 (24 enero de 2010), Cross decía que Goyen "es un escritor que le pifia muchísimo. Hacer una selección de sus cuentos da laburo, porque él se equivoca mucho". Con el resultado a la vista, hay que decir que ambos libros son un compendio poco habitual de calidad narrativa y belleza no ostensible. La de Goyen es una escritura de excesos narrados con calma. Un retrato (casi rulfiano) de cuerpos y espíritus castigados por la naturaleza geográfica y la humana.

HABITADOS POR GUSANOS. La primera selección (La misma sangre y otros cuentos, 2007), agrupó diez relatos de aristas duras, donde se daban cita la violencia de los huracanes, las pasiones de la carne, la contención y la opresión religiosa, el racismo, y la fatalidad que surge de combinarlos. Parecían historias sobre gente corriente: hermanas que visitan el cementerio familiar, mujeres que dejan a sus esposos por amantes, hombres que salen a cazar coyotes en la madrugada, religiosas proselitistas, etc. Pero tras esa fachada se asientan voluminosos y frágiles edificios, en los que el derrumbe está anunciado con letras rojas de imprenta.

En estas historias hay violaciones, incestos, torturas y asesinatos, así como extrañas maneras de llegar al perdón. Mientras las dos hermanas de "La canasta" visitan tumbas, conversan banalidades y almuerzan, la muerte vuelve a circular por la mansión familiar, y Goyen hace coincidir esa tensión latente con el clima de paseo placentero por los lugares simbólicos de la muerte. En "El coyote" también se intuye con pocos detalles que la partida de caza no se cobrará la víctima perseguida sino otra.

Son admirables los remates, ya sean de factura exquisita o más coloquiales, contundentes o cargados de preguntas. Dejan la sensación que no hay más que decir, incluso cuando anuncia que no está todo dicho. Hay un tironeo de fondo en sus historias entre la forma correcta o incorrecta, sana o enferma, transparente o secreta de hacer las cosas, y el autor evita cualquier resultado maniqueo. Por el camino de la mentira se puede llegar a la verdad y viceversa. Hay un elogio de lo que "es", manifiesto incluso por el absurdo en algunos cuentos-metáfora como "Cuervos que nos alimentan", "Puente de música, río de arena" o el casi fantástico "Arthur Bond". En este un hombre vive con un gusano dentro de su muslo, hecho que determina su infelicidad. Los intentos médicos por extraérselo apenas consiguen extirpar la cabeza del bicho y colocarla en formol. La reflexión de Goyen: "No todos podemos ver en un frasco el rostro de nuestro padecer". En todo caso, la frontera entre lo que es maldición y bendición es difusa. Es el caso en "Zamour, historia de una herencia", donde las dos hermanas barbudas de Río Rojo llevan una existencia anodina y tranquila en tanto una hermana más joven y hermosa abandona el hogar para casarse en la ciudad y ser infeliz hasta la locura. Recién cuando adquiere el estigma piloso logra una estabilidad emocional. Lo freak se hace reconciliación interior en Goyen, que lo explora hasta en alguna novela tardía (Arcadio, 1983) donde el hermafroditismo es el tema. La crueldad es narrada sin espanto y hasta con respetuoso cinismo, con esa ausencia de subrayados que hoy cultiva el también sureño Cormac McCarthy. Ahí están dos relatos conectados que Cross reparte entre los dos libros: "Si tuviera cien bocas" (de La misma sangre...) y "Ángeles y hombres" (que da título a la segunda recopilación) cuentan destinos terribles de hombres y mujeres, de negros y blancos.

VISITADOS POR ÁNGELES. En este segundo libro los cuentos siguen siendo seductores, mundos imperfectos pero complejos y vivos, extraídos de la apenas descubierta galaxia Goyen. Tienen del "sur" esa cosa de entramado familiar indisoluble, de atavismo cargado de lujuria, perjudicial y redentor a la vez. El lugar de origen persigue a los personajes a través de detalles físicos o recuerdos imprevistos. No hay niño en esta narrativa que no esté marcado profundamente por una vivencia remota. Si hacen una vida afuera, regresan por o para algo. Así, los pasos de una mujer varias veces casada dejan un surco en "El camino de Rhody" cada vez que vuelve al hogar, coincidiendo con plagas de langostas y pastores religiosos que engañan a la gente con serpientes de cascabel. En dos cuentos memorables, "De buena madera" y "Memoria de mayo", dos hombres (o quizá se trate del mismo) permanecen en Roma, lejos de su hogar, evocando en un caso al abuelo paterno y en otro a una hermana. Los recuerdos son agridulces y hablan, en el fondo, de una herencia de infelicidad que sin embargo Goyen transmite con majestuosidad sencillísima, fiel a su idea de que cada vida, por pequeña que sea, contiene grandeza, misterio, espesor.

El aire quieto de esos pueblos perdidos en los que evoca su propia infancia se remueve con las visitas más humildes. En un cuento casi naïf ("El huésped"), un hombre de cincuenta años llega a un valle a enseñar tipografía y se aloja en la casa de muñecas que una viuda conserva intacta para recordar a su hija. Aunque es mirado con recelo por los vecinos y desalojado por empleados municipales que establecen que lo que ocupa no es una vivienda, tras su partida la casa de muñecas se convierte en lugar de reunión de gente mayor y solitaria. Sean vistos como señales vitales, enviados celestiales o demoníacos, los agentes extraños activan la circulación en estos relatos, imprimen emociones, desasosiego y hasta una pizca de humor. Un ermitaño que se sienta en la altura días y noches ("Sobre el pueblo") puede con su sola presencia silenciosa poner de cabeza un pueblo entero.

Hay más cuentos y un puñado de novelas de William Goyen sin traducción al español o en ediciones difíciles de hallar como la de su primera novela (La casa del aliento, 1950). La prosa serena y maciza de estos dos libros y su contenido pasional, ya sea torrencial o reprimido, abren el apetito, pero por sí solos bastarían para ubicar a Goyen entre los mejores.

LA MISMA SANGRE Y OTROS CUENTOS y ÁNGELES Y HOMBRES, de William Goyen. Ed. La Compañía, Buenos Aires, 2007 y 2009. 151 y 70 págs. respectivamente. Distribuye Ediciones del Puerto.

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