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Brillante y conmovedora obra del Ballet Nacional

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El Ballet Nacional Sodre abandonó los tutús para lanzarse de lleno a una impactante lectura coreográfica de un clásico de la dramaturgia del siglo XX. Es que con la presentación de Un tranvía llamado deseo como programa inaugural de la temporada 2011 (la segunda con Julio Bocca como director) la compañía oficial además de rendir tributo a Tennessee Williams en el centenario de su nacimiento, provoca el retorno de Mauricio Wainrot como invitado del Sodre. El coreógrafo argentino, actual director artístico del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín de Buenos Aires, ya había presentado con gran suceso su versión de La consagración de la primavera en 2003 y ahora regresa con un trabajo que lleva su sello de principio a fin.

Se trata de una propuesta intensa donde Wainrot condensa con arrolladora vehemencia gran parte del universo psicológico de la pieza original. Para ello cuenta con un soporte sólido e inspirador como es la música de Béla Bartok (Cuatro piezas orquestales, Divertimento para cuerdas y El mandarín maravilloso) y montado en esa sugerente plataforma sonora explora con amplia libertad todas las aristas (¿neuróticas?) de Blanche Dubois, personaje protagónico del drama.

No tiene miedos a ser recurrente. A veces repetitivo. Obsesivo sobre algunas imágenes que aparecen y desaparecen a lo largo de todo el espectáculo. No hay temor a crear personajes que en el texto sólo aparecen como menciones paralelas del relato y que sin embargo, en la transcripción coreográfica cobran vida y se interrelacionan. Hay una explícita apuesta a los espejismos; a mostrar los desdoblamientos de una personalidad como la de Blanche que puede ser al mismo tiempo "una y cuatro", casi a modo de misterio teológico-trinitario.

Como si esto fuera poco, el escenario elegido para plasmar esta especie de via crucis psíquico femenino es un manicomio. El manicomio donde -se supone- Blanche está internada y que acaso es también otro espejismo brillante de Wainrot sobre nuestra sociedad. Metáforas y símbolos de un universo áspero, doliente, por momentos enigmático y siempre tremendamente humano que por medio del lenguaje del movimiento asume universalidad y vigencia.

Compromiso. Para este trabajo de profunda búsqueda interna, es claro que Wainrot contó con un elenco entregado y comprometido. En el primer reparto Rosina Gil es una Blanche esquizofrénica, en ocasiones altiva y en otras, vencida. Vulnerable y vulnerada. No hay en ella movimientos librados al azar y cada gesto está cargado de una intensa melancolía, dominada muchas veces por esa atracción interior hacia su cuñado que ella reprime y aviva constantemente en un juego perverso.

A su lado, Samuel Bianchi compone un Stanley de grosera masculinidad. Todo en él es lascivo. Lo fálico se hace sinónimo de poder. Lo sensual espejo de perversión.

La contracara de Stanley es la ternura de Mitch (ternura decadente, pero ternura al fin) bailado por Francisco Carámbula; y la de la pareja que conforman Guillermo González y Daniel Galarraga en sus respectivas composiciones de Allan y su amigo. Quizás otro espejismo que el coreógrafo muestra con acertado tino para aliviar el machismo de Stanley.

Solo Stella, magníficamente interpretada por Giovanna Martinantto -primma ballerina absoluta de la compañía en la actualidad- es capaz de resistir el abuso y las injurias de su marido Stanley. Él despierta en ella ese fuego que no conoce otro límite que el de su propia consumición.

Las escenas del cuerpo de baile a pleno están muy bien resueltas y tienen la marca plástica de Wainrot. Energía y movimiento trabajados desde el interior. Cada uno de los "enfermos" del manicomio está trabajado con manías propias, acentuando gestos individuales de locura que acrecienten la desolación y el patetismo del lugar.

La escenografía diseñada por Carlos Gallardo está impecablemente realizada y junto a las luces de José Luis Fioruccio "iluminan" en el amplio sentido de la palabra un trabajo brillante que conmueve al más indiferente de los espectadores. Luces y sombras que toman vida en el movimiento corporal para transformarse en espejos de una humanidad que transita este via crucis psíquico de la mano de una mujer: Blanche DuBois.

UN TRANVÍA LLAMADO DESEO

Ficha

Espectáculo coreográfico del Ballet Nacional Sodre sobre música de Béla Bartok.

Dirección: Julio Bocca.

Coreografía y adaptación: Mauricio Wainrot; versión libre de la pieza teatral homónima de Tennessee Williams.

Escenografía y vestuario: Carlos Gallardo.

Iluminación: José Luis Fiorruccio.

Realización de la banda sonora: Edgardo Rudnitzky.

Primer elenco: Rossina Gil, Giovanna Martinatto, Samuel Bianchi, Francisco Carámbula.

Segundo elenco: Sofía Sajac, Vanessa Fleitas, Ismael Arias, Sebastián Arias.

Próximas funciones: 22, 24, 26 y 29 de marzo (segundo elenco); 23, 25 y 27 de marzo (primer elenco). Auditorio Nacional Adela Reta.

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