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Vivir en zona de guerra no declarada

Brasil. El año pasado, un uruguayo fue interceptado por narcotraficantes en la favela en la que trabaja La situación en una zona que el gobierno pretende pacificar para el mundial de 2014

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SEBASTIÁN AUYANET

En noviembre de 2009, Rodrigo Irazoqui sufrió el susto de su vida: un grupo de traficantes lo confundió con un informante policial y lo retuvo unas horas en la favela en la que trabajaba. Accidentes factibles de una zona en guerra no declarada.

Irazoqui vive en Brasil desde hace dos años, donde fue a completar sus estudios y a trabajar en una favela de Rio de Janeiro como contrapartida de su beca de estudios. En esa zona se encuentra el centro al que todos los días iba para dar clases de español y coordinar otras actividades -conocidas como Pavao-Pavaozinho- era "tranquila", según contó, aunque controlada por el conocido Comando Vermelho.

Sin embargo, en noviembre del año pasado la tensión había subido varios niveles. El gobierno brasileño estaba implementando su programa de urbanización PAC, que funciona previa "limpieza" de las bandas y traficantes de la zona (ver recuadro). El programa PAC gana terreno a los narcotraficantes, ya sea con estructuras como ascensores o con la instalación de complejos deportivos y redes de wi-fi gratuitas.

La inminencia de la llegada de ese programa, y la permanente batalla entre la Policía Militar (PM) y los comandos -en ese mes los traficantes derribaron un helicóptero- había hecho que el ambiente en Pavao-Pavaozinho estuviera bastante enrarecido.

"Para ir a trabajar pasaba siempre por la boca de venta de droga -la "boca de fumo", como le dicen-, donde ves a gente muy chica con armas impresionantes. Pero esos días, había un ambiente raro. La UPP había limpiado una favela contigua en Botafogo, y se sabía que iban por orden, así que después iba a tocar ahí. Un día llegué y vi que no había nadie en la boca. Que no hubiera narcos en la calle era rarísimo. Pasé por ahí y luego, para entrar a la oficina hay que tomar un callejón. Cuando doy la vuelta por el callejón, me encuentro con un montón de gurises con metralletas y otro tipo de armas. Se me vinieron arriba, uno me puso un arma en la cabeza y me dijeron que me iban a matar, que yo era un soplón de la policía; se pensaron que era un gringo. Por supuesto que por ahí no pasaba absolutamente nadie en ese momento", contó Irazoqui a El País mientras pasaba unos días de vacaciones en Montevideo.

Tenía pocas formas de convencer a los traficantes de que trabajaba en la favela. "Lo único que tuve a mano en el momento -ya que por el susto no podía hablar nada de portugués en ese momento- eran las llaves de la oficina. Se las mostré y entonces ellos me llevaron hasta el lugar, entraron conmigo y revisaron todo. Estuvimos ahí un rato hasta que, no se cómo, les dije que me tenía que ir, y salimos. Por supuesto que se quedan vigilando, vos no los ves pero desde algún lado te vigilan. No me acuerdo cómo fue que hice para bajar las escaleras, no sentía las piernas. Llamé y pedí por favor que ningún profesor se acercara a la zona. Llegué a la universidad y me encontré con el sereno del edificio y lo abracé como a nadie, no podía creer que me había salvado", cuenta.

Ante la consulta de si le faltó capacitación por parte de la universidad para trabajar sin ese riesgo, Irazoqui explicó que "ya tenía un tiempo trabajando ahí y me sabía manejar, pero había cosas que no conocía. El sereno, que había trabajado en la favela dentro de la PM y estaba familiarizado con la manera de moverse de los narcos, me contó que en primer lugar, además de que yo no tenía el aspecto de un brasileño, mucho menos de alguien que vivía por ahí, no tenía ni un uniforme que me identificara como trabajador. Además, venía con la camisa afuera, cosa que implica que puedo tener un arma o algo bajo la ropa. Todas esas cosas son códigos que nunca me explicaron antes de empezar a trabajar ahí. Luego en esta zona hay dos monjas que son las referentes para los traficantes, pero en ese momento no estaba ninguna. Esa ausencia, algo que nunca puede suceder, pudo haber causado que me mataran".

Irazoqui define a lo que pasó como un accidente propio de lo que es ese contexto. Una de las expectativas que tiene para el futuro es que la denominación de Rio de Janeiro como sede olímpica para 2016 o el mundial de 2014 "hagan emerger un poco más esta situación a nivel mediático". Sostiene que para mucha gente de la favela, el narcotraficante o las milicias -grupos que no son traficantes pero dominan y suelen negociar con el poder político- es quien controla y ordena la vida allí, y son gente que durante toda su vida no tuvieron contacto alguno con el gobierno, más allá de la Policía. De momento, vivir ahí sigue siendo estar "adentro de una guerra no declarada".

Las cifras

11 la cantidad de favelas que el gobierno lleva controladas mediante los planes de pacificación. Abarcan unos 200.000 habitantes.

3.000 es la cantidad de policías pertenecientes a la Unidad de Policía Pacificadora (UPP) que controla cada favela que es pacificada.

"Violencia también es el aislamiento que sufre la favela"

"El problema es que en Rio todo es muy complejo", explica Irazoqui. "Se habla de violencia cuando ponemos al chico que me puso un arma en la cabeza, pero no se habla de que violencia es también el estado de aislamiento en que vive la gente de la favela, y la falta de posibilidades para que esa gente ascienda". Según explica, el problema está en lo que un sociólogo brasileño llama "capitalismo sangriento". "Ellos quieren lo que ven en la gente que vive abajo, en el asfalto: la gente de su edad usa championes Nike, tiene buenos celulares... ellos quieren lo mismo. A veces los ves con las armas y con terribles celulares, iPod, camisetas del Fútbol Club Barcelona originales... La única forma de conseguir aceptación, dinero y todas esas cosas, termina siendo ser narcotraficante para conseguir eso".

Irazoqui también entiende que la situación en Rio de Janeiro también se debe al entorno geográfico de la ciudad, en el que la periferia en realidad está casi sobre ella, en los morros, y en los notorios contrastes entre las diferentes zonas de la ciudad: "desde la favela ves a 200 metros la playa de Ipanema en la rambla, la zona se llama Vieira Souto. Ahí están los apartamentos más caros de Brasil, es el metro cuadrado más caro de América Latina. Ellos ven que esas zonas tienen todos los servicios, todas las comodidades. En algún momento eso termina detonando". añadió.

La esperanza para zonas como Pavao-Pavaozinho termina siendo que el gobierno confirme que seguirá atendiendo a estos violentos cinturones de pobreza, donde además las condiciones sanitarias son deficientes. "Para empezar ellos recién están teniendo una experiencia de contacto real con el gobierno ahora, con Lula. Por primera vez tienen un presidente que sabe por lo que están pasando, que les está dando importancia y mucha gente de allí está contenta. Entonces, eso es diferente. Pero se les va a complicar entrar a la Rocinha por ejemplo, en donde se calcula que viven más o menos 200.000 personas, y que el 90% es gente trabajadora, que mueve a la ciudad. Hay gente que muere de enfermedades de las que ya no muere casi nadie en el mundo".

"Limpieza" con vistas al mundial

Hace ya dos años que el gobierno brasileño viene implementando los "planes de pacificación" que consisten en eliminar los grupos de narcotráfico y las milicias.

El proceso de "pacificación", comienza con el ingreso del Batallón de Operaciones Especiales (BOPE), la fuerza especial de la PM, célebre por la película Tropa de elite, del año 2007, que ilustra sobre sus métodos. El BOPE "limpia" cada zona de los traficantes que dominan el área. Estos suelen huir a zonas seguras en las que aún no se ha intervenido.

Luego de la acción del BOPE, la Unidad de Policía Pacificadora llega al lugar y toma los sitios estratégicos de la favela. Según un artículo del diario La Nación, en Pavao-Pavaozinho, casi doscientos policías controlan a 5.000 habitantes. El gobierno aún no ha entrado a zonas más complicadas como Rocinha o Complexo do Alemao. Tampoco ha bajado el nivel de violencia, estimado en 6.000 muertes violentas por año.

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