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Decisión apresurada

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Sin que haya resultado para nada satisfactorio el cumplimiento de los principales requisitos que justificarían la liberación de un organismo genéticamente modificado (OGM), el gobierno autorizó el uso en nuestro país del maíz Bt transgénico. Aunque desde el sector oficial se afirma lo contrario, entendemos que no debió habilitarse el libre ingreso al mercado de este transgénico, porque aún no se ha demostrado de manera clara y concluyente que:

1) no afecta la salud humana ni animal, 2) no afecta el medio ambiente, 3) va a incrementar en términos de productividad, calidad y rentabilidad el valor del cultivo, 4) no va a afectar directa o indirectamente a otras actividades productivas y/o comerciales de mayor impacto económico-social que el cultivo en cuestión y, 5) ha superado reservas éticas y sociales de los consumidores, quienes desde luego no fueron consultados ni serán advertidos mediante un sistema elemental y justo de etiquetado, en cualquier producto vinculado o elaborado con este transgénico.

Considerando los aspectos sociales, económicos, productivos y ambientales propios del país, resulta obvio que en terrenos tan delicados como éste, la precaución pasa a ser una virtud básica para la sobrevivencia. A ese nivel, si nos equivocamos no tenemos resto como para absorber las pérdidas y rectificar el rumbo. Ya se había autorizado el cultivo de la soja RR transgénica. Ahora le sigue el maíz Bt. Realmente, hay que preguntarse ¿quién gana con ésta apertura y quién pierde con ella? Si bien cada uno de los requisitos antes enumerados habilitan a desarrollar extensos análisis e intercambios de opiniones, por razones de espacio focalizaremos la atención solamente en alguno de ellos. No caben dudas que casi todos los uruguayos estamos a favor de la biotecnología, por el alto impacto favorable que en general tiene sobre la calidad de vida de la gente. Pero el uso de transgénicos constituye un asunto especial, y como tal debe manejarse.

Crear transgénicos implica derribar barreras biológicas celosamente erigidas y mantenidas por la Naturaleza, como resultado de millones de años de evolución, en los cuales las experiencias exitosas continuaron, y las otras desaparecieron. ¿Por qué la Naturaleza es tan rígida impidiendo la mezcla de genes entre individuos de especies distintas? ¡Cuanta más cautela debemos tener al llevar adelante experimentos donde provocamos la transferencia génica horizontal, pero entre organismos pertenecientes a reinos diferentes, como por ejemplo el vegetal, fungi (hongos) o moneras (bacterias)! Cuando transponemos esas barreras infranqueables en la biosfera, liberando un organismo genéticamente modificado en un ecosistema, ¿cómo saber qué efectos provocará en el mediano plazo? Hasta el sentido común impone la cautela. Aunque se ha pretendido descalificar el argumento de proteger el sello de calidad nacional "Uruguay, País Natural", diciendo que en este caso el maíz transgénico evitará utilizar muchos agroquímicos en los cultivos, por su resistencia a una plaga —que según la Facultad de Agronomía no está presente en Uruguay (European Corn Borer -Ostrinia nubilalis)—, lo cual haría "más natural" nuestra producción de maíz, lo cierto es que nuestra mejor ventaja comparativa para competir en los exigentes mercados internacionales, es la producción agropecuaria natural, la cual excluye a los transgénicos.

Si a usted lo dejan escoger entre consumir un puré de papa orgánico y otro elaborado con tubérculos modificados genéticamente, ¿cuál se come? Simplemente, aplicó el principio de precaución, pensando en su bienestar. El maíz llega a formar parte del suplemento alimentario de muchos animales en la producción cárnica y láctea uruguaya. Es dable pensar que ese ingreso a la cadena productiva pueda afectar tanto esfuerzo realizado a favor de la certificación orgánica.

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