ENTREVISTA

Martín Seefeld: el estreno de "Holter", el legado de "Los Simuladores" y el humor como sanación

El actor argentino habló con El País antes del estreno de "Holter", la obra que estrenará el sábado en la Sala Cantegril de Punta del Este.

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El elenco de "Holter".
Foto: Difusión.

Martín Seefeld va a ser, para siempre, Gabriel Medina, el más sensible de la pandilla de Los Simuladores, ese personaje que a 20 años de haber aparecido todavía hace que, al momento de esta entrevista, una tarde cualquiera en Montevideo, un auto se cruce frente al suyo para que el conductor pueda frenarlo, pedirle una foto y decirle lo mucho que Medina significó en su vida. Pero también va a ser, siempre, el padre de Mía Colucci en Rebelde Way, o el villano de Mis amigos de siempre. Porque la actuación es así: deja huellas, marca, y llena una mochila de personalidades, historias e improntas con la que luego hay que convivir.

Pero Martín Seefeld también es otras cosas. Es el amante del baile, el que celebra la vida y el que mañana, sábado, estrenará en Uruguay su nueva obra, Holter en la Sala Cantegril de Punta del Este.

El music hall, que combina lo teatral con lo musical y que tiene mucho del humor pero también de la reflexión, lo tiene como un hombre que al someterse a un estudio cardíaco y convivir 24 horas con un holter, enfrenta todos los matices de la vida.

Seefeld, en texto escrito por él, Sol Levinton, y Sebastián Meschengieser, y dirigido por Daniel Fernández, comparte el escenario con Luly Drozdek y el actor uruguayo Gastón Torello.

En charla con El País, Seefeld se entusiasma cuando habla de Holter y luego dice que, a futuro, tiene la filmación de la película de Los Simuladores, más teatro, una miniserie y quizás otras opciones. “Creo que tengo un buen año por delante”, resume.

—El estreno absoluto de Holter va a ser en Uruguay. ¿Qué te genera?

—No me lo esperaba. Estaba preparando este espectáculo para mí cuando me llamaron a decirme que estaban buscando algo para Punta del Este, con dos personajes, máximo tres. Después lo terminé y me encontré con un espectáculo distinto, un music hall que es una estructura dramática con escenas, monólogos, baile, un momento de canto. Y me quedé muy contento porque es muy catártico. Muchos me preguntan si soy yo, y el personaje se llama Martín, pero tiene mucho de cualquiera, de lo que estamos enfrentando los padres de hoy con esa cultura de la inmediatez, la deconstrucción, el tiempo para esa deconstrucción, las urgencias, la soledad. Sobre todo, partiendo de la base de un hipocondríaco y de los miedos a la finitud, y de cuando esas preocupaciones se transforman en el 99 por ciento de nuestro tiempo. Porque mientras tanto, lo que te estás perdiendo es lo que sucede, que es la vida. Hay algo en todo ese andamiaje que tiene que ver con cómo vivimos, los desafíos. Yo quería un espectáculo despojado donde hubiera que poner el cuerpo, y creo que lo fuimos encontrando. Es una obra que invita a transitar la vida.

—Todos los temas que aborda son muy universales y hondos. ¿Hubo algo puntual que te llevó a querer hablar de ellos?

—La vida, la vida. Tiene que ver con entrar a la tercera etapa de la vida. Yo tengo 62 años y en mí se dispara ese espíritu joven, de deseo, de poder sacudir, sacudirme y sacudirte. Si lo logramos es genial. Tiene que ver con ese deseo y con el deseo de salir de la zona de confort, porque una de las formas más lindas de crecer es eso. Uno cree que tiene una seguridad que nunca es tal. Uno crece cuando anda caminando en ese suelo no tan estable. Porque cuando te agarrás sí, tenés eso, ¿pero qué más tenés? Es nadar siempre cerca del borde.

—A tus 62 años, ¿qué crees que es lo más desafiante en tu vida?

—Ser yo mismo. Dejar de ser para el otro, para lo que corresponde, para lo políticamente correcto... Es eso.

—Tu cuenta de Instagram está hecha de fotos de festejos, abrazos, reuniones familiares, paisajes soleados; hay siempre algo de lo celebratorio, incluso para recordar a quien ya no está. ¿Se construye ese optimismo?

—Creo que se trabaja, creo que es una elección. Yo me agarro de la vida. Tengo mucha muerte alrededor, mucha muerte joven, muchos pares, hermanos; perdí dos pares en la AMIA. Y siempre me quedo con la vida, porque creo que soy un ser de eso: me gusta la vida, me gusta vivirla, creo en el humor como sanación. Siempre tenés la posibilidad de ver el vaso medio vacío, de agarrarte del tango. Pero enseguida mi pensamiento es: salgamos de acá, no superficialmente ni neciamente, sino con la conciencia de saber que hay algo realmente mejor. Partiendo de la base de que el ser humano tenga su necesidad básica cubierta, que es lo que debería pasar. Pero sí, es una elección. Creo en eso y creo en los abrazos. Yo no pierdo la cultura del cortado, del uruguayito (sic), no existe charla que no sea mirando a los ojos. Creo en lo celebratorio, es una palabra que me identifica.

—El oficio del actor es como un ejercicio constante de lo vital, sobre todo en el teatro. ¿Se retroalimenta eso con el día a día?

—Creo en la cultura del teatro que pone el cuerpo. No creo en la palabra solamente, no creo en el discurso, creo en lo que quiero, cuál es mi contradicción, qué me pasa en el cuerpo. El teatro es el cuerpo, la expresión; si yo tuviera que actuar que te detesto por esta nota, ¿dónde lo pongo? No te lo puedo decir, pero lo pongo en la forma de mirarte, de poner el teléfono, apagar un cigarrillo. Hay algo ahí que cuenta porque el teatro es el cuerpo, y son las formas y los estilos. Yo creo en salir de la zona de comodidad; creo que eso te mantiene vivo.

—¿Qué pasa cuando en tu carrera te tocan personajes tan fuertes como Medina de Los Simuladores, que ya es una entidad en sí misma? En el trabajo, ¿un personaje así queda como una sombra constante?

—Eso lo compone mucho el público, ¿sabés? Medina, como otros personajes, entraron por una razón muy específica en el corazón de la gente, y creo que hay algo ahí puntualmente con Medina que tiene que ver con que él es el corazón. Desde ahí está compuesto, entonces yo soy un poco eso. Yo, Martín. Y yo tuve líos de corazón, y tengo un alto grado de sensibilidad, y me como las jodas que me como por eso. Hay personajes que están y uno como actor a veces dice: “Pero puta, hicimos tantas cosas y siempre vuelven a eso...”. Cuando hacés algo tan importante o sucede algo tan fuerte, la gente se queda ahí. Yo he tenido personajes detestables, la gente me ha llegado a putear por la calle. Y vos no podés trabajar para estar siempre en la mesa de luz de la gente. ¿Toca hacer a un hijo de puta? Que sea bien hijo de puta.

Los Simuladores van a volver. ¿Hay algún lugar actoral, un personaje al que no volverías?

—(Piensa) Es muy difícil que vuelvas a repetir un personaje. En teatro es imposible, pasó el tiempo, ya está. Simuladores vuelve porque tiene otra cosa para contar; me vas a ver 20 años mayor y ya ahí hay un cuento. Pero no sé si hay otros personajes que pueden volver, porque me parece que no tendría mayor sentido. Pero si tuviera una justificación artística sí, lo haría. He hecho muy pocas veces cosas que no quería hacer, y si las tuve que hacer porque necesitaba morfar, tampoco me enoja. No todos los trabajos pueden ser lo que te gusta. ¡Hay gente que labura toda su vida de algo que no le interesa, pero tiene que morfar! Pero no haría algo con lo que no comulgo.

—En Holter, el personaje de Martín se saca el corazón y se lo mira. Si aquel Martín Seefeld que a los 28 años decidió cambiar su vida y animarse a ser actor se sacara el corazón, ¿qué crees que vería?, ¿qué habría?

—Temor. Habría temor, deseo; temor de no poder lograr el sueño, deseo de poder lograrlo, incertidumbre, pero por sobre todas las cosas, agradecimiento. Soy un tipo muy agradecido. Todas las noches antes de dormirme agradezco, por la vida que tengo, por mis amigos, por mi familia. Pido protección a todos ellos. Y creo que en la vida, si hay algo importante para mí, es ser agradecido. La gente que es agradecida a mí me hace bien, me gusta.

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