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Gustavo Cordera: su actitud de "puteador espiritual" en "Fuego sagrado" y por qué no volvería a Bersuit

El músico que es parte del concurso de asadores de Canal 12 habla de su actitud zen, el volver a los escenarios después de la cancelación y su próximo show en La Trastienda.

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Gustavo Cordera.
Gustavo Cordera.
Foto: Marcelo Campi / Canal 12

La semana pasada Gustavo Cordera acompañó a Los Ajenos durante su show en el Palacio de los Deportes en Costa Rica, y a La Sonora Dinamita durante su concierto en el Auditorio Nacional de México. “Me hace acordar mucho a la cumbia del interior, de Chacho Ramos”, dice el cantante argentino acerca de esta banda que tiene más de 60 años de historia.

Cordera habla con Sábado Show desde tierras aztecas ya que se encuentra en una gira internacional. Desde mediados de octubre se presentará en ocho ciudades de España, el 11 de noviembre llega a La Trastienda, y luego vuelve a México, Bolivia y Costa Rica. “Es un año brillante para nosotros. La verdad que un hermoso regalo nos estamos dando”, dice Cordera.

En esta entrevista con Sábado Show, el cantante argentino habla de su pasaje por la competencia de asadores de Canal 12, Fuego Sagrado, su alimentación, su transformación de “semidios del rock” a un artista sin ego y en estado zen, y dice por qué no volvería a Bersuit.

Gustavo Cordera.
Gustavo Cordera.
Foto: Marcelo Campi / Canal 12

—¿Cómo te sentís como parte de la competencia Fuego Sagrado?
—Es una experiencia hermosa. Tiene que ver con el arte y la improvisación. Entonces, si bien es una competencia, yo juego a que compito. Teatralizo los cliché de una competencia, empujo a mis oponentes, los chicaneo, pero estamos todos dentro de un hermoso juego, y muy divertido. Y sobre todo muy desafiante para mí, porque te interpela. Te mandan en la semana un plato para que prepares, y cuando llegás, confiado que vas a hacer ese plato, te cambian las reglas y nada de lo que hiciste en ese plato te sirve. No voy a spoilear las cosas que vienen, pero hay cosas absurdas para lo que entendemos nosotros culturalmente como una cocina.

—Por ejemplo, hacer postres.
—Sí, un postre en una parrilla. De alguna manera desafía la cultura y de otra manera no, porque en el reservorio cultural, están la cocinas de la abuela, los encuentros de los domingos en familia, todo eso que cuando uno era chico no le prestaba atención, forma parte de nuestro ADN cultural. Me doy cuenta que me empiezan a salir cosas que estaban en mí y no me acordaba. Se apela a la memoria emocional, porque de alguna manera te religa con tu familia, con los abuelos perdidos. Yo empecé a grabar el programa a los dos días de haber enterrado a mi viejo, y a lo largo de todo el programa me atraviesa su energía. Eso, de alguna manera te da un poder, porque estás representando a tu linaje familiar. Es muy interesante lo que sucede en esa competencia. Veo que mis compañeros tienen sus dificultades. Por ejemplo Esteban (Batista), en su vida cocinó, y se fue transformando programa a programa en un experto cocinero. Un nerd de leer, aprender, encontrar una pasión. Muchos descubrieron eso.

—¿Y a vos te pasó?
—Yo la cocina la traigo desde siempre porque me cocino mis alimentos a diario. Puedo ir a comer afuera, pero los alimentos que ingiero en casa, los cocino yo.

Gustavo Cordera. Foto: Darwin Borrelli
Gustavo Cordera. Foto: Darwin Borrelli.

—¿Esa filosofía, cuándo empezó?
—Hace muchos años. Estoy experimentando el tema alimentación desde 1982. Empecé siendo macrobiótico con toda esa doctrina alimenticia, porque se necesita cierta seriedad y rigidez para estar en un mundo donde se come carne y pastas como base. Yo tenía una inquietud por saber qué me pasaba con la alimentación porque tenía problemas de intestinos, ya a esa edad, granos. Empecé por lo macrobiótico, fui vegetariano, naturista, vegano, hace poco estuve experimentando con el Ayurvédica, también con ayunos y limpieza de colon. Todo lo que haya para experimentar lo hago, porque me gusta saber cómo incide eso en mí. Hace poco aprendí a hacer ghee, que es manteca clarificada y la comida esencial de la India. Gracias a eso entendí por qué no matan a las vacas, porque si las matan se quedan sin ghee. Es algo que pude entender, independientemente de que estoy insertado en la cultura que vivo, y si me invitás un asado, o hay que hacerlo lo hago. Me di cuenta que cuanto más severo soy con la alimentación, más puedo desbordarme, porque todo lo que uno reprime, toma una virulencia imposible de detener. Y yo conozco mi psiquis, me manda señales, y soy suave en cada decisión que tomo.

—En el programa también se ha visto esa actitud zen que adquiriste.
—Eso es una construcción, una conquista interna. Viví toda mi vida en picos de intensidad y de desequilibrio emocional. Toda mi experiencia es altamente intensa, desde que empecé con Bersuit. Pero después, no solo fue el paso del tiempo, también fue una decisión personal de ir hurgando hacia adentro y empecé a hacer una desprogramación, a limpiar. Eso me da más espacio y comprensión de lo que siento, y si siento bronca la expreso, si siento alegría o incertidumbre también. En el programa me puse a mí mismo como un puteador espiritual, un puteador zen.

—¿Cómo es eso?
—Yo construyo muchos conceptos así, porque son sanadores. Hace poco empecé a reivindicar el poder de la puteada, y cómo se necesita hoy en un mundo donde lo políticamente correcto es reprimir las emociones. ¿Y qué pasa con cada uno de nosotros cuando no se expresa? Se hace adicto. La adicción es no decir. Ojo, no es no hablar, es no decir, porque hay adictos que se meten algo y hablan todo el día sin parar, pero eso no es decir. La adicción es aquello que está adentro y no sale porque el único canal que tiene para salir es la expresión: la palabra o la expresión física. Por eso creo que está bueno ir a la cancha y conectarse con los puteadores, que son gloriosos, creativos. Los que se descargan en la cancha después van a su casa y tienen un espacio interior, porque la ira fue expresada. Estamos en un mundo donde se inhibe la expresión, y yo me dedico a expresar libremente. Es la piedra fundamental del arte y la creación.

—¿Cuánto de terapia te llevó entender eso?
—Toda la vida. Y hay cosas que todavía tengo para descubrir, pero estoy en un muy buen momento. Hoy me siento más libre para hablar, no preparo nada cuando me van a preguntar algo, ya no juego más a eso.

—Te han tergiversado y distorsionado cosas que has dicho. Calculo que estarás curado de espanto.
—Eso para mí fue providencial, porque fue en un momento donde el personaje que todavía tenía, esa máscara, no tenía nada que hacer. Se había gastado. Ese asesinato compartido entre la gente y yo que dejé morir al personaje, me dio la posibilidad de conectarme con mi ser real. El afuera era tan horrible para mí que me fui para adentro. Eso de alguna manera refutó mi situación de artista. El domingo, a las seis y media de la mañana me desperté y compuse una canción en media hora, con letra, música, arreglos y todo para una cantante de cumbia mexicana, y así estoy todos los días. Estoy a una edad donde la matrix te propone la jubilación. Tengo 62 años y la programación hace que los artistas de rock, cuando pasan lo 40 años tengan que empezar a repetirse, porque ya no tienen nada más que decir. Si uno realmente no crea eso dentro de uno, lo único que te queda es esperar, con ansiedad, la muerte. Y tengo 62 años y estoy en la cúspide de mi creatividad. Mi niño interior se ha liberado de sus enojos y creo que eso tiene mucho que ver con esa condena social. Si no hubiera existido esa condena social, el proceso habría tenido otros ribetes. Hubiera sucedido una tragedia, o una enfermedad, algo que me lleve a esa disolución del personaje que fue tan necesario para mí.

—Aquel que cantaba “Sr. Cobranza” ya no tenía cabida.
—Claro. El líder revolucionario de izquierda que defiende a los necesitados. Muy cómodo me quedé ahí, en ese discurso del semidios del rock que de alguna manera baja una línea y todos tienen que acatar. Sin darme cuenta me estaba portando de la misma manera que las fuerzas políticas en el mundo, tratando de adoctrinar a la gente, venderle una ideología. Tuve que hacer una transformación muy grande, e incluso el público se transformó. Hoy lo que sucede es que la gente cuando viene a los conciertos y ve a un tipo roto que expresa sus heridas y cómo las fui sanando en cada canción desde que empecé a componer hace 41 años, porque “Mi caramelo” es de 1982. La gente viene y se inspira para hacer su camino de sanación personal a través de putear, cantar, abrazarse, besarse, conectarse con su sentir, su espíritu. A la gente le pasan muchas cosas, y esas canciones inspiran a todos. Estoy en un momento donde reconozco que no soy yo el que hace las canciones, soy el que las transmite, porque las canciones bajan. Eso me mantiene creativo, porque si pensara que las canciones las hice yo, la palabra “yo” y mi ego ya me habrían atrapado y estaría haciendo con Bersuit un revival por tres millones de dólares.

—O serías Pomelo, aquel personaje de Capusotto.
—Amo esos personajes, y en algún momento se rompen. Todos en algún momento nos encontramos con algo que nos rompe. Para mí no es sorpresa que la mayoría de los cantantes terminemos con cáncer, o en clínicas de rehabilitación, porque el ego es una carcaza de hierro muy pesada cuando lo sostenés por tantos años. Todo esto me hizo sentirme más liviano y estar en un momento de composición maravilloso. Mi último disco, Libre me representa en mi actualidad, entonces arriba del escenario siento entusiasmo, alegría, me baja eso. No baja un tipo que se está repitiendo en un acto de prostitución, un páguenme para ser quien no soy.

Gustavo Cordera.
Gustavo Cordera.
Foto: Marcelo Campi / Canal 12

—En ese contrapunto es donde tenés que decidir si te vendés o no.
—Es que ya entendí que el éxito es una interpretación personal. No existe, como el fracaso. Si estás parado en un escenario frente a 75 mil personas con personas cantando y coreando tu nombre y estás triste y tenés que tomarte una bolsa de merca para imponerte estar feliz, estás viviendo un gran fracaso. Por otro lado, yo me levanto a la mañana y nace de mi corazón arte, música y letras, te puedo asegurar que eso, para mí es el éxito. El éxito es estar en una comida con mi familia, tener sensibilidad por todos los seres vivos, abrazar a la gente, eso es el éxito, y esa es mi conquista personal. Quien no está en mi cuero puede pensar: “este tipo es un pelotudo, estaba en una banda que metía estadios y se fue a vivir a La Paloma y está tocando ahí”, pero era el momento de cerrar.

—¿Por eso no hubo despedida ni show final de Bersuit?
—Es lo mismo que te pelees con tu pareja, armemos una fiesta y festejemos. Nuestros egos no permiten eso, el orgullo, las heridas causadas por la difamación, todo eso forma parte de la cubeta alquímica que necesitamos para hacer el trueno. Por eso yo cuando veo a los chicos, los abrazo, aunque me den vuelta la cara, los abrazo igual. Seguramente han de pensar que estoy loco, pero a Juan (Subirá) y a Pepe (Rene Isel Céspedes) les beso las manos cada vez que los veo, porque esas manos me acompañaron por 21 años, los amo. Eso no quita que esté viviendo una nueva experiencia y ahí esté mi entusiasmo, fuerza y mi poder, no en un revival. Yo estoy en un viaje artístico de presencia plena, escribo hoy lo que siento hoy, y en un viaje también e integración. En la medida que fui haciendo ese duelo, de las canciones que compuse, produje e interpreté, las vuelvo a tomar pero desde otro lugar, y las integro a mi presente. Y la gente que viene a los conciertos canta “Mi caramelo” que tiene más de cuatro décadas de la misma manera que canta “Espíritu felino” que tiene un mes.

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