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Álvaro Viviano, el carnavalero blanco: "El carnaval está fomentando la grieta"

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Álvaro Viviano.

ENTREVISTA

El diputado nacionalista sigue la fiesta de Momo desde los ‘80. Pese a esa pasión, este año fue poco al Teatro de Verano: ”Me duele el agravio”.

-¿Cómo surgió tu gusto por el Carnaval?

-Mi historia con el Carnaval comienza en la adolescencia. Soy de la generación de finales de la dictadura. Los años 1984, 85 y 86 fueron muy fermentales en la militancia política y para los inquietos, la búsqueda de espacios de expresión era intensa. No había muchos lugares donde manifestar rebeldía. En Carmelo, de donde soy oriundo, empecé con la militancia estudiantil en el liceo y la seguí en 1986 en Montevideo, a donde vine a estudiar en Facultad de Derecho. En ese entonces ya estaba vinculado a movimientos del Partido Nacional, además de los gremios estudiantiles. Pero más allá de eso, vivía muy solo en una pensión y la búsqueda de cómo llenar el tiempo era permanente. Eso me llevó al Carnaval. Concurría a muchos ensayos principalmente en Aguada o en el Club Montevideo. Después junto a otro carnavalero y blanco, Jorge Gandini, empezamos a seguir mucho a Diablos Verdes y luego, a mí me cautivó el tiempo más esplendoroso de Contrafarsa. Todo eso me terminó de enganchar.

-En los 2000, además, sacaron la murga “La nueva milonga nacional”.

-Sí, con Jorge Gandini y otros amigos nos metimos en ese proyecto. Nos fue muy mal pero valió la pena. Lo que sucedió después fue que en 2005 fui electo edil y desde ese lugar seguía mucho el concurso oficial. En el Teatro Verano conocí a mi actual esposa, Ximena Portillo. Ella es blanca también y carnavalera. Ya nos conocíamos de antes pero de encontrarnos tanto en el Carnaval terminamos formando pareja. Hoy tenemos un hijo de seis años. Así que en mi casa se respira Carnaval y se opina mucho técnica y políticamente. De hecho, Ximena es columnista de Carnaval en un programa de radio.

-¿Desde cuándo crees que el sesgo de izquierda que hoy tienen la mayoría de los grupos empezó a prevalecer?

-En los '80 no era tan así. La murga, que es lo que más he seguido, expresó siempre un canto de rebeldía y siempre ha tenido un mensaje político en clave popular. Pero si se quiere era más anarquista. Creo que hubo un quiebre muy importante a partir de los '90 y desde entonces la murga adquirió un decidido cariz de izquierda. Me parece también que el Frente Amplio fue conteste y emprendió una especie de colonización cultural que prima hasta estos días. Obviamente, también tiene que ver con un descuido político de los partidos tradicionales. No siempre el Carnaval fue de izquierda. Antes de los años '70 las murgas eran coloradas. Pero luego de la dictadura y con más decisión después de los '90, a medida que crecía el Frente Amplio electoralmente, se fogoneó una idea de que la murga, para ser mejor, tenía que ser izquierdista. Se alimentó en los murguistas a una especie de militante cultural y la izquierda apostó a convertir al Carnaval como un “vocero del pueblo” que expresa sus demandas y sentimientos, mayoritariamente vinculados a criticar a los gobiernos blancos o colorados. Se hizo todo ese trabajo por muchos años y hoy tenemos el Carnaval que tenemos.

Un viejo recuerdo de Viviano junto a "Pinocho" Sosa, líder de Zíngaros.
Un viejo recuerdo de Viviano junto a "Pinocho" Sosa, líder de Zíngaros.

-¿Qué Carnaval tenemos? Hace unos días pusiste un tuit desde el Teatro de Verano en el que decía: “Está bravo pero acá estamos”.

-Creo que en este Carnaval 2022 en particular, más allá del espectáculo, hay un tinte que exagera demasiado la crítica política. El advenimiento de un gobierno que no es de izquierda concentró de forma muy enérgica una crítica unánime a los representantes del otro modelo. Con el referéndum de por medio, se ha incursionado en terreno que más que político, es electoral. Están haciendo campaña velada. Me parece que el Carnaval de hoy está expresando cosas que dividen a la sociedad. Expulsan al que piensa distinto: uno lo siente en los libretos y en las canciones. No solo pasa en las murgas, sino también en humoristas o parodistas. Un porcentaje muy alto del contenido del espectáculo está destinado a descalificar al otro modelo político.

-¿Qué te genera a vos esa situación como carnavalero y como blanco?

-Una contradicción muy fuerte. Tengo el deseo de rescatar lo que sea posible del espectáculo de Carnaval, que tanto me gusta y me ha nutrido, pero también el dolor de ver cosas que en lo personal me duelen.

-¿Qué te duele más? ¿Lo panfletario o las sátiras a representantes del gobierno, como Lacalle Pou, Graciela Bianchi...?

-No, con la sátira me divierto mucho y la crítica me la fumo. Lo que me molesta es el agravio: cuando uno siente que más allá de la acidez, hay una descalificación al que piensa diferente. Si fuera solo para los políticos o representantes del gobierno, también me la fumaría. Lo más grave es que en ciertos espectáculos hay un desprecio sobre el ciudadano que piensa distinto. El que vota otra cosa parece que vale menos. “Blancos pillos”, “blanquitos de mierda”... El Carnaval es de todos y no hay por qué excluir a nadie. Y esta vez, seguramente y como nunca, el Carnaval está profundizando la grieta.

-Muchas veces se dice que las murgas eran también críticas con el Frente Amplio durante los gobiernos de izquierda. ¿Cuál es tu visión?

-No fue así. Nunca hubo un discurso tan descarnado en la crítica como el que vemos ahora. En mi caso, yo iba al Teatro de Verano en el 60-70% de las etapas. Estaba ahí siempre. Pero este año fui tres o cuatro veces, más allá de que los vi a todos por televisión. No voy porque escucho y veo cosas que verdaderamente a uno lo sacuden. Te la tenés que fumar o pararte e irte. Entonces prefiero quedarme en mi casa. Me duele y me molesta. Porque yo me siento parte del Carnaval. Me gusta. Cuando iba miraba todos los espectáculos y me gustaba opinar, debatir con los periodistas porque yo me sentía adentro del Carnaval. Hoy me puse afuera. Porque hay un discurso muy radicalizado que lastima al que piensa diferente y te termina corriendo. Creo que los que administran el espectáculo, los directores, Daecpu o la Intendencia, deberían pensar en esto. El Carnaval no puede ser un instrumento para dividir. Al contrario, tiene que ser un lugar para divertirnos, para encontrar a toda la sociedad, para comprendernos entre todos. Hoy le están hablando a una burbuja de 5.000 personas. Es un grave error que cometen los carnavaleros. A mí no me molesta que tengan una línea de izquierda. Sé que hay una colonización cultural ahí y la acepto. Pero la descalificación ya no al gobernante, sino al que piensa diferente, es demasiado.

-¿Qué espectáculos resaltarías?

-Agarrate Catalina está bien. Muy a mi pesar, La Trasnochada tiene buen nivel. Queso Magro tiene cosas muy divertidas. El otro día le comenté a la verdadera Graciela Bianchi: “Me hiciste reír mucho anoche”. Porque creo que la sátira de ella está bien hecha, más allá de que a veces hacen una de más. Con Doña Bastarda, que imita a Azuzena Arbeleche, me pasa algo muy parecido. Está muy bien el espectáculo y la imitación pero de pronto, hacen un comentario que decís: ¿qué necesidad? ¿Por qué? Si nos pueden incluir a todos, si nos podemos reír todos, nos descalifican, nos excluyen.

-¿Por qué no sale una murga derecha?

-En realidad, algunos dueños de los conjuntos no son de izquierda. Son de derecha o solo responden a intereses comerciales y empresariales. Pero aún así, el conjunto expresa una afinidad notoria con la izquierda. ¿Por qué? Porque es lo que garpa en el momento. Si la agenda hoy te marca tal cosa, es difícil cantarle a los pajaritos. El que va al tablado y al Teatro de Verano espera eso. Es lo que la izquierda ha sembrado y cosechado con el Carnaval montevideano durante muchos años. Entonces, es muy difícil expresar una cosa diferente a lo que el público cautivo te demanda. Eso se retroalimenta. Buena parte de la calificación que pone el jurado tiene que ver con la comunicación que el conjunto genera con el público y cómo “levanta” a la tribuna. Y si los que van son votantes de izquierda, ¿quién va a cantar otra cosa?

-Agarrate Catalina hace una crítica a la izquierda, más allá de que también, explícitamente llaman a votar por el “SÍ“. ¿Qué te pareció su espectáculo?

-La fui a ver. Es verdad que están más jugados electoralmente y te diría que las dos terceras partes del espectáculo son muy fuertes en la crítica y hay que bancar. Pero tiene mucho de divertido en ciertas cosas. El contrapunto de Yamandú Cardozo y Rafa Cotelo está muy bien logrado. La crítica al Frente es como un viento fresco en un día de enero de 40 grados. Me dio oxígeno. ¡Por fin una crítica meten! Es la única y equilibra en algo al resto, lo que celebro. Pero no pasa lo mismo con el público. Si ves la respuesta de la gente al espectáculo, es explosiva en toda la primera parte pero cuando llega la crítica al Frente, más bien miran para otro lado. No hay ni un aplauso. Es como que lo aceptan pero están esperando que pase rápido esa parte.

-¿Cómo sentiste la polémica por el chiste de Cayó la cabra sobre la muerte de Larrañaga?

-En mi casa se levantó el tubo para hablar con uno de los directores. El mensaje fue: “Se fueron de mambo”. Hay cosas en las que no se puede caer. Uno de los principales códigos de convivencia democrática implica respetar a los muertos. Ese es el ejemplo más claro de cómo el Carnaval incurrió en agravios gratuitos y excluyentes. A un personaje de izquierda no se lo harían nunca eso.

-Más allá de lo que contabas sobre Diablos Verdes en tus comienzos como carnavalero, ¿sos “hincha” de alguna agrupación?

-Hincha, hincha, solo de Zíngaros. Fui muy amigo del Pinocho (Ariel Sosa) y sufrí muchísimo su muerte. Me había conquistado ese personaje divino que era tanto arriba como abajo del tablado. Mi mujer, a pesar de que siempre fue hincha de Nazarenos, también lo aprendió a querer y mi hijo llegó al punto de ir al Teatro de Verano disfrazado de “zíngaro”. Pinocho era de izquierda pero respetaba mucho a todo el mundo y creía en un Carnaval para todos. De hecho, llegó a ir a actos políticos míos a cantar con su grupo. Teníamos una gran amistad. Es una pérdida enorme para el Carnaval.

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