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De las barricadas en el Puerto al cierre del Parlamento

Washington Beltrán Storace relata cómo se vivieron aquellos días en la redacción de El País y da su visión sobre lo que llevó al golpe de Estado.

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Portada de El País del miércoles 27 de junio de 1973.
Portada de El País del miércoles 27 de junio de 1973.
Foto: Archivo.

No tengo dudas de que el Golpe de Estado empezó en febrero de 1973 y culminó el 27 de junio con la disolución de las Cámaras. Como tampoco tengo dudas que la victoria de las Fuerzas Armadas sobre la violencia tupamara que había azotado al Uruguay por una década, y había sido aniquilada a través del Estado de Guerra Interno que aprobó el Parlamento un año antes, había sido el gran motivo del ensoberbecimiento de los militares.

El 9 de febrero los mandos militares irrumpieron con fuerza inusitada en la vida política del Uruguay e iniciaron su escalada hacia la toma del poder absoluto. El Ejército y la Fuerza Aérea desconocieron la designación de un nuevo ministro de Defensa Nacional (el general Antonio Francese), se acuartelaron y desafiaron al gobierno del entonces presidente constitucional Juan María Bordaberry y el ejercicio de sus legítimas competencias. La Marina, en cambio, apostada en la zona portuaria, con su comandante Juan José Zorrilla, se erigía en firme defensa de la legalidad institucional atropellada.

En aquel 1973 yo integraba la redacción de El País. Por algunos problemas de la época había sido trasladado a la página editorial. Ese cambio interno no había sido un ascenso, sino simplemente una “solución” encontrada a problemas ideológico-políticos que habían surgido, luego de la ajustada derrota del Partido Nacional en 1971 (con denuncias de fraude incluidas) y la frustrada presidencia de Wilson.

Barricadas en el Puerto

En el mes de febrero de 1973, como todos los febreros de aquellos años, la redacción estaba bastante escasa de gente por las licencias anuales que no se fraccionaban como ahora, sino que se consumían en su totalidad. El Secretario de Redacción estaba de licencia y la jefatura de Redacción estaba a cargo de un entrañable amigo como era Martín Aguirre Gomensoro, conocido como “El Torta” y padre del actual Director de Redacción.

Las noticias llegaban al diario desde casa de Gobierno a través de nuestro cronista Gerardo Achard. Yo estaba por irme y bajé a la redacción para conocer cómo venía la mano y las últimas novedades que se tenían. Eran cada vez más alarmantes. Escuché lo que pasaba y cuando apunté para irme, Martín me espetó:

- ¿Adónde vas?

-Me voy. Ya terminé.

-Estás mal de la cabeza. De acá no te movés hasta que te autorice. Gerardo cubre Casa de Gobierno y vos te encargás de la Armada. Se opone al Golpe y está para dar pelea. Son todo tuyos.

Se trabajó duro y fue una noche larga. El Presidente convocó al pueblo a la Casa de Gobierno para obtener su respaldo y solo una veintena de ciudadanos se acercaron. De los principales líderes políticos, no se vio ninguno. Fracasó abiertamente el respaldo político. Tal vez porque Bordaberry había sido electo equivocadamente porque la inmensa mayoría creyó votar la reelección de Pacheco Areco, pero lo cierto es que no se vio a nadie.

Al día siguiente El País salió con un gran titular: “Barricadas en el puerto”, donde se contaba todo lo sucedido y se destacaba la firme posición de la Armada y su Comandante en Jefe. Y la orden fue muy clara: al primer tiro proveniente del Ejército se abriría fuego.

A eso del mediodía me llamó Martín. Había recibido una llamada del Secretario de Redacción para decirle que volvía para encabezar la Redacción, por lo que quedaba nuevamente “trasladado”.

El País fija posición

El 10 de febrero seguían las incógnitas, pero por lo menos mi padre, Washington Beltrán, publicó un editorial bajo el título de “Ante los acontecimientos”, que fijó posición:

“No admitimos soluciones contrarias a la democracia, a la democracia auténtica, que es libertad, que es derecho, que es coordinación respetuosa de Poderes, que es responsabilidad (...) La democracia, con todo lo que ella significa, sirve o no sirve. No valen cataplasmas ni analgésicos. O sirve, pero entonces se respetan las leyes del juego y rige a todos sus efectos, sin pausas ni interregnos. O no sirve, y entonces, un camino. Por lo menos, el negativo: acabar con ella”.

Y dos días después, el 12 de febrero, vuelve sobre los temblores institucionales con un nuevo editorial: “Definiciones y silencios”.

“Escribimos este editorial, cuando los acontecimientos cobran, por instantes, perfiles más sombríos, y se ignora, aunque alguien pudiera imaginar, su desenlace. Sobre ellos, hemos dado nuestra opinión. Clara y terminante. Ceñida a la tradición partidaria. Fiel a la trayectoria de El País. Con la legalidad, la Constitución y el derecho”.

“No necesitamos reiterarla, pues la proclamamos con honda convicción. Y con el respaldo de la historia, de nuestra historia. Pero en estos días, que serán escudriñados y analizados por el investigador del futuro, tanto en sus protagonistas, como en sus antecedentes, como en el acelerado proceso de sus minutos, además de definir posiciones, bueno es apuntar rasgos que no deben pasar desapercibidos (…) El historiador del mañana podrá decir, si el país tomó caminos extraviados, que ese rumbo se siguió en medio de un gran bostezo nacional. Algunos dirán que esa indiferencia fue el mejor juicio crítico a la gestión que, hasta ese momento habían cumplido los primeros actores. Pero habrá otros, cuya condena implacable será para los que bostezaban”.

“Esperemos que pueda superarse la difícil encrucijada. Que la serenidad y el patriotismo saquen incólume a la República del trance más difícil que ha vivido desde hace décadas”.

Hacia el 27 de junio

Pocas semanas corrieron desde febrero. El gobierno era ahora definidamente “cívico-militar”. Una simbiosis donde el “cívico” era medio paliducho y la de “militar” aparecía con fuerza tiranizante. En eso se habían convertido el presidente Bordaberry, sus ministros y sus Fuerzas Armadas, que estaban dispuestos a seguir.

Pronto llegó al Parlamento la solicitud del desafuero para el senador Erro, por estar implicado en la asistencia a la organización tupamara. Aunque no sorprendió la imputación, en el caso debían ser particularmente estrictas las garantías para concederlo. La solicitud provenía de una justicia de excepción como era la militar. Serviría de precedente para otras solicitudes que estaban esperando turno. El fuero no es un beneficio de una persona, sino pertenece al Cuerpo como uno de los escudos de su independencia. Washington Beltrán en el Senado de la República y su hermano Enrique en la Cámara de Representantes jugaron papeles decisivos. Con hidalguía y con la amenaza de lo que se podía venir, defendieron sus Cámaras y la Constitución.

Y llegamos al 26 de junio. En las primeras horas de la tarde trascendió que estaba pronto el decreto de disolución del Parlamento. Lentamente los legisladores fueron llegando al Palacio, donde se reunían de manera informal con el vicepresidente de la República, Jorge Sapelli , que luego convocó al Senado cuando se tuvo la certeza absoluta de la disolución de las Cámaras.

Allí hubo varias, solemnes y encendidas alocuciones. Entre ellas la de Wilson Ferreira Aldunate, que concluyó su discurso con su célebre: “Perdonarán que yo antes de retirarme de sala arroje al rostro de los autores de este atentado el nombre de su más radical e irreconciliable enemigo que será, no tengan duda, el vengador de la República: ¡Viva el Partido Nacional!”.

Un par de horas después el Palacio Legislativo era ocupado por los mandos militares. La noche había caído con todo su peso para nuestro Uruguay.

El decreto de disolución de las Cámaras y la creación de un Consejo de Estado estuvo acompañado de medidas sobre la prensa, prohibiendo “la divulgación por la prensa oral, escrita o televisada de todo tipo de información, comentario o grabación que, directa o indirectamente, mencione o se refiera a lo dispuesto por el decreto atribuyendo propósitos dictatoriales al Poder Ejecutivo o pueda perturbar la tranquilidad y el orden público”.

Pese a esa prohibición, El País, esta vez con la firma de Washington Beltrán, publicó el 29 de junio de 1973 un editorial que decía: “Hoy las frases escritas en febrero mantienen integral vigencia. E indican claramente nuestra opinión ante los acontecimientos. (…) Cuanto más se demore el reintegro al pleno imperio de la norma, más se abre la amenaza de sombrías asechanzas”.

Paradojas de la vida: el golpe de Estado sobreviene después de haber recurrido el gobierno democrático al Estado de Guerra Interno para defender la democracia amenazada por los Tupamaros. El Ejército Nacional les dio una soberana paliza y en menos de un año la guerrilla del MLN estaba derrotada. Pero las Fuerzas Armadas estaban ensoberbecidas y fueron ellas las que le quitaron la democracia al pueblo uruguayo y crearon una dictadura, con libertades conculcadas, partidos políticos proscriptos y coartados los derechos esenciales. El Golpe de Estado iniciado en febrero había culminado. Eso fue el 27 de junio de 1973.

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