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Parlamentarismo y gobernabilidad

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El gobierno que asumió el 1° de marzo ha contado con mayorías parlamentarias amplias para llevar adelante el programa de gobierno que apoyó la ciudadanía en 2019. Sin embargo, hubo acuerdos parlamentarios en textos de ley concretos que llevaron también la aprobación del Frente Amplio (FA) opositor.

Ocurrió, por ejemplo, con casi la mitad de los artículos de la ley de urgente consideración, con muchos artículos de la ley de presupuesto, con un cambio importante para el manejo de aeropuertos (en Senadores), y con un proyecto que introduce cambios en la ley forestal (en Diputados). En los dos primeros casos, el apoyo del FA no fue determinante para la aprobación legislativa, ya que la coalición republicana (CR) formada por blancos, colorados, cabildantes, Independiente y partido de la Gente ya contaba con los votos necesarios; y en los dos últimos casos, el apoyo del FA fue clave ya que, sin él, los proyectos no hubieran contado con la mayoría necesaria para ser aprobados.

Este juego parlamentario llama la atención de muchos analistas. ¿Cómo es posible, alegan, que se conformen mayorías partidariamente tan plurales que impliquen borrar la división clara que existe entre los partidos de gobierno que forman la CR, y la oposición del FA? ¿Acaso no es débil la CR? ¿No se plantean problemas de gobernabilidad para el país por causa de estos acuerdos que parecen tan anómalos?

Quienes así razonan siguen concibiendo el sistema político tal como se configuró en los quince años de gobiernos de izquierda. En efecto, en esos tres lustros el Parlamento funcionó de forma muy previsible porque el FA decidía en su interna los proyectos que quería llevar adelante, y luego avanzaba con su mayoría propia en ambas Cámaras. Si la oposición acompañaba con su voto bien, y sino también. El gobierno no precisaba entonces de negociaciones interpartidarias para procurar hacerse de mayorías en el Parlamento.

La situación cambió con las elecciones de 2019. Estamos ante un escenario mucho más plural y parlamentarista clásico. Es evidente que existe un acuerdo sustancial de los partidos de la CR. Ese acuerdo se refleja en la aprobación de las leyes que hacen al rumbo general de un gobierno del que todos esos partidos son partícipes y responsables, ya que integran lugares relevantes en el Ejecutivo. La gobernabilidad y estabilidad de la administración Lacalle Pou no están entonces en tela de juicio.

Sin embargo, es evidente también que, sin tragedias, el Parlamento ha vuelto a ocupar su lugar de procesamiento de negociaciones y acuerdos que pueden terminar conformando mayorías coyunturales en torno a temas puntuales. Ellas resultan atípicas para el esquema sencillo de creer que el mundo se divide en una dualidad gobierno- oposición irreconciliable. Pero en realidad son parte natural de la vida democrática de cualquier país.

Existe, claro está, un compromiso de gobierno a cumplir. Pero existe también un juego parlamentario a respetar. Hay que acostumbrarse a vivir con eso, sin creer que implica traiciones o inestabilidades políticas graves. Además, nuestro juego democrático institucional también tiene previsto cómo resolver discrepancias sustantivas entre el Legislativo y el Ejecutivo. En efecto, si una ley obtuviera una mayoría coyuntural en el Parlamento, pero se opusiera al rumbo político general fijado por el Ejecutivo -cuyo presidente fue votado por la mayoría absoluta de los uruguayos en el balotaje de noviembre de 2019-, existe el mecanismo del veto presidencial, por ejemplo, para marcar la eventual discrepancia y que el tema vuelva a ser considerado por el Legislativo.

El Parlamento ha vuelto a ocupar su lugar de procesamiento de negociaciones y acuerdos que pueden terminar conformando mayorías coyunturales en torno a temas puntuales de la agenda.

El país tiene un rumbo político claro. El oficialismo cuenta con figuras importantes de larga experiencia negociadora en el Parlamento. No falló el sentido de responsabilidad de los partidos que forman la CR al momento de aprobar los instrumentos legales necesarios para la acción del nuevo gobierno. La CR es pues pragmática. Acepta que sus componentes presenten sus propios perfiles y dialoguen entre ellos para encontrar acuerdos, y también que lo hagan con el FA si pretenden ensanchar o procurar otros apoyos.

Parte del cambio de época que significó el triunfo de la CR, y la renovación generacional que implicó Lacalle Pou, es tomar con naturalidad y sin dramas la expresión del juego parlamentarista de nuestra democracia. Hay gobernabilidad. Hay estabilidad. Hay acuerdos parlamentarios diversos. El respeto de la pluralidad forma parte de la mejor tradición política del Uruguay.

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