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Lo que paga y lo que no

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Es consustancial a la actividad de los políticos la costumbre de emitir declaraciones o asumir actitudes con el propósito de beneficiar su imagen pública. No solo hay que ser bueno, también parecerlo.

Y lo interesante del punto es que esa práctica de voluntaria autopromoción suele ser riesgosa, porque no siempre está claro qué tipo de mensajes esperan los ciudadanos de quienes los representan.

Así, el Frente Amplio, el Pit-Cnt y el Sindicato Médico comenzaron esta etapa de emergencia sanitaria jugando todos los boletos a un airado cuestionamiento de las medidas implementadas por el gobierno, incluyendo un reclamo de cuarentena obligatoria y la convocatoria a un caceroleo.

Días después de ambas apuestas a la rebelión ciudadana, tres encuestas de opinión pública demostraban extraordinarios índices de adhesión al manejo que el presidente Lacalle Pou está haciendo de la crisis.

Lo que hubo allí fue claro: la oposición política y gremial apostó al perfilismo, creyendo equivocadamente que cosecharía beneficios en el campo fértil de los temores e inseguridades que la pandemia despierta en la ciudadanía.

El repliegue de aquellos afanes fue inmediato y recién en esta semana, estos cazadores del perfilismo perdido encontraron nuevos motivos para seducir a su dubitativo electorado: el desafortunado mensaje del senador Manini Ríos cuestionando al Poder Judicial, una opinión que solo representa a su partido pero con la que el FA intenta salpicar a la coalición gobernante, y la negativa del Presidente a conceder la cadena de televisión al Pit-Cnt, una decisión de carácter administrativo de la que se quiere hacer una tormenta en un vaso de agua.

Paralelamente, la más reciente encuesta de Cifra, divulgada en la noche del miércoles, reafirma la percepción divulgada por las anteriores: en el manejo de la crisis sanitaria, el gobierno cuenta con un 58% de adhesión pública y un 22% que no aprueba ni desaprueba. La discrepancia con la gestión es solo del 20%, lo que da muestra clara de la muy mayoritaria confianza que el gobierno se ha sabido ganar en menos de dos meses de asumir y a poco más de un mes de declarar la emergencia sanitaria.

Hoy, en términos de imagen pública, el agravio pueril no paga. Lo que paga es trabajar en positivo, con honestidad y siempre al límite del esfuerzo personal.

A estos guarismos se agregan otros igualmente reveladores. Cifra indagó en los niveles de aprobación de las personalidades políticas que están en la primera línea de la gestión (aunque faltaron inexplicablemente los nombres de los ministros Jorge Larrañaga y Javier García).

Resultan gratificantes los resultados obtenidos por el secretario de Presidencia Álvaro Delgado y el canciller Ernesto Talvi, ambos con un contundente 63% de aprobación. Y lo mismo puede decirse del ministro que se encuentra en el ojo de esta tormenta, Daniel Salinas, cuya adhesión alcanza al 55%.

Estamos convencidos de que todo el espectro político, tanto el oficialista como el opositor, deberían tomar nota de estos niveles de preferencia pública y de a qué tipo de políticos están dirigidos.

Porque si en algo se parece la gestión del Presidente y la de estos jerarcas, es en que trabajaron sin pausa y sin marcar perfilismos, poniéndose día a día y hora tras hora al servicio de la causa pública. Del presidente Lacalle Pou puede decirse que ha tomado decisiones escuchando a los expertos y velando en todo momento por la suerte de los uruguayos más vulnerables.

Del secretario de presidencia, Álvaro Delgado, que se ha revelado como un contundente comunicador, trasmitiendo aplomo y seguridad en la gravedad de la hora. Del canciller Talvi, que ha demostrando una peculiar sensibilidad y energía en asegurar el retorno de uruguayos y el de los extranjeros a sus países de origen. Del ministro Salinas, que comanda el timón sanitario con mano segura y buenos resultados.

Ninguno de ellos ha apostado a vociferar discrepancias ni exaltar inseguridades. Los cuatro vienen haciendo todo lo contrario: se muestran comprensivos con los disensos pero firmes en las decisiones. Y la opinión pública, más allá de filiaciones partidarias, se da cuenta.

Es una lección que deberían recibir los que hoy siguen buscando la grieta por donde colar un descontento que reditúe electoralmente.

Si en otros tiempos esa práctica de política menor podía deparar algún resultado, ahora, en una crisis global que a todos debe unirnos, resulta fuertemente descalificante.

Hoy, en términos de imagen pública, el agravio pueril no paga. Lo que paga es trabajar en positivo, con honestidad y siempre al límite del esfuerzo personal.

Así, cada uno es responsable del éxito o fracaso de su propia imagen.

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