¿Nueva visión sobre febrero amargo?

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Se cumplen por estos días 51 años de los episodios que el dirigente colorado Amílcar Vasconcellos definiera en su célebre libro, como los del “febrero amargo”. Se trata del golpe de Estado de febrero de 1973, ese que todos los análisis históricos mayoritarios, generados en Uruguay desde una academia mayoritariamente izquierdista, han intentado por lustros y sistemáticamente ocultar y disimular, de manera de centralizar aquel golpe de Estado solamente en la terrible jornada del cierre del Parlamento, el 27 de junio de 1973.

La verdad es que no se explica la disolución del Parlamento de junio sin el alzamiento del 8 y 9 de febrero. Ese verano hubo un desacato por parte del Ejército y la Fuerza Aérea al mando del presidente constitucional Bordaberry. Frente a un cambio ministerial, esas fuerzas declararon que “Los Mandos Militares del Ejército y Fuerza Aérea han decidido desconocer las órdenes del ministro de Defensa Nacional, General Francese, al mismo tiempo que sugerir al señor Presidente de la República la conveniencia de su relevo”.

Además, dieron a conocer lo que se llamó el “Comunicado número 4” en el que plantearon alcanzar varios objetivos de políticas públicas como, por ejemplo, establecer normas que incentivaran la exportación; buscar la reorganización del servicio exterior; o erradicar el desempleo y la desocupación mediante la puesta en ejecución coordinada de planes de desarrollo.

El relato selectivo de la academia izquierdista del país, que casi siempre omite estos episodios de alzamiento militar, responde a que principales figuras, partidos y movimientos políticos y sindicales vinculados al por entonces naciente Frente Amplio, apoyaron a los militares golpistas de febrero. Frente a tanto silencio, siempre es bueno recordar el coraje de dos libros publicados en 2013: “El golpe de febrero” escrito por Gramajo e Israel, y “El pecado original. La izquierda y el golpe militar de febrero de 1973” del periodista Lessa: sus lecturas dejan en claro que allí se inició el golpe, y que la izquierda estaba casi completamente alineada con los designios militares rebeldes.

Hoy, a más de medio siglo de todo aquello, y a 11 años de publicados ese par de libros claves en la exposición de la verdad histórica, quizás empiece a entreabrirse un poco más la puerta del análisis sosegado, responsable y alejado de los contubernios izquierdistas.

En efecto, ocurre que toda la propaganda populista-izquierdista que se extendió por tanto tiempo en la región está empezando a mostrar signos de agotamiento, y con ello todo el respaldo económico y la legitimación simbólica y académica con la que han contado en todos estos años los historiadores-cuentistas dedicados a torcer la narración de la verdadera Historia reciente de nuestro país y del cono sur.

Es clave en este nuevo contexto lo que está ocurriendo en Argentina. Todo el relato peronista y filomontonero, que respondió al protagonismo de la generación que acompañó a los Kirchner en el poder, ha empezado a ceder a la verdad histórica. Por un lado, porque empiezan a ser escuchadas voces antes silencia-das que ponen en su justo lugar a la violencia terrorista de la extrema izquierda argenti- na. Por otro lado, porque el tiem- po es un gentilhombre, y por tanto todo el relato que hacía hincapié en las memorias subjetivas de los actores de aquellos años va dejando el lugar a los análisis menos sesgados y más científicos que aceptan una mayor complejidad y un amplio espectro de matices en la realidad analizada.

Es tiempo de que esa perspectiva más libre, de análisis más serios, objetivos y científicos, empiece a ocupar protagonismo también en nuestro país. A los dos libros de 2013 antes citados, se podría agregar el excelente libro de Pablo Brum “Patria para nadie” de 2015 acerca justamente de la historia de los Tupamaros, como ejemplos de investigaciones que marcaron con metódico rigor y distancia crítica de lo ocurrido en la trágica década de 1963-1973.

En cualquier caso, importa que las nuevas generaciones que se interesan por estos temas respiren con más libertad analítica y puedan nutrirse de distintos puntos de vista, en vez de sufrir, como ocurrió con las anteriores, el mazazo de relatos completamente sesgados que ha-cían las veces de textos de referen-cia históricos en el Uruguay posdictadura.

El proceso del golpe de Estado de 1973 empieza con el alzamiento militar de febrero, que fue apoyado por la izquierda, y culmina el 27 de junio con el cierre del Parlamento. Esa es la verdad histórica.

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