Los resultados preliminares del Censo 2023 han dado señales de alerta acerca de la evolución de la población del país. Sin embargo, lo peor que podemos hacer es equivocarnos en los diagnósticos y por tanto plantear políticas erradas para revertir la situación.
Debemos empezar por admitir que nuestras perspectivas poblacionales son complejas. Hay que hacerlo porque existe una posición académica bastante extendida, alineada por lo general con la izquierda, que considera que, en verdad, no tenemos ningún problema demográfico: si hay déficit de nacimientos, no es grave, porque lo importante es evitar los embarazos juveniles; si hay baja del número de la población general, no es grave, porque se puede fomentar la inmigración extranjera; y si hay envejecimiento de la pirámide de edades, no es grave porque significa que somos una sociedad con gran esperanza de vida como los mejores países desarrollados.
Al negar que tenemos un problema demográfico importante, con sus dos dimensiones de la baja de la cantidad de nacimientos y de la enorme cantidad de uruguayos que deciden emigrar al exterior, en realidad ese discurso lo que hace es importar una visión maltusiana muy extendida en Occidente. En efecto, ella afirma que los recursos de la Tierra no alcanzan para satisfacer las necesidades de una población mundial creciente. Que haya déficit poblacional por baja natalidad en algunos países no es entonces grave, ya que se lo suple con la inmigración de contingentes jóvenes llegados de otras partes del mundo; y si, como en el caso uruguayo, decenas de miles de nacionales parten al exterior y otras decenas de miles de extranjeros llegan, en realidad el equilibrio global queda preservado.
Reconocer entonces que tenemos un problema demográfico implica salir de esa concepción completamente ideologizada del deber ser del comportamiento poblacional de la humanidad. Esto quiere decir, en concreto, discrepar con la visión según la cual la gente es intercambiable y se mueve libremente y sin problemas por el mundo: detrás de las decisiones de emigraciones hay desgarros y sufrimientos que no podemos disimular y que debemos atender. Y quiere decir que la baja de la natalidad no es una evolución ineludible que debe aceptarse como si fuera un mandato divino y contra la cual no hay políticas públicas eficientes posibles: detrás de esa baja hay muchas veces historias de insatisfacciones y frustraciones que también debemos atender.
Parece haber un consenso político en seguir facilitando el asentamiento de extranjeros en el país. Sin embargo, nuestro mayor problema demográfico no es señalado con firmeza y claridad: refiere al saldo migratorio internacional negativo (emigraciones-inmigraciones) de los uruguayos, desde hace al menos 40 años. En concreto: todos los años desde 1985, el saldo de ingresos y egresos de uruguayos es en promedio negativo y en alrededor de 10.000 personas por año. ¡¿Cómo no vamos a terminar con un estancamiento e incluso con una baja de población, si tenemos esta enorme sangría de gente por lo general joven que decide partir al exterior a construirse un futuro mejor?! Es evidente que la primera prioridad no es entonces mejorar las condiciones para los extranjeros que lleguen al país, sino generar las condiciones para que los uruguayos dejen de emigrar de manera tan numerosa.
En lo que refiere a la natalidad, es sabido que hay un gran porcentaje de familias de clase media que señalan su frustración por el hecho de no poder tener más hijos que los que ya tienen. Y es que en la perspectiva responsable de esos padres y más allá de sus deseos, decidir tener más de uno o dos hijos significa un enorme sacrificio económico y de oportunidades, que dañaría su estatus general familiar futuro. ¿Pero acaso no hay políticas públicas para fomentar la natalidad de ese tipo de familias? Lo mismo ocurrió con la baja radical de embarazos juveniles que se constata desde 2016: a iniciativa de agencias vinculadas a la ONU, Uruguay generó campañas de masificación de métodos anticonceptivos a partir de 2015, que son los que tuvieron grandes efectos en la menor natalidad actual. ¿Acaso no hay políticas públicas que den perspectivas de inserción social y laboral para que los jóvenes puedan tener hijos y salir adelante? Por supuesto que sí, solo que precisan entender la natalidad como una bendición y no como un error.
Tenemos problemas demográficos graves. Para enfrentarlos bien, tenemos que pensar con cabeza propia y no seguir recetas ideologizadas que dañan el futuro del país.