Publicidad

Las ideas y el progreso

Compartir esta noticia

Más allá de los balances y perspectivas habituales en estas fechas, viene bien cada tanto poner la mirada un poco más allá de los triunfos y las derrotas del corto plazo para intentar otear en el horizonte hacia dónde vamos en el corte más grueso del rumbo de la sociedad. Por cierto que las acciones concretas construyen ese futuro, pero mucho más determinante que estas son las ideas que forman parte del sentido común de una sociedad, del particular ethos de cada pueblo, al que finalmente terminan respondiendo las decisiones colectivas que se adoptan.

Es indudable que nuestro país es casi un ejemplo de laboratorio a la hora de analizar esta tesis culturalista del desarrollo. Uruguay tuvo su período de mayores realizaciones, en relación con otros países, en el breve período liberal de nuestra historia, entre el fin de la Guerra Grande y el golpe de Estado de Latorre al gobierno de Ellauri. En esa etapa que va de 1852 a 1875 no solo tenemos el mayor crecimiento de la economía y de la población, en términos proporcionales, de todo el continente, sino que además se concretan logros culturales y científicos, extraordinarios, se mejora la producción ganadera, se introduce el ovino, se patentan inventos para la conservación de la carne y un largo etcétera de realizaciones. La idea con la que llegaban los inmigrantes al país no era la de solicitar planes sociales o asistencia estatal para sus problemas. Sin un peso se ponían a trabajar, formaban asociaciones solidarias para atender su salud como el Hospital Italiano y la Asociación Española, levantaron el Teatro Solís y decenas de emprendimientos culturales y sociales y construyeron una sociedad civil vigorosa y pujante.

No es una casualidad, hay una clara correspondencia entre las ideas que tenían las personas y el país que construyeron. Mientras predominó el liberalismo como doctrina que informaba el sentido común uruguayo, defendido además desde la prensa, la Universidad y los partidos políticos, nuestro país no paró de crecer, alcanzó el mismo ingreso por habitante que el de los países líderes de la época y la confianza en su brillante futuro desbordaba los espíritus.

Poco a poco, la situación comenzó a cambiar. Desde 1875 en adelante el clima de ideas comenzó a cambiar. Comenzaron a aparecer los políticos e intelectuales que defendían la creación de empresas públicas, las medidas proteccionistas y la regulación de la economía. Este avance del dirigismo ya fue palpable a fines del siglo XIX con la aparición de las primeras empresas públicas, como el Banco República, las primeras leyes proteccionistas, con especial énfasis en la de 1888, que marcó el comienzo del proteccionismo y la intromisión creciente del Estado en los asuntos que hasta entonces manejaba sin inconvenientes la sociedad civil.

Indudablemente, el batllismo daría una nueva vuelta de tuerca en este rumbo, que sería reforzado por el terrismo y más adelante por el neobatllismo. La cultura uruguaya se transformó en este período en forma radical. Para realizar cualquier movimiento era necesario un permiso, las empresas prosperaban solo si contaban con el favor oficial y el empleo que más crecía era el de las oficinas públicas. Tenía razón el truculento Mario Benedetti cuando afirmaba que Uruguay era la única oficina que alcanzó el estatus de República. Consecuentemente, las ideas predominantes también cambiaron. Los uruguayos, con racionalidad, entendieron que en este contexto era mejor ser empleado público que emprender o trabajar duramente en el sector privado. Que ingresar joven en la función pública era un boleto para ir ascendiendo y mejorando los ingresos con total seguridad, bastaba con no asesinar a nadie para que no lo echaran. De la mentalidad que construyó al país en el siglo XIX no quedaron ni vestigios y nuestra involución se hizo patente; perdimos pie entre las naciones del mundo y pasamos de los primeros lugares a la mitad del ingreso de los del primer mundo.

La historia más reciente es la de la lucha por dejar atrás ese país gris e inmóvil que tanto sufrimiento nos trajo, con marchas y contramarchas. La gran lección es que la batalla de ideas nunca debe abandonarse si queremos que el país avance, pero también si no queremos retroceder. Hoy gran parte de nuestros conciudadanos comparte que la libertad es un valor esencial y la valoramos especialmente gracias a la libertad responsable que tuvimos en la pandemia. Pero resta mucho por avanzar para que volvamos a ser un país líder en el mundo. Que el 2024 sea un año en donde podamos seguir logrando avances para la libertad de los uruguayos depende de cada uno de nosotros.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad