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Falsear la Historia

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En su célebre obra 1984, Orwell hace decir a Big Brother “quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado”: una frase que sintetiza que para cualquier proyecto político autoritario es clave imponer un relato falso de la Historia.

La cita viene a cuento porque, a raíz de que la secretaria de Derechos Humanos (DDHH) de Presidencia afirmara en el Palacio Legislativo que el golpe de Estado de 1973 fue una consecuencia de los movimientos guerrilleros, hay senadores del Frente Amplio que están evaluando tomar “medidas políticas”. Esas medidas complementarían así la decisión de una legisladora del Movimiento de Participación Popular (que incluye a los Tupamaros) que, por causa de esa afirmación de la secretaria de DDHH, decidió retirarse de la conmemoración del aniversario del acto del Obelisco de 1983.

Durante demasiado tiempo la izquierda dominó la interpretación de lo ocurrido en el país en las dos décadas aciagas que van de 1963 a 1984, es decir, desde los primeros movimientos organizados de la guerrilla terrorista hasta la salida de la dictadura. Es por eso que, cuando empiezan a surgir visiones distintas al canon impuesto desde la academia y la política filofrenteamplista, la reacción zurda es tan elocuente como nerviosa.

Por un lado, la gran mayoría de los dirigentes más jóvenes de la izquierda han consumido un relato hecho de héroes y villanos que no admite fisuras: cualquier voz disonante es vista pues como un ataque a la verdad revelada de la Historia, esa que en liceos y facultades es funcional a la hegemonía izquierdista. Por otro lado, los pocos que en la izquierda sí saben que todo el relato zurdo es una gran mentira, se preocupan cuando perciben que el edificio empieza a resquebrajarse, y por tanto también reaccionan con virulencia frente a la pérdida del control del discurso sobre el pasado.

En concreto, la verdad histórica es que aquí había en 1963 una democracia ejemplar que fue atacada por acciones guerrilleras y de desestabilización económica, social y política de parte de grupos izquierdistas. Aquí, mucho antes de 1968, la izquierda puso bombas en los hogares de parlamentarios, integrantes del Consejo Nacional de Gobierno, y de distintas autoridades del Poder Ejecutivo. Aquí, los asesinatos, robos, secuestros y extorsiones atacaron una convivencia pacífica y democrática que, en particular luego de la gravísima fuga del penal del Punta Carretas de 1971, terminó teniendo que ceder espacios de represión en favor del poder militar.

Cualquiera que conozca la verdad de estos hechos sabe perfectamente que el golpe de Estado de 1973 vino después de esta acumulación de ataques a la democracia que no fueron casuales, sino que procuraban instalar un régimen marxista leninista en el país, a veces con acentos más nacionalistas, a veces con influencias más cubanas, pero siempre dejando de lado las “libertades burguesas” que fundaban nuestra convivencia nacional.

Negar todo eso, relativizarlo, querer hacer creer que el ataque artero a la democracia de parte de la guerrilla vino como consecuencia de una especie de reacción antimilitarista que amenazaba la paz del Uruguay, o afirmar que los militares estaban agazapados desde 1964 esperando para dar un golpe de Estado propio de fascistas encubiertos, forma parte del relato mentiroso generado por la izquierda desde hace lustros.

Se trata, en efecto, de una tesis disparatada, falsa, que no condice con la realidad fáctica que vivió el país. Pero, como bien sabía Orwell, aquellos que controlan el pasado son los que mejor pueden controlar el futuro, y dentro del proyecto hegemónico izquierdista ha estado, por décadas, la generación de un relato enteramente mentiroso que pretende quitar responsabilidad a la izquierda por la decadencia democrática nacional que terminó, desgraciadamente, con el golpe de Estado de 1973.

Cualquiera que conozca la verdad de estos hechos sabe perfectamente que el golpe de Estado de 1973 vino después de esta acumulación de ataques a la democracia que no fueron casuales, sino que procuraban instalar un régimen marxista leninista en el país.

Es muy importante que asistamos, sin temores y sin complejos, a la reivindicación de la verdad histórica que, para este caso, es evidente: efectivamente, los movimientos guerrilleros ya venían horadando los derechos de la población desde 1963, y es evidente que el golpe de Estado fue una consecuencia lamentable del deterioro institucional que atravesaba el país y contó, incluso, con la aprobación tácita de una buena parte de la población de la época.

Es tiempo de asumir la buena noticia: la izquierda ya no controla el presente como antes, y por tanto ya no puede imponer más su relato falso del pasado para desde allí pretender controlar el futuro del país.

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