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Despedida por lo bajo

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El tema de la seguridad, o mejor dicho inseguridad, que campea en el país, sigue generando titulares este verano.

Sobre todo a partir de la ola de ataques a policías, y por las medidas que ha anunciado el gobierno electo para devolver el respeto popular a esa fuerza. Pero en medio de todo esto, salió a escena el todavía Director Nacional de Policía, Mario Layera, con declaraciones para el asombro.

Consultado sobre la estrategia planteada por el futuro ministro del Interior, Jorge Larrañaga, Layera dijo con tono suficiente “Una cosa es estar en la cancha y otra cosa es estar afuera. Los pingos se ven en la cancha.”

Cualquiera que haya seguido las participaciones del señor Layera en el debate público, habrá comprobado que las dotes oratorias no son su fuerte. Ni deberían serlo, ya que está en ese puesto para otra cosa. Es más, dejando de lado lo chocantemente soberbio de su afirmación, tiene mucho de razón. El problema, es que la performance de Layera y su equipo, en esta década que han estado a cargo de esa “cancha” que sería la seguridad del país, es tan pero tan terrible, que no deja mucho margen para la especulación.

Todos los delitos violentos han crecido sin pausa mientras esta gestión estuvo a cargo. Los asesinatos han llegado a la asombrosa tasa de casi 12 cada 100 mil habitantes, más del doble de lo que tiene un país como Argentina, nada menos. El respeto a la Policía en esta década ha llegado a niveles de subsuelo. Casos absolutamente emblemáticos, como el de Lola Chomnalez y tantos otros, han quedado sin resolver, y degradando todavía más la imagen de la fuerza policial no solo en Uruguay, sino en la región. Esto es apenas un balance a vuelo de pájaro de una gestión de la seguridad en el país que contó con todo el apoyo político y económico que pudo precisar.

La pregunta es ¿cómo le da la cara a cualquiera de los que han estado en esta gestión para siquiera salir a la escena pública a opinar? ¿No tienen nadie que los quiera un poco y les recomiende salir de escena de la manera más discreta posible tras semejante fracaso?

La única respuesta que ha surgido desde el Ministerio del Interior, y de las jerarquías de la fuerza policial en estos años, abanicada por algún meloso admirador en la prensa, es que esta ola delictiva es casi irreversible. Que ni todo el esfuerzo, ni las mejoras en presupuesto, en equipamiento, en tecnología, pueden hacer nada para disminuir las tasas de delito. Que poco menos que nos tenemos que resignar, y felicitarlos porque las cosas no son todavía peor. Eso cuando no se ponen creativos y sugieren que la solución es liberalizar todas las drogas. Algo en lo que podríamos incluso estar de acuerdo, pero que no es algo que deba surgir de un jefe de Policía. Y menos cuando ha fracasado de manera tan sonora en su función natural.

Los datos muestran hasta donde esta visión es un disparate.

Por ejemplo la semana pasada se conoció en Brasil la noticia de que en el estado de Río de Janeiro, la cifra de asesinatos dolosos o violentos, llegó al mínimo desde 1991, año en que se empezó a llevar esta estadística. Sí, así como lo escucha. Nada menos que Río de Janeiro logró bajar su tasa de homicidios en un 20% en comparación con el año anterior. En todo Brasil, la tasa de homicidios también ha bajado, un 10%, y pasando de una tasa de 30,8 cada 100 mil habitantes, a 27,5.

Pero volviendo a Río, también han bajado drásticamente los robos. Los de coches cayeron un 24%, los de transeúntes un 11%, los robos a buses de transporte colectivo (un tema muy significativo en ese estado), cayeron un 2%.

De nuevo, esta reducción de la criminalidad violenta se pudo dar en Río de Janeiro, una ciudad con enormes contrastes, desigualdades, desafíos raciales y hasta geográficos. Pero resulta que el señor Layera, el señor Bonomi, el señor Vázquez, y sus fans en la prensa, nos quieren hacer creer que en Montevideo eso es imposible. Que nos tenemos que resignar, y que cualquier cosa distinta que se propone, implica poco menos que ser un ignorante de la realidad.

Lo de Brasil no es nada exótico. Las tasas de delitos violentos vienen cayendo de manera sostenida en casi todos los países del mundo. Países con problemas muchísimo más complejos que los que puede presentar Uruguay.

Una de las pocas certidumbres generalizadas en este país es que la gestión de la seguridad pública en la última década en Uruguay ha sido un desastre. No es tiempo de echar culpas, sino de cambiar la pisada. Pero declaraciones como las de Layera no contribuyen a ese espíritu constructivo.

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