@|Frente a la reciente información de que de 1.200 residenciales sólo unas 40 de ellas estarían habilitadas por las autoridades sanitarias, surge a luz pública una situación muy grave que posee muchas derivaciones pues, a contramano de algunas opiniones facilistas que se lanzan a un ambiente proclive, la misma no sería de única culpabilidad de aquellos ciudadanos que se hallan a cargo de estas mal denominadas “casas de salud”.
Entonces: ¿qué hay del Estado?, cuando, desde hace añares, para efectuar cualquier gestión relativa a dicha habilitación se deben recorrer decenas de kilómetros de engorrosos trámites ante Intendencias y Ministerios, papeleos que colman la paciencia del más decidido y que suponen meses y meses de interminable e inútiles acciones sin final.
Ante esto, bien vale el recuerdo de Joe Rígoli, un gran cómico argentino ya desaparecido, que en aquellos notables programas televisivos ponía en el tapete y ante la pantalla una inefable situación melodramática, donde en su afán de plantar un simple arbolito en la vereda de su casa, debía concurrir peregrinamente a una oficina donde un empleado público lo hacía sufrir con continuos y absurdos papeleos, cuyo desenlace era la absoluta imposibilidad de lograr sus deseos.
Algo de ello existe en esta situación que mencionamos; una burocracia firmemente plantada en nuestra sociedad.
¡Ojalá el novel gobierno logre disipar en algo estos problemas ya tradicionales para nuestra actualidad!